viernes, 20 de septiembre de 2019

Bajar al bunker (I)

Si de aquí sale alguna información, fuiste tú; aquí no hay nadie más». Mientras decía estas palabras, Hugo Chávez miró a los ojos a su ayudante personal. Leamsy Salazar le sostuvo la mirada. «Por supuesto, mi comandante», respondió sin que se le quebrara la voz. Chávez cerró el asunto con un «espero que así sea». Sabía que el joven había visto y oído demasiado, pero estaba seguro de que entendería la advertencia. Llamado al lado del presidente venezolano al poco de salir de la Academia Naval, para entonces Salazar comenzaba a tener evidencias de que la revolución chavista era un gran fraude; todavía tuvieron que pasar varios años —oiría y vería aún más cosas— para convencerse. Al final, cogido en medio de divisiones internas, decidió contar lo que sabía, y lo hizo desde donde más daño podía causar. 


Era la Semana Santa de 2007 (quizás de un año antes; Salazar no lo puede precisar) cuando el joven oficial fue testigo de cómo Chávez en persona negociaba con los cabecillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) la compra de cargamentos de droga y la entrega a los guerrilleros de armas y otro material militar del Ejército venezolano con los que combatir al legítimo Gobierno de Bogotá. 

Chávez se recluyó esos días santos en una finca de Barinas, estado venezolano no lejos de la frontera con Colombia, en compañía de Rafael Ramírez, ministro de Energía y presidente de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), y de Ramón Rodríguez Chacín, exministro del Interior y dueño de la finca. Ramírez ponía el sistema de lavado de dinero a través de la petrolera nacional; Rodríguez Chacín, en permanente contacto con las FARC, se ocupaba de ir a buscar a los guerrilleros (los máximos dirigentes: Iván Márquez, Rodrigo Granda y Rafael Reyes) y de devolverlos a su campamento, pues no se hospedaban en la casa. Ese viaje lo hacía al volante él mismo de una camioneta, sin acompañamiento de escolta.

En los dos primeros días, los tres dirigentes venezolanos y los tres insurgentes colombianos estuvieron hablando entre ocho de la tarde y cuatro de la madrugada. En una de las jornadas se unió también la esposa de Iván Márquez, que también era comandante de un frente guerrillero. El tercer día hubo un encuentro a solas de Chávez con Raúl Reyes, que duró hasta las 5.30 de la mañana. En esa última reunión, Leamsy Salazar fue ordenado permanecer alejado; a la vista de Chávez por si este le requería algún servicio, pero fuera del alcance de las voces. Los dos días previos, sin embargo, el ayudante estuvo moviéndose entre los congregados, sirviendo agua y café y estando pendiente de los teléfonos personales que se habían dejado a un lado. Fue el único ajeno al círculo confabulado al que se le permitió entrar y salir. Así pudo escuchar muchas de las órdenes de Chávez. 

—«Rafael, cómprales a las FARC toda la mercancía que producen, toda la agricultura y el ganado. Págales un primer plazo de quinientos millones de dólares. ¡Le vamos a quebrar el espinazo a Uribe, pa’ joderlo!». 

La referencia al entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe, su enemistado vecino, Chávez la hizo con especial gozo, según recuerda Salazar. Por lo demás, estaba claro que, ante la presencia del ayudante, el comandante evitaba ser explícito y todos hablaban con sobreentendidos. ¿Qué productos agrícolas cultivaban las FARC o cuántas cabezas de ganado apacentaban para cobrarse tan abultada cifra? Lo que entregaron fueron unas pocas vacas, que llevaban una larga marca en la barriga. Salazar conocía bien qué era aquello, pues enrolado en las fuerzas especiales había servido en la frontera y varias veces se había topado con reses a las que se les había abierto para introducir cargas de cocaína en las varias cavidades del estómago que tiene el rumiante; cosidos de nuevo, los animales podían ser transportados sin levantar sospechas. 

—«Rafael, ponte de acuerdo con el Pollo. Aprovechando que ahora estamos comprando armamento ruso y desencuadrando armamento nuestro, una parte la podemos enviar a las FARC». 

Como las gestiones con el Pollo —el general Hugo Carvajal, entonces, y durante largo tiempo, jefe de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM)— se retrasaban, durante aquellos días el mismo Chávez le llamó con frecuencia por una red encriptada para transmitir sus órdenes. El presidente también tenía un teléfono aparte para estar en contacto con el guerrillero Iván Márquez cuando no estaba presente. 

—«¿Se ha entregado ya todo? ¿Cuánto falta? Todo lo que pidan los compañeros se lo entregan», le decía a Carvajal. 

Los cargamentos traspasados a las FARC, en grandes cantidades, incluían uniformes venezolanos, botas militares, computadoras, fotocopiadoras y máquinas de escáner, entre otro material. También se entregaron abundantes medicinas. De hecho, el general Carvajal estaba encargado de coordinar la atención médica de los campamentos de las FARC, tanto en el lado venezolano de la frontera como al otro: los médicos eran llevados hasta cierto punto y allí eran recogidos por guerrilleros para trasladarlos hasta sus centros de operaciones. Parte de esa actividad de Carvajal, así como la estrecha vinculación de las FARC con la dirección chavista, quedó de manifiesto cuando el 1 de marzo de 2008 un ataque del Ejército colombiano arrasó el campamento del cabecilla guerrillero Raúl Reyes y hubo acceso a su computadora. Comprometedores correos electrónicos y fotografías documentaron esa vinculación. «Estoy cagada», comentaría entonces María Gabriela, hija favorita de Chávez, quien durante esos encuentros en Barinas había saludado a los invitados y se había fotografiado con ellos. «Te aseguro que esas fotos las vieron los colombianos. No sé porqué no las han sacado», le dijo a Salazar.

Leamsy (Ismael al revés) había nacido en Caracas en 1974. En 1998 se graduó en la Academia Naval y pasó un año de especialización en un batallón de Infantería de Marina en la base naval de Punto Fijo. Estando en ese destino, un día fue enviado de urgencia a la comandancia general. El nuevo presidente del país, Hugo Chávez, quería escoger entre los números uno de las últimas promociones de cada arma para formar su guardia de honor: jóvenes militares que serían a la vez sus ayudantes personales y garantes de su seguridad. Salazar, de 25 años, fue seleccionado. Estuvo pegado al mandatario un par de años, hasta los sucesos de 2002 que desalojaron unos días a Chávez de la presidencia. En el momento de la restitución, Salazar fue captado por las cámaras ondeando la bandera patria sobre el tejado del Palacio de Miraflores, gesto que el presidente encomió después públicamente. Después se marchó. 
(Continuará
Fuente
"Bumeran Chávez"
Emili J. Blasco

sábado, 14 de septiembre de 2019

El tío de Europa

El matrimonio entre individuos con ascendencia común ha sido una constante a lo largo de la historia en las monarquías europeas. Los matrimonios endogámicos, por cuestiones de Estado, se utilizaron para sellar alianzas políticas o estrategias económicos que, con el paso del tiempo, derivaron en descendientes con taras físicas y mentales e incluso, como en nuestro país con Carlos II, acabaron con una dinastía.
Al poco tiempo del fallecimiento de Eduardo VII, monarca del Reino Unido y emperador de la India, conocido como el tío de Europa porque estaba emparentado con casi todas las monarquías europeas, estallaba la Primera Guerra Mundial que podríamos llamar la Guerra familiar de Eduardo VII.

Padre de Jorge V, rey de Inglaterra.

Tío de Guillermo II, kaiser de Alemania, y de Nicolás II, zar de Rusia.

Primo de Constantino I, rey de Grecia.

Cuñado de Alberto I, rey de Bélgica; de Manuel II, rey de Portugal y de Fernando I, rey de Bulgaria.

Además de otros que no participaron en la Primera Guerra Mundial, como Alfonso XIII, rey de España, del que era tío.

Javier Sanz.-


jueves, 12 de septiembre de 2019

Eiffel, una torre mal querida




Menudo disgusto tenían los parisinos de finales del siglo XIX. Un ingeniero vanguardista llamado Gustavo les estaba construyendo en la ciudad una torre de hierro enorme, horrible y que no servía para nada, salvo para ser la estructura más alta del mundo. El único consuelo que les quedaba es que aquella torre, cuya cimentación comenzó el 28 de enero de 1887, iba a ser desmontada en cuanto terminara la Exposición Universal de París. Menos mal que no lo hicieron. La Torre Eiffel sigue donde el ingeniero Gustave la dejó.

La pena es que la Torre Eiffel la podríamos tener plantada en Cataluña, porque el ingeniero Gustave Eiffel propuso construirla para la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Pero los responsables del Ayuntamiento barcelonés dijeron que aquello era muy caro, muy raro y que no encajaba en la ciudad. Además, Gaudí ya estaba construyendo su gran obra y la Sagrada Familia y la Torre Eiffel se daban de tortas. No pegaban. Así que Eiffel se fue con su torre a otra parte, a París, que era la anfitriona de la siguiente Exposición Universal, la del 89.


París dijo que bueno, que la hiciera, pero que luego la desmontara porque tampoco pegaba con la fina estética parisina. Y la torre comenzó a crecer, y los parisinos cada vez más espeluznados, y los artistas franceses con los pelos de punta… ¡Qué horror de monumento! ¡Qué monstruo de hierro que amenazaba con desmoronarse! Aquello había que desmontarlo a la voz de ya, y a punto estuvieron de hacerlo en la primera década del siglo XX.

Pero llegó la Primera Guerra Mundial y se descubrió que la elevadísima antena que coronaba la Torre Eiffel era crucial, porque interceptaba las comunicaciones de los alemanes. Por fin servía para algo aquella estructura de hierro de 300 metros de altura. Bueno, sirvió entonces para ganar la guerra y sirve ahora para que sea el monumento más visitado del mundo. Y no está en Barcelona. Pena. 

Nieves Concostrina

sábado, 7 de septiembre de 2019

Arden Craig

Esto no es una pintura. La foto fue tomada en 1911 por Francis James (FJ) Mortimer FRPS (1874) un pionero de la fotografía pictórica. El mar su tema favorito, capturó el naufragio Arden Craig, un barco de trigo de tres mástiles que se estrelló en rocas de nueve pies de agua después de que el capitán se desorientara en una niebla pesada.

Fotografía link:
 misfithistory 


Un país a los coñazos

Un país a los coñazos
J. L. Maldonado
-extracto-

En un país en donde los diputados —me disculpan que insista con el término— se caen a coñazos (es que suena sabroso y duele cuando es contigo); se insultan a diestra y siniestra sin importar que te vean por televisión a nivel nacional, qué puede pedírsele al ciudadano común que ve en sus “elegidos” por voto popular semejante ejemplo.  Es como el padre que le dice al niño que no pelee en el colegio, pero le cae a palos al pobre carajito por un quítame esas pajas. A esto debo sumarle que ahora estallan algunas refinerías en el oriente y el occidente del país, lo cual no es poca cosa; se inundan las avenidas porque revientan las tuberías de agua o porque la lluvia inclemente hace lo suyo (en esta ciudad mea un zancudo y todo colapsa), entre otros avatares que ya conocemos de sobra y que vienen a redondear la suma de nuestros problemas.

Inquieta que después de tanto petróleo —una suerte de maldición—, el país se caiga a pedazos (que rima además con el término en cuestión). Duele, este caos duele. No hay partidismo que justifique esta debacle. No hay que ser de un bando o del otro para darse cuenta que el camino transitado hasta ahora estaba errado. “Hoy da” indignación vernos en una titánica lucha de unos contra otros; “Hoy da” rabia ver que la corrupción cabalga a rienda suelta y en la asamblea se pelotean el sustantivo como papa caliente; “Hoy da” pánico ver como el periodismo es arrinconado por un contrincante que es tan venezolano como uno. El país está tan golpeado como las dos mujeres del metro y se parece mucho a aquel mítico combate narrado por Miguel Thoddé entre el venezolano Betulio González y el mexicano Miguel Canto  (ojo, cultura popular, yo no había nacido): “—¡Pega Betulio! ¡Vuelve a pegar Betulio! ¡Sigue pegando Betulio! ¡De nuevo pega Betulio! (...) Señores, se cayó Betulio”.


viernes, 6 de septiembre de 2019

Clases de putas en la antigua Roma

Cada cierto tiempo se lanzan globos sonda sobre la regularización y legalización de la prostitución pero, al final, queda en agua de borrajas. Los romanos, según dejó escrito Tácito, ya lo tenían regulado bajo la licentia Stupri. Para obtener esta licencia y ejercer la prostitución, estaban obligadas a registrarse (nombre, edad, lugar de nacimiento y nombre de guerra) ante la oficina del edil. Éstas eran las clases:

• Delicatae: Eran las putas de lujo a las que únicamente tenían acceso los más poderosos. Las que ahora se eligen con un catálogo y se les pone un pisito.      
• Famosae: Mujeres que sin ninguna necesidad, por su posición social, practicaban sexo por puro placer. El caso más significativo sería el de Valeria Mesalina, esposa del emperador Claudio. Cómo sería de libidinosa esta mujer que, aprovechando la ausencia de su esposo, organizó un concurso en palacio con las meretrices de Roma basado en ver quién se podía acostar con más hombres en un solo día. El «colegio» de prostitutas aceptó el reto y envió a Escila, una auténtica profesional que realizó veinticinco coitos antes de rendirse. Mesalina prosiguió durante la noche y, tras declarar que no se sentía aún satisfecha después de haber yacido con setenta hombres, continuó hasta el amanecer. El recuento final fue doscientos.      
• Lupae: Las que ejercían el oficio en los lupanares.      
• Noctilucae: Las que sólo trabajaban por la noche.      
• Copae: Las que trabajan en la caupona. Era una tienda de bebida rápida y comidas frías ya preparadas —generalmente vino, chacinas, quesos o encurtidos— que podías tomar o llevar. No había bancos ni mesas, sino una barra al exterior en la que los clientes por un as podían templarse con una copa de vino y algo que roer.      
• Fornicatrices: Las que se lo hacen bajo los arcos de puentes o edificios. El término fornix significa arco, de donde proviene «fornicar» (tener relaciones con una puta).      
• Forariae: Ejercían en los caminos rurales próximos a Roma y sus principales clientes eran los viajeros.      
• Bustuariae: Cerca de cementerios… con un poco de misterio.      
• Prostibulae: En la calle, sin ningún control.

Javier Sanz


¿CÓMO SE SACÓ LA FOTO MÁS FAMOSA DE WINSTON CHURCHILL?



Yousuf Karsh (1908-2002), de origen armenio, fue un fotógrafo canadiense. Nació en Mardin (Turquía), pero cuando tenía catorce años tuvo que huir a Siria, y más tarde a Canadá, escapando de la persecución (matanzas, y posterior genocidio) que sufrieron los armenios en Turquía. Ya en tierras canadienses, se instaló con un tío suyo que era fotógrafo y del que aprendió el oficio. Años más tarde, montó su propio negocio en Ottawa, cerca de la sede del Parlamento canadiense. Tuvo la suerte de que Mackenzie King, el primer ministro, entrase en su negocio para encargarle unas fotos familiares. Quedó tan impresionado por su trabajo que lo contrató para fotografiar a los dignatarios extranjeros que visitasen el Parlamento.

En 1941, con motivo de la visita de Winston Churchill al Parlamento canadiense para dar un discurso, Karsh instaló la cámara y el equipo de iluminación en una pequeña habitación habilitada para fotografiar al político inglés. Cuando Churchill terminó, le invitaron a pasar a la habitación para hacerle la fotografía, cosa que disgustó al dignatario porque no había sido informado. A regañadientes, accedió y pasó al improvisado estudio. «Tiene dos minutos. Y eso es todo, dos minutos», le advirtió al fotógrafo.

Karsh le indicó dónde debía situarse y preparó la iluminación. Cuando se dirigía hacia la cámara, Churchill encendió uno de sus famosos puros. Karsh le pidió que lo apagase, pero el político se negó. Se armó de valor, se acercó a él y le quitó el puro de la boca. Karsh se dio la vuelta y sintió los ojos Churchill clavados en su nuca… En ese momento pulsó el disparador que llevaba en la mano. Y obtuvo la foto más famosa de Winston Churchill, en la que aparece con su mano izquierda en jarras, la derecha apoyada en el bastón, expresión malhumorada y, lógicamente, sin puro.

Mosqueo, indignación, sorpresa… Se hizo el silencio… Hasta que Churchill, sonriendo, se acercó a Karsh le dio la mano y le dijo: «Puede hacerme otra. Usted podría hacer que un león rugiendo posase para un foto». 

Esta segunda foto, en la que Churchill se muestra sonriente, pasó sin pena ni gloria; pero la primera, portada incluso de la revista Life, es una de las más famosas de la historia. En 1967, Karsh fue nombrado miembro de la Orden de Canadá (la orden civil de mayor rango). De las cien personas más influyentes del siglo, según la elección de International Who’s Who en el año 2000, Karsh había fotografiado a cincuenta y una. 

Javier Sanz 

Confusión

Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre, así que adiviné que era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se fue al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el móvil colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros.

Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, así que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué enseguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer.

Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue, y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.

Cuentos de adúlteros desorientados
Juan José Millás


jueves, 5 de septiembre de 2019

Verónica a las tres

Una tarde, en una terraza del San Ignacio, fui a tomarme unos tragos con Verónica. Ella me recibió con la primera frase de Aurelia: “el sueño es una segunda vida”, luego se abstrajo, qué predecibles pueden llegar a ser las mujeres. Verónica siempre lo hace cuando la sobrepasan los vapores de la intensidad. ¿A cuál sueño te refieres? Riposté. ¿”Al tenebroso subterráneo” o a esa expectativa imposible, lamemorabilia, los paisajes que deseamos habitar cuando estamos plantados en la realidad? No sé. No sé, sonrió e iluminó su mirada. Tómate un trago conmigo y cuéntame ¿Me ayudarías a hacer realidad una fantasía? Pasó la mano por debajo de la mesa y me acarició el muslo, quedé en silencio, disfrutando su mano y una cálida erección que hablaba por mí. Sí, dile que sí, vamos a ver en qué lío me mete, gritaba. Terminé el trago, me paré, solté un billete sobre la mesa, siempre en silencio, sin mirar a Verónica, le di la espalda y me perdí por las galerías del centro comercial.

Anduve caminando un rato, crucé una calle, después otra, pasé frente a un hotelito viejo, e imaginé que allí estarían muriendo, en ese preciso momento, todas las fantasías de los amantes. Bajé al metro y me dejé llevar a los vagones del tren por la gente, el azar es perfecto, terminé muy cerca de mi casa, mediaba la tarde y los almendrones parecían chamuscarse bajo el sol deleznable y sucio del invierno tropical. Comencé a pensar que mi vida se estaba convirtiendo en una cadena incontestable de aburrimientos, había llegado al punto en que no quería arriesgar nada, porque nadie realiza su fantasía, ni siquiera pagando por ella, si no, pregúntenle al diablo, las fantasías se desdibujan y reaparece la realidad.

Me senté en un banco de la plaza, vi mi entrepierna, sentí compasión y le hablé. Siempre será mejor quedarnos con la duda, nunca sabremos en qué hueco nos habríamos metido. ¿Ves? Luego de la erección llega la calma.

Israel Centeno
Foto: Sofía Jaimes Barreto