martes, 29 de octubre de 2013

Los alemanes en Venezuela

Karl Krispin

De las migraciones europeas no ibéricas a América y, particularmente, a nuestro país, la alemana ha tenido un carácter especial. Los primeros alemanes que se establecieron en lo que luego sería Venezuela fueron los Welser, a quienes por capitulación otorgada el 27 de marzo de 1528 se les concedía el gobierno, la administración y la explotación sobre la provincia de Venezuela en nombre del Rey de España. Ello a consecuencia del apoyo que recibió Carlos V, I de España y V de Alemania para convertirse en el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Tal experiencia resultó un fracaso y los factores alemanes terminaron enfebrecidos por la codicia, la enfermedad y la muerte. En 1545, con la ejecución en el Tocuyo del Capitán General Felipe von Hutten, se clausura este capítulo colonizador. Aunque, según escribe Eduardo Arcila Farías, técnica y jurídicamente el capítulo se cierra cuando los Welser renuncian en 1557 al litigio que, en defensa de la capitulación de 1528, seguían contra la Corona Española.

El alemán más universal de todos y con el que no sólo Venezuela sino los países americanos tienen una relación fraterna y de inagotables aportes científicos es Alexander von Humboldt. Tenía un título nobiliario, barón, que en alemán expresa mucho mejor lo que este adelantado fue: Freiherr, hombre libre. El hombre libre de Humboldt para sintetizar su obra fue geógrafo, explorador, naturalista, zoólogo, ornitólogo y considerado según la Wikipedia el "Padre de la Geografía Moderna Universal". La cueva del Guácharo lleva su nombre y en Caracas, por referirnos a la pequeña historia, escaló la silla de Caracas por vez primera junto a Andrés Bello y su inseparable colega Aimé Bonpland.

De Hamburgo vinieron para participar en las guerras de Independencia muchos voluntarios alemanes. Al capitán de caballería de Braunschweig, von Clauditz, Simón Bolívar le encomendó el reclutamiento de voluntarios para los Estados libres de Suramérica. Otro es el caso de Johann von Uslar, comandante en Boyacá y jefe del Batallón de Granaderos del ejército patriota en Carabobo, por cierto antepasado del escritor Arturo Uslar Pietri. Antes de Carabobo, Uslar, capturado por el ejercito realista estuvo destinado a trabajos forzosos que consistieron en la construcción de un puente en Valencia ordenado por el general Pablo Morillo.  Fueron 63 oficiales alemanes quienes actuaron en el regimiento de cazadores de Uslar. Uno de ellos Augustin Freudenthal, murió en 1825 siendo gobernador de Caracas. Heinrich von Lützow trajo voluntarios alemanes a Venezuela; ascendió a general de división y estuvo hasta su muerte, en 1860, en el ejército venezolano. Bajo el castellanizado nombre de Enrique Luzón, está enterrado en el Panteón Nacional.

La inmigración alemana sistemática a Venezuela se volvería a replantear por el interés de las casas comerciales hanseáticas de Hamburgo, Bremen y Lübeck en el siglo XIX. Hay que considerar, adicionalmente, que lo que hoy conocemos como Alemania es el producto de la unificación llevada a cabo en 1870 y antes por el genio del príncipe Otto von Bismarck, canciller del Reich porque el Sacro Imperio Romano Germánico, que era una suerte de confederación, había sido liquidado por Napoleón Bonaparte en 1806. Estas ciudades del norte como Hamburgo eran para el momento del establecimiento de lazos comerciales con Venezuela, entidades independientes. Puerto Cabello, Caracas, Ciudad Bolívar, Maracaibo y sus conexiones hacia los estados andinos, y la Guaira serían las plazas para estos asentamientos de los comerciantes teutones. Como señala la historiadora Catalina Banko, en 1837 Venezuela suscribe el primer Tratado con las Ciudades Hanseáticas, lo que facilita el intercambio comercial y promueve un múltiple establecimiento de factores alemanes en Venezuela, entre los que resaltan Blohm, Pardo, Vollmer, Brandt, Schön, Bornhorst, Kolster, Meyer, Valentiner, Peyer, Moller, Braun, Kerdel, Römer, Stürup, sólo por nombrar aquellos apellidos con descendencia actual en el país. Basta visitar el pueblo de San Esteban, aledaño a Puerto Cabello y también su cementerio para darse cuenta de la impronta de estos alemanes en la vida del puerto y las relaciones comerciales. En el Táchira también se establecieron los alemanes llegando a controlar el negocio del café en sincronía con el Puerto de Maracaibo de donde se exportaba hacia Europa. Si se echa una ojeada a las memorias de don Enrique Rhode se confirmar el papel que tuvieron estos elementos en el negocio del café y el papel de las casas comerciales alemanas en la vida local. 

Igualmente es necesario referirse al contingente de los alemanes que desde Endingen, en el Kaiserstuhl alemán, se establecieron en la actual Colonia Tovar en 1843, por iniciativa de Agustín Codazzi, Ramón Díaz y Alexander Benitz, bajo el gobierno del general José Antonio Páez y por donación de tierras de Manuel Felipe de Tovar. Para seguir con el tema de los migrantes agrícolas, durante el siglo XX vendrían a Venezuela un grupo de colonos alemanes, muchos de ellos refugiados, a la Colonia Agrícola de Turén en el estado Portuguesa, entre los años de 1951 a 1954.

Del siglo XIX hay que tocar el tema de los viajeros. No en balde Arístides Rojas ha calificado esta centuria como la de la emancipación del espíritu. Y es que el siglo XIX desarrolló lo que había comenzado un siglo anterior con la Revolución Industrial. Las comunicaciones mejoraron, se comenzó a viajar y el espíritu de curiosear el planeta creció como nunca antes. Los viajeros del siglo XVIII eran más bien escasos. En el siglo XIX se multiplicaron. De los viajeros alemanes a Venezuela durante el siglo XIX merece la pena destacar a los pintores Anton Goering y Ferdinand Bellermann, el zoólogo y dibujante Karl Appun, el entomólogo Karl Moritz, por citar a los más relevantes.

También hay que mencionar lo negativo: El bloqueo a nuestras costas en diciembre de 1902. Los alemanes  venían de una rutilante intromisión relámpago como nación imperial. A partir de 1870 con la unificación y el triunfo alemán en la guerra franco-prusiana, comienza la expansión germana más allá de su territorio. El príncipe Otto von Bismarck, brillante y ambicioso aristócrata, amo absoluto de la política alemana, quería para el Kaiser no sólo la corona continental que inauguró en las narices mismas de los franceses en Versalles, sino un trofeo territorial en el mundo para competir todopoderosamente con sus pares europeos. Hans von Büllow, el ministro del Exterior sostenía sin ambages desde la Wilhelmstraße que los alemanes no habrían de permanecer en las sombras sino de cara al sol. Pronto los alemanes colocan el águila imperial en África y Asia. América era un continente apetecido y particularmente aspiraban a hacer de la isla de Margarita una base teutona. Con un énfasis delirante el editorial del periódico Münchener Allgemeines advertía en 1897 que la próxima tarea de Alemania era la de hacer desaparecer, por las buenas o por la fuerza, a la Doctrina Monroe. Las cartas estaban echadas. Bastaba una excusa cualquiera y el presidente Cipriano Castro se las ofreció en bandeja de plata cuando señaló que no reconocería deuda alguna que no hubiese sido contraída por su gobierno. Adicionalmente a esto, el trato despreciativo a las naciones extranjeras caldeó los ánimos.

El 8 de diciembre de 1902 el diligente cónsul venezolano en Trinidad, Carlos Benito Figueredo quien poseía una de las redes de espionaje más eficientes para reportar a Castro sobre los movimientos de la Libertadora, informa al presidente sobre la presencia de buques de guerra británicos y alemanes. A los pocos días, lo que hubiese sido interpretado como normal dentro de los movimientos navales propios de las potencias europeas en el Caribe, cambiaría drásticamente cuando estas naves dirigieron sus cañones contra la Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. La escuadra alemana por su parte no sólo bombardeó Puerto Cabello y la Guaira causando destrozos y pérdidas humanas sino que permitieron a sus marinos bajar a tierra y pillar sin detenimiento. Los excesos alemanes pronto tuvieron eco en Londres. Mientras los marinos de la casa Hohenzollern le entraban a saco a la soberanía nacional y los ingleses prudentemente se replegaban en silenciosa vigilancia, es anecdótico recordar que los italianos decidieron permanecer en alta mar pescando. La reacción venezolana fue inocua aunque en Maracaibo la resistencia nacional logró disuadir el desembarco de los alemanes. Su precaria fuerza naval fue reducida a la nada. En Puerto Cabello según contaba Alfredo Cortina, los cañones locales del Fortín Solano sólo pudieron dar en el blanco de un patio de la familia Gramcko. Sólo la intervención de los EE.UU y la posterior firma de los Protocolos de Washington salvaron la integridad territorial. Alemanes e ingleses regresaron a casa sin hacerse del territorio de Venezuela.

En cuestiones puramente militares, el gobierno de Joaquín Crespo recurrió a los alemanes a finales del XIX para que enviaran una misión militar de asesoría al Ejército. Tal colaboración no llegó a cuajar. Pero para el Gobierno de Castro, de quien se dice que era un germanófilo convencido, por sus tratos con los comerciantes alemanes en el Táchira y quien durante la Primera Guerra Mundial no tomó partido por nadie, trajo al general chileno Samuel MacGill en 1908, nombrado anteriormente por Castro cónsul en Panamá, formado en Prusia, para la reestructuración del Ejército Nacional. Ello explica que durante algún tiempo los militares venezolanos hasta usaran uniformes y cascos que emulaban al ejército prusiano.

Durante la Segunda Guerra Mundial y anteriormente con la ascensión al poder del nazismo, los años negros como los he llamado en algún otro ensayo, las relaciones entre Alemania y Venezuela se vieron afectadas por la entronización totalitaria. Si bien Venezuela se cuidó en un primer momento de que no hubiese persecución y hostigamiento a los miembros de la comunidad alemana en el país, a pesar de la circulación de listas negras que pedían a la población local no comerciar con los alemanes, el país estuvo al margen de la conflagración mundial. No obstante, los submarinos del Tercer Reich violaron las aguas territoriales y hasta atacaron la refinería de Curazao. Como sabemos, nuestro país fue vital por su petróleo en el triunfo aliado y como ha escrito el historiador Domingo Alberto Rangel, en la batalla de las Ardenas  se quemó carburante de Lagunillas. Los nazis en su proyecto mundial hasta habían nombrado a un Gauleiter en Venezuela, un jefe de región, que era el enlace con el Partido Nazi. Naturalmente esto se llevó a cabo con cierto secretismo y nunca a la luz pública. Venezuela le declararía la guerra a Alemania, formalmente se entiende, y una de las consecuencias de esa distancia fue el cierre de este colegio, el Colegio Alemán entre 1942 y 1952. Al reabrir sus puertas de nuevo, agregaría a su nombre el de Colegio Humboldt.

En el mapa sociológico y económico de la emigración alemana a Venezuela a mediados del siglo XX se apela a un detonante común en muchos de los casos: la Segunda Guerra Mundial. La persecución nazi, el conflicto bélico, el Holocausto, la destrucción de Alemania y la postguerra jugaron un papel determinante en que Venezuela fuese la nueva patria para todos aquellos que querían hacerse un futuro en la América del sur. Increíblemente muchos germanos confiesan que la curiosidad por esta nación la sembró en alguna parte el trepidante testimonio de lo que escribió el barón de Humboldt.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, y con la percepción del pueblo alemán por los suelos debido al funesto ejemplo histórico del nacionalsocialismo, en 1949, un grupo de venezolanos y alemanes funda la Asociación Cultural Humboldt. Esta institución que este año ha llegado a sus sesenta años ha servido de vaso comunicante para interrelacionar a Alemania y Venezuela particularmente a través del hecho cultural.

De los alemanes que llegaron a Venezuela durante la segunda mitad del siglo XX se puede decir que buena parte de ellos vinieron a desarrollar una nueva vida particularmente en las empresas alemanas que se fijaron en suelo venezolano. La industria de las telecomunicaciones, la química, la farmaceútica, la cervecera fueron los destinos más favorecidos, laboralmente hablando, para estos inmigrantes. Igualmente al margen de estas casillas, hemos tenido hasta dos artistas con el Premio Nacional de Artes Plásticas como Luisa Richter y Miguel von Dangel. Médicos como el doctor Alberto Maekelt quien luchó contra el Mal de Chagas junto al doctor Torrealba. Orquideólogos como Enrique Graf, galeristas como Lis Sanoja, profesoras de literatura como Liselotte Zetler de Vareschi, ceramistas como los esposos Zielke, zoólogos y conservacionistas como el doctor Pedro Trebbau, politólogos como Federico Welsch, cantantes líricas como Gisela Hollander o científicos como el recientemente fallecido doctor Werner Jaffé. Todos ellos le han dado a Venezuela un magnífico y notable aporte en sus diferentes campos. Gente de ejemplos que ha puesto su coraje, su dedicación y su vida para potenciar lo que Augusto Mijares llamó lo “afirmativo venezolano”. Adicionalmente, todos trafican con el hecho de que fueron hechizados por este país y su gente. Decidieron echar raíces y aquí están, como una muestra prodigiosa de una venezolanidad de nuevo cuño. Cuando comentaba  que la inmigración alemana había tenido características peculiares, lo apuntaba por el hecho de que estas gentes quieren, se identifican y permanecen en el país, guardando y preservando, evidentemente, sus rasgos culturales propios que han transmitido a sus descendientes como lo prueban los muchos apellidos alemanes que, desde el siglo XIX, jalonan la geografía nacional.

Quiero terminar con esta reflexión: La inmigración puede ser uno de los fenómenos más interesantes para un pueblo porque expande su visión del mundo. El hecho de que los venezolanos hayamos tenido especialmente en el siglo XX una tan rica como variada inmigración le otorga a nuestro país un pasaporte a la universalidad y nos permite ser más globales y entender que el mundo es una suma de muchos. Una juntura de culturas que cada día vale más la pena entender y apreciar.

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