miércoles, 12 de agosto de 2020

La Plaza Francia o Plaza Altamira



La Plaza Francia o Plaza Altamira está ubicada en la urbanización Altamira al este de la ciudad de Caracas. Fue construida a principio de la década de 1940 e inaugurada el 11 de agosto de 1945 con el nombre de Plaza Altamira.

Posteriormente, en 1967 se oficializa el cambio de nombre de Plaza Altamira por Plaza Francia, luego de un convenio entre las ciudades de Caracas y París para tener una Plaza Francia en Caracas y una Plaza Venezuela en París.


Fue diseñada por el urbanista Luis Roche, quien era el dueño de esta zona caraqueña. Roche tenia el deseo de que la obra contara con un elemento emblemático y así fue como ordenó la construcción del Obelisco de la plaza con la intención de que fuera “mas alto que la Catedral de Caracas”, de esta manera el esbelto Obelisco se convirtió en el primer proyecto de esa naturaleza diseñado para el área metropolitana.

Destaca en la Plaza, el Obelisco de Altamira, símbolo del Municipio Chacao, el Espejo de Agua y una fuente que cae hacia el fondo de la Plaza que se ha convertido en una pequeña área comercial y donde se encuentra la Principal Salida del Metro de Caracas en la Estación Altamira.


Fuente: .https://www.instagram.com/p/CDwbcPWHwZz/?igshid=ttn1u5iq1v27

viernes, 7 de agosto de 2020

Andreas, el loco de Dzaghkatzor

Vassili Grossman.- 
#cronica 1961

A las siete de la tarde, en el tranquilo pueblo de montaña de Dzaghkatzor, a sesenta kilómetros de Ereván, no hay ni un alma en la calle. Dzaghkatzor cuenta con su propio loco, el viejo Andreas, de setenta y cinco años. Dicen que se trastornó durante los asesinatos en masa de armenios perpetrados por los turcos: ante sus ojos mataron a miembros de su familia. Dicen que, cuando era joven, Andreas sirvió en el ejército zarista, en el destacamento de Andranik pashá líder partisano y general del ejército ruso venerado por los campesinos armenios que hace poco murió en Estados Unidos. El año pasado falleció la mujer de Andreas, una mártir que compartió su vida con un chiflado. Cuando vivía, él le pegaba, pero, al morir la vieja, no permitía que la enterraran: la abrazaba, la besaba, trataba de hacer que su querida amiga muerta se sentara a la mesa, quería darle de comer. Nadie se atrevía a acercarse a ese viejo loco empecinado en creer que su mujer seguía viva.

Ahora Andreas vive solo en una pequeña casa de piedra. Tiene dos ovejas que rebosan un amor candoroso por él; no ven nada extraño en su locura, en sus cantos nocturnos, en sus ataques de ira y de desesperación, en sus lágrimas o en su silencio. 


Siempre que alguien menciona en su presencia a Andranik pashá, Andreas llora. Desde los tiempos de Shakespeare es probable que no haya habido una figura que se adapte mejor al personaje del viejo y loco Lear que Andreas. De estatura mediana, ancho de espaldas, un poco corpulento, probablemente aquejado de un edema, vestido con una chaqueta de abrigo rústica bastante rota, sombrero de piel de cordero en la cabeza y un bastón grande y nudoso en la mano, deambula por las callejuelas empinadas de Dzaghkatzor con andares majestuosos, tristes y cenicientos. Lleva un ancho sombrero del que despuntan algunos rizos grises y canos que cubren su cabezota. En cuanto a su cara, haría deponer el pincel a Rembrandt: «Aquí no tengo nada que hacer, la naturaleza ya lo hizo todo por mí». Y, en efecto, es un rostro que se presta más a la cámara fotográfica que al pincel. Andreas tiene una frente leonina, cejas pobladas y prominentes, pliegues profundos alrededor de la boca, nariz grande, mejillas flácidas como el mariscal de campo Hindenburg y unos ojos saltones grises y amarillentos, encendidos y apagados al mismo tiempo. Hay bondad y fatiga en esa mirada, una rabia indómita y una angustia terrible, una mente reflexiva y la furia de la locura.


Los habitantes de Dzaghkatzor compadecen a Andreas. El astuto y precavido Karapet-aghá repatriado de Siria que cambió el digno cargo de propietario de una taberna en Alepo por el de gerente de una cantina-chiringuito en Dzaghkatzor, siempre invita a Andreas. Agasaja respetuosamente al viejo, y éste, a pesar de su orgullo y desconfianza general, nunca se ofende por la generosidad de Karapet y come a gusto su jash, un caldo caliente monstruosamente calorífico a base de gelatina de ternera y ajo. A veces Karapet-aghá ofrece un vasito de licor a Andreas. Éste se lo atiza, entona una canción de guerra sobre Andranik pashá y llora.

El pastor Khachik lleva a pastar las ovejas de Andreas a las montañas sin pedirle dinero a cambio. Siranush, la vecina, a veces alimenta la estufa del viejo con kiziak y le caldea el cuchitril de piedra. En una ocasión presencié la ira de Andreas. Imprecaba en armenio, pero, sirviéndose del sucio fuego de los insultos rusos, llevaba las maldiciones en su lengua a un estado incandescente.

Pronto descubrí qué había causado su rabia. De noche, por orden del comité del Partido, habían quitado de la plaza del pueblo la dorada estatua de yeso de Stalin.

Cuando Andreas lo descubrió, una ira terrible se apoderó de él. Blandía el bastón, se abalanzaba sobre los conductores y los niños, sobre Karapet-aghá y los estudiantes de Ereván llegados al pueblo para esquiar.

Para Andreas, Stalin era quien venció a los alemanes. Y los alemanes eran aliados de los turcos. Por lo tanto, quienes habían destruido su monumento debían de ser agentes turcos. Y los turcos mataron a mujeres y a niños armenios, ejecutaron a viejos armenios y exterminaron bárbaramente a personas pacíficas e inocentes: campesinos, obreros y artesanos. Mataron a escritores, científicos y cantantes. Los turcos asesinaron a la familia de Andreas, destruyeron su casa y liquidaron a su hermano. Los turcos mataron tanto a ricos comerciantes como a indigentes armenios; trataron de aniquilar al pueblo armenio. Contra los turcos combatió el gran general armenio Andranik pashá. Y el comandante en jefe del ejército ruso que derrotó a los poderosos aliados de los turcos fue Stalin.

Todos en el pueblo se reían de la furia de Andreas, pues confundía dos guerras: la Primera Guerra Mundial y la Segunda. El viejo loco exigía que se devolviese la estatua dorada de Stalin a la plaza de Dzaghkatzor, porque Stalin, al fin y al cabo, aplastó a los alemanes y venció a Hitler. Todos se reían del viejo: él estaba loco, y la gente a su alrededor, no. 


Andreas "Kaytzak" Sargsyan 
(1882-1969)
"Կայծակ" Անդրեաս Սարգսյան։

jueves, 6 de agosto de 2020

El paraíso tras el último peldaño

¿Qué decir del clima de Seván? Coñac como divisa de oro guardada en el cajón secreto del sol de montaña 

ÓSIP MANDELSTAM 



Armenia esconde sus maravillas en las alturas. A menudo, tras una escalera. Aquí la belleza es recompensa y, en invierno, blanca y resbaladiza. El camino desde Ereván hacia el lago Sevan, salpicado de jachkras y monasterios resume el sur armenio y explica que Mandelstam recuperase la inspiración tras cuatro años de sequía poética.
Llegamos a la estación de Abovyan en busca de un autobús con destino a Martuni, un lugar próximo al lago Sevan. El conductor abandona el corrillo de fumadores que se ha formado en el centro de la estación, abre la puerta corredera de su marshrutka y no sabemos reaccionar. Los cristales negros del autobús-furgoneta nos habían impedido ver cabeza alguna, pero en esa marshrutka no cabe ni un brazo más; sin embargo, bajo su punto de vista, todavía hay sitio para nueve personas. Mujeres, hombres y niños nos miran fijamente desde dentro y nosotros los miramos a ellos. Nuestro aspecto españolas, italianas, francesas, checa y eslovaco pasa inadvertido cuando vamos solos por la calle, pero es fácil imaginar que un nutrido grupo de chavales con mochila en el Cáucaso en invierno levanta la misma expectación que cualquier turista al uso. Que todos vivamos en Ereván y hayamos improvisado esta salida después de conocernos hace apenas unas horas es algo que ellos ignoran: nuestro aspecto es el de forasteros a los que hay que mirar con la extrañeza del poeta que va a las estaciones a imaginar la vida de los que van y vienen, un asombro universal que en cualquier mirada del mundo refleja la misma pregunta: ¿Qué habrán venido a hacer aquí? Y para eso no hace falta ser Yesenin, que usaba las estaciones de tren como escenario para sus recitales, sino haber nacido en el lugar al que el otro llega.
En un país que logra escapar a la esclavitud de los relojes, saber cuándo va a llegar el próximo autobús roza lo utópico. Incluso en la capital, el proceso por el cual se toma un autobús es simple y no responde a ataduras temporales de ningún tipo: llegar a la parada y esperar. La suerte ocurre o no ocurre y, esta vez, no hay otra marshrutka prevista durante las próximas horas que nos lleve a nuestro destino. O perdemos la oportunidad después de llegar hasta aquí o aguantamos el trayecto de setenta kilómetros de pie, doblados, ocupando un espacio que todavía no existe y que tendremos que ganar a base de golpes sutiles. ¿Nos engaña nuestra percepción del espacio? ¿Nos hace creer nuestra cultura que ocupamos más de lo que necesitamos? Ese es nuestro silencioso dilema hasta que irrumpe un hombre con una furgoneta vacía, un destino abierto y una dentadura incompleta, coronada por un bigote inquieto que no para de moverse y que nos saca de nuestro letargo.
Patverov habla ruso y me mira fijamente a los ojos como si de mí dependiese cerrar un trato que no entiendo. El hombre nos ofrece ir hasta el lago, pasar el día con nosotros, parar donde queramos y dejarnos en Ereván. ¡Música! es la única parte del trato que entendemos algunas. Lo dice elevando la voz, enfatiza su exclusividad y por veinte mil drams (unos treinta y siete euros) aceptamos su oferta mientras Patverov sigue gritando: ¡Música, música, música!
Paramos para repostar en una estación de servicio. Patverov nos pide que bajemos de la marshrutkaAhora es cuando se va con nuestro dinero y nos deja aquí, bromeamos. Suponemos que no es la forma armenia de proceder ni se arriesgaría a perder clientes en pleno invierno. Para un hombre armenio, solo su identidad está por encima de su palabra, y aquella depende en gran medida de esta. Patverov ya ha cerrado un trato. Aunque no deja de ser curioso que él pueda fumar junto al surtidor y tirar las colillas sin miramiento mientras nosotros tenemos que permanecer alejados. ¿Qué hace fumando con una mano mientras sujeta la manguera con la otra? El extranjero ávido de respuestas tendrá que aprender a contenerse en Armenia y dejar de hacerse preguntas. No intentes comprender, esto es el Cáucaso, suelen decir los oriundos. Aquí las cosas son sencillas: son, están, ocurren. Tratar de ir más allá es hablar a una pared soviética.
Aparan es el pueblo cuyos habitantes protagonizan la mayor parte de los chistes armenios. Algo así como Lepe en España. Sus habitantes son al resto de los armenios lo que los gallegos a los argentinos. Los chistes son los mismos, pero cambian los gentilicios, como si algo tan universal como burlarse del otro fuese un fenómeno local y propio. Una de las historias que circulan de boca en boca y de mesa en mesa, sugiere que Patverov no es de Aparan: A uno de Aparan le preguntan: ¿Fumas delante de tu padre? Y él dice: ¿Por qué no voy a fumar, si papá no es un bote de gas?
Tras un lento repostar, Patverov arranca su marshrutka, se acerca fingiendo intenciones de atropello y partimos hacia el Parque Nacional de Sevan, disfrutando de la música prometida.
En Gavar —o Kyavar, como pronuncian los locales—, Patverov dice que estamos en el pueblo más antiguo de Armenia. Si la primera mención del país data de hace más de cuatro mil años, estamos en un pueblo realmente viejo.
En el mercado, unos alegres carniceros exponen carne fresca al aire libre y las fruteras colocan ritualmente la fruta en torno a los hombres del pueblo, que pasan la mañana entretenidos echando partidas de nardi. Los juegos de mesa en Armenia son tan importantes que el ajedrez es asignatura obligatoria en los colegios. El armenio desarrolla y demuestra su inteligencia deslizando piezas sobre un tablero. Tal es su dedicación que los mejores ajedrecistas del mundo han crecido en el seno de una familia armenia, desde Petrosian hasta Kaspárov, quien comparó la popularidad del ajedrez en Armenia con la del fútbol en Latinoamérica.
Pasamos a un café y una mujer nos envía a una habitación apartada, quizá por albergar la mesa más grande. La mujer llega con más tazas de café de las que hemos pedido y una bandeja empapada. Deja las tazas chorreantes sobre la mesa mientras comemos algo de fruta. Pagamos trescientos drams por cada café armenio —un café realmente oriental que cada país del Este reivindica como propio— y nos marchamos.
El suelo está cubierto por una capa de hielo asesina. Pasamos con miedo y sigilo para despistar las miradas de los vendedores ante la eventual caída que todos parecemos temer. Una señora extiende una manzana buscando la atención de Michal. Sin tener muy claro si es un detalle desinteresado o una estrategia amable para ganar clientes, nuestro hombre pregunta si es un regalo para él y la señora asiente con una sonrisa mientras los otros vendedores observan la escena y murmuran un largo ¡Ooooh!, al unísono, que en todos los idiomas significa lo mismo.
Cerca del mercado, se eleva la iglesia de la Santa Madre de Dios, junto a la que nos espera un impaciente Patverov, un armenio afectado por la curiosa enfermedad de la prisa.

*     *     *


Los primeros jachkars salpican un infinito manto de nieve que se funde con el cielo nublado. Es el cementerio de Noratus. En su parte más antigua, alberga una agrupación de casi ochocientas de estas típicas cruces armenias talladas en piedra, lo que lo convierte en el mayor conjunto de jachkars del mundo después de que Azerbaiyán destruyese el de Jugha, entre 1998 y 2005. Tan inmenso es este cementerio que, cuentan, el príncipe armenio Gegham ordenó a su guarnición colocar sus cascos y espadas sobre cada cruz para simular, en la lejanía, un imponente ejército que amedrentase al enemigo. Y así fue como un ejército de tumbas disfrazadas de soldados habría hecho huir a los turcos otomanos. Una estrategia similar a la de los caballeros de Valencia que, colocando sobre Babieca el cadáver de su señor, extendieron la leyenda de que el Cid había ganado batallas después de muerto. Ambos ganaron, como mínimo, un poco de esperanza.
En el cementerio de Noratus el tiempo pasa por la muerte. Las antiguas cruces, talladas desde el siglo IX, dan paso a tumbas más recientes y sofisticadas: enormes sepulcros que son salas de estar al aire libre con mesas y asientos de piedra. El valor del cementerio reside en la visible evolución del arte del jachkar pero, sobre todo, en la forma en la que los diseños en torno a las cruces describen la cultura y la historia del país. 
Decía Kapuściński que estas cruces han sido el símbolo de la existencia del pueblo armenio, que marcaban las fronteras y, a veces, indicaban el camino. La victoria, el agradecimiento, la delimitación del territorio y hasta la muerte han sido plasmados en estas cruces desde que Armenia se convirtió en el primer país cristiano de la historia. 
Además de dibujos del difunto ejerciendo su profesión, algunos jachkars incluyen el símbolo de la eternidad, una espiral dentro de un círculo que hace referencia al sol y que sustituyó a la hoz y el martillo del escudo nacional después de que Armenia se independizase de la Unión Soviética, en 1991. Los monumentos fúnebres más elaborados incluyen, además, el tonir —una oquedad en el suelo donde que se cuece el pan—, algún joravats —típicas brochetas de carne y verdura a la barbacoa— y el saz —instrumento de cuerda tradicional—. En alguna lápida incluso quedan restos de vidrio, ya que, según una antigua tradición, romper un cristal simbolizaba la pérdida del miedo. Los pedazos de cristal se depositaban en la parte inferior de la tumba y, después, se vertía agua sobre la parte superior. Tal es la variedad de elementos que guarda este cementerio que en la pared de una de las capillas se inscribió una desgravación fiscal de siete líneas que especifica, con todo detalle, las condiciones del acuerdo por el que el shana —recaudador de impuestos— y el demetar —jefe de la aldea— quedaban exentos del pago de algunas tasas.
En el monasterio de Sevan, una pareja acaba de darse el sí, quiero. Ascendemos por unas escaleras eternas y congeladas que las invitadas han subido con tacones de veinte centímetros. De entre los coches adornados con lazos blancos sale un lustroso perro negro. O la amabilidad armenia es extensible al mundo canino o Armen, como decidimos llamar a nuestro nuevo guía, huele la comida que guardamos en las mochilas y nos acompaña durante todo el trayecto.
Cuando llegamos a una de las capillas del monasterio, aparece un joven de ojos escondidos y risueños con una garrafa de agua de cinco litros rellena de brandy y una tableta de chocolate. Extiende unos vasos de plástico sobre la mesa —clara muestra de la hospitalidad armenia es que siempre aparece una mesa en algún rincón y alguien dispuesto a llenarla— y nos ofrece el aperitivo con una sonrisa. Es su forma de presentarse. Dice que se está preparando para acceder al ejército, pero está en un monasterio perdido en la montaña esperando conversación y alguien a quien invitar a un trago de brandy.
Se ha dicho que el brandy armenio jugó un papel relevante en Yalta, cuando Churchill, Stalin y Roosvelt se repartían el mundo. Antes de la histórica foto en la que aparecen los tres mandatarios sentados, Stalin había regalado a Churchill una botella de Dvin. Tras degustarlo, Churchill estaba convencido de haber probado el mejor brandy del mundo y no solo lo dijo aquel día, sino que atribuía su longevidad a fumar puros, almorzar con puntualidad y beber una botella de brandy armenio al día. Cuentan los armenios que Churchill detectó que un día, el coñac al que se había acostumbrado tenía un sabor distinto. Llamó a Stalin, quien había exiliado a Siberia al artífice de un nuevo sistema de producción de brandy en la Unión Soviética. Stalin, tras atender las quejas de Churchill, liberó a aquel hombre, que recuperó su puesto.

*     *     *

Con el chico, aparece un hombre que hace las veces de guía turístico de manera improvisada y gratuita. Nos cuenta que bajo el monasterio discurre un pasadizo que permitía a los armenios refugiarse y huir de las invasiones mongolas. La historia de su país está plagada de invasiones, de vecinos hostiles, unas veces por motivos religiosos y otras, simplemente, porque Armenia es al Cáucaso lo que el niño vulnerable de la clase es a sus compañeros.
Todo ello transcurre bajo la atenta mirada de una señora que parece proteger el monasterio y que cambia de puerta a medida que nos desplazamos. Con media cara oculta bajo un pañuelo rojo intenso que le rodea la cabeza, nos cuenta que es viuda y que sus hijos buscan una vida mejor en Suiza. Probablemente guardar las puertas de esa capilla y esperar a los curiosos que se acercan al monasterio es lo más estimulante que puede hacer durante el día. 
El lago Sevan se derrama sobre un paisaje en el que montañas nevadas se mimetizan con las nubes simulando el infinito. Antes llamado Mar de Gegham, es el único de los tres grandes lagos de la Armenia histórica que permanece en territorio armenio. El nombre del lago es la herencia de Van, que ahora es el lago más grande de Turquía. Por su oscuridad, cuentan los armenios que un grupo de personas llegado de las proximidades de Van llamó al lago Negro Van.
Una de las leyendas más conocidas en Armenia trascurre en Van. En la isla Aghtamar vivía una princesa llamada Tamar, una mujer que se dedicaba a esperar al plebeyo del que se había enamorado. Cada noche, él tenía que llegar hasta ella a nado, guiado por la luz con la que la princesa iluminaba el agua. El padre de Tamar, enterado de aquellas visitas, dejó al muchacho sin luz en mitad del lago. Su cuerpo quedó varado en la orilla y la forma de su boca insinuaba que las palabras Akh Tamar se habían congelado en sus labios. El grito, dicen, aún se escucha por las noches.
El lago quedó al otro lado de la frontera, pero la leyenda se mudó a Sevan. Cerca del lago se colocó una estatua de Tamar que, brazos en alto, sujeta la antorcha con la que iluminaba el camino a su amado.
Cuando llegamos al punto más elevado del monasterio de Seván, el cielo se despeja y nos ofrece uno de los lagos más altos del mundo en todo su esplendor. Aunque la mano del hombre ha sido devastadora a lo largo de los años, a medida que el agua descendía iban apareciendo algunas reliquias de la antigüedad, como los jachkars más arcaicos que un día cubrió el agua donde Mandelstam se reencontró con sus musas. Nunca volvió a dejar de escribir. 

"HERIDAS DEL VIENTO"
CRÓNICAS ARMENIAS CON MANCHAS DE JUGO DE GRANADA
Virginia Mendoza.-


sábado, 27 de junio de 2020

Caracas, 1936

Caracas, 1936. Cuadra entre las esquinas de Gradillas y La Torre. El tranvía hace su correspondiente parada y los caraqueños disponen de un servicio de transporte eficiente y ecológico.

Desde épocas de la colonia, el transporte público en Caracas fue a tracción animal.
Era curioso lo educado que estaban los animales. Cuando un pasajero sonaba la campanita antes de llegar a la parada, estos se detenían sin tener que decírselo, y si nadie sonaba la campanita, estos seguían su marcha.
En las esquinas muy empinadas, como existen varias en La Pastora, se veía una mula sola esperando apartada y al llegar el tranvía esta se ponía ella sola delante y el cochero la enganchaba y así subía la calle empinada arrastrada por tres mulas (en lugar de las usuales dos), luego al llegar a la esquina final, la desenganchaban y ella volvía sola al punto de partida a esperar el otro tranvía.
Cuando llegaron los tranvías eléctricos, la capital estaba muy orgullosa, sus empresas los mantenían en perfecto estado y limpios, sus choferes y colectores siempre estaban uniformados y de punta en blanco.
Los recorridos entre los diferentes lugares tenían precios variables, una vuelta al Paraíso costaba 10 céntimos, a Sabana Grande o Chacao valía 50 céntimos, a los Dos Caminos y a Los Chorros un bolívar, y hasta Petare había que pagar Bs. 1,50.
Cuentan que era sabroso tomar el tranvía a las 9 de la noche cuando se regresaba del trabajo. El tranvía recorría la calle real de la Candelaria y se veían las ventanas de las casas abiertas e iluminadas con sus familias cenando o conversando.
Los tranvías eléctricos circularon por Caracas hasta 1947. Después fueron depositados en el terreno de la esquina de Cervecería; allí permanecieron hasta 1951 cuando fueron deaguazados y vendidos como chatarra.

Fuente: https://www.instagram.com/p/CB9DfPLHHZ5/?igshid=9nipe7utr4r5


sábado, 9 de mayo de 2020

GENOCIDIO BELGA EN EL CONGO

(1890-1905). Mientras Leopoldo II dictaba “normas” arbitrarias que expropiaban propiedades y recursos a los pueblos congoleños, permitía que su brutal ejército privado (la Fuerza Pública), cometiera todo tipo de atrocidades incluido el sistemático uso de torturas, secuestros y asesinatos que tenían el fin de aterrorizar literalmente a la población, para someterla más fácilmente a las ambiciones del rey.

Las incalculables riquezas que alberga el territorio congolés han sido objeto permanentemente de la codicia de reyes, imperios coloniales, multinacionales, políticos y aventureros de las más diversas categorías, siempre dispuestos a privar a los pueblos de sus recursos naturales.

En el siglo XIX, durante el reparto europeo de África, el Congo fue entregado al rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909), quien lo gobernó durante décadas, como si se tratara de su hacienda privada.

Eufemísticamente se le denominó Estado Libre del Congo. El dominio belga fue sanguinario, incluso para los brutales estándares del colonialismo europeo en África. En la búsqueda de caucho y marfil, los belgas asesinaron a más de 15 millones de congoleses en los primeros 30 años de su dominio.
La historia de la explotación de los recursos económicos del Congo mientras fue propiedad de Leopoldo II, es una de las historias más sangrientas de la historia contemporánea.

fuente:
https://www.instagram.com/p/B_5YJ6nlyg9/?igshid=1fn0rkw3g1wbi


lunes, 27 de abril de 2020

La Carraca, sin Miranda

En la cárcel de las 4 Torres en el arsenal de La Carraca pasó Francisco de Miranda los dos últimos años de su vida, desde 1814 cuando fue remitido allí desde Puerto Rico, hasta que murió el 14 de julio de 1816. 
Tuve oportunidad de estar en ese mismo lugar, en abril de 2013, con Rogelio mi esposo. Habíamos hecho un primer intento en un viaje a Cádiz tres años antes, pero no nos dejaron entrar. Se trata de una instalación de acceso restringido  que pertenece a la Armada española. Con la mediación de la Universidad de Cádiz, logramos hacer la visita, hicimos un recorrido por todo el lugar y estuvimos en el propio cuartico donde Miranda vivió sus dos últimos años de vida. Nada que ver con el cuadro de Miranda en La Carraca, por supuesto. Pero tampoco hay nada que permita reconstruir ni remotamente esa última presencia. Unos ramos de flores plásticas, placas de bronce en las paredes, un catre con la bandera de Venezuela, en un lugar desolador, que se encuentra en ruinas. Nada allí dice algo de Miranda, de sus días y sus noches, todo es ausencia y vacío. El momento más conmovedor de la visita fue cuando me asomé por la ventanita por la cual Miranda se asomaba día a día y veía esa soledad que lo rodeaba. Pude  ver entonces esa misma soledad que lo acompañó hasta el día de su muerte.Fue en ese momento cuando finalmente me pude conectar son su presencia. Todo esto lo cuento en El hijo de la panadera. Las fotos ofrecidas cuando escribí el libro las comparto ahora con ustedes. Allí está una vista del arsenal de La Carraca, otra del piso de arriba donde se encuentra la entrada al cuartico de Miranda, las fotos del interior y la vista desde la ventana donde se puede apreciar  el paisaje que acompañó a Miranda estos dos últimos años. Un recuerdo imborrable. 

Ines Quintero.-

miércoles, 22 de abril de 2020

NOCTURNO DE LOS ÁNGELES

Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres (…)
¡Son los ángeles!
Xavier Villaurrutia

Él siempre dice su verdad, siempre la dirá; nunca se desmiente pues es un inocente de treinta y ocho años de edad perseguido por hombres ansiosos de belleza. Hoy sale de su apartamento en una avenida populosa, enorme, larga, contaminada, sucia y feroz. Le rozan las miradas de deseo furtivas o descaradas mientras corre hacia la estación de Metro, afanoso por huir del peso agobiante de su vida sumergida en la inmensidad de las calles abarrotadas de automóviles, de cornetazos, de gritos, de maldiciones y de mentadas de madre. Elegantísimo y perfumado, el inocente se ríe de la propia mala suerte rumbo a la reinauguración de un bar que le encanta: ríos de güisqui, música sin fin, cuerpos lucidos en el baile, fotos y risas a granel. Ama su instante de vida plena pues es un libertario, tremebundo, antitodo, antigualla. Eso sí, es el único en el bar que no olvida su corazón ni eso que los militares sentimentales con dos tragos en la cabeza llaman el destino de la patria; después de la medianoche se monta en un taxi de modelo viejo que lo deja en una ancha y desierta avenida. Vestido de negro cerrado para pasar de incógnito ante los ojos de policías y guardias nacionales, el inocente coloca en la estatua de Simón Bolívar una larga bufanda con los colores del arcoíris en memoria de los soldados desconocidos que amaron y desearon a otros hombres en plena guerra de independencia. Hola mi querida oficial, aquí estoy protestando, le dice el inocente a una policía lesbiana que bailó con él en un bar hace algunos meses y que apareció de la nada y como si nada. Tranquilo mi amor, ¿tú eres del gobierno, no? Yo no, responde inocente, los que decimos nuestra verdad nunca somos gobierno. 
En pocos segundos la calle queda sola. 

"En Rojo" 
GISELA KOZAK ROVERO

El futuro en otro lado

Por Rhonny Zamora, periodista 

"¿Dónde está el futuro? que yo no lo veo (…)  hambre, destrucción y crisis nacional", cantaba Horacio a finales de los 80 con Desorden Público. Más de treinta años después la profética letra tiene una triste vigencia inusitada. El futuro parece negro como el petróleo cuyo precio en el mercado norteamericano descendió al subsuelo, de donde viene por primera vez en su historia. Si tienes petróleo debes pagar para que alguien te lo reciba porque hay mucha producción, poca demanda y no hay dónde almacenarlo más. No ruedan los carros, no vuelan los aviones, entonces no hay consumo. Al menos eso dice el mercado para mayo, en junio la cosa ¿mejora?...22$. Por ello, la Agencia Internacional de Energía pronosticó que el 2020 será el peor año de la industria petrolera en su historia.  En Europa aguantan más la pela y un barril por allá ronda los 25$, pero habrá que esperar cuánto petróleo más pueden almacenar, mientras que una simple e invisible cadena de proteínas sigue transformando nuestras vidas a paso arrollador. 

La Revolución Bolivariana, siempre visionaria y adelantada a su época, ya le daba a Cuba petróleo a cero. Si sumamos todos los regalos que le hemos dado, superamos la cifra de 40 millardos de dólares. Aquel plan de Hugo Chávez del Fondo de Estabilización Macroeconómica para atender una crisis como ésta no era malo, salvo que nadie controló a quienes lo manejaban: le sacaron brillo a la olla. Hoy, cuando más lo necesitamos, no hay un centavo, pero siempre hay esperanzas. Que la crisis sirva para transformarnos de una buena vez. Horacio, el futuro no está en el petróleo, está en otro lado.

Autopista Caracas–La Guaira

La Autopista Caracas–La Guaira fue proyectada y construida por el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez y la Junta Militar de Gobierno que lo precedió. Las obras se iniciaron en enero de 1950 y tardaron casi 4 años en ser concluidas, siendo inaugurada para finales de 1953, con un enorme costo (US$3,500.000 por kilómetro), al punto de que la edición de noviembre de 1952 de Mecánica Popular dijo de ella "Venezuela construye la carretera más costosa del mundo". Se utilizaron dos mil obreros, con más de 200 topadoras, tractores, camiones y niveladoras. 

Fuente:
.@venezueladeayer  

El arbol

Sale el sol. Inicia el día. Se levanta una vez más. Se pone su uniforme de árbol. Botas de roble. Chaleco de pino. Se va a trabajar. 
El árbol yace parado. Observa todo con calma. Es un día más en su rutinaria vida. Baja la mirada. Alza la vista. Mira a un lado. Mira al otro. Suspira. Respira. Observa el cielo. Ve las nubes danzantes. Oye los ruidos de los suburbios. La corneta de los carros. Los gritos y chismes de la gente. Todo sin problemas en la vida del árbol.  

Parece que le quieren. Le han colocado un techo. Es un toldo. Casualmente comienza a llover. Ahora el árbol no se mojará. Acaba la lluvia. Llega la tarde. Aparecen más amigos árboles. Se ven desde lejos. Otros están más cerca. Se deleitan por el paisaje. Cuentan chistes de árboles. Presumen de su munición frutal. Algunos son de peras. Otros de manzanas. Mangos. Son variados. 

A veces se preguntan qué estarán haciendo sus otros amigos árboles. Tienen tiempo sin verles. No han coincidido. Están ocupados haciendo nada. Llega uno de sus superiores. Es un árbol de más edad. Tiene condecoraciones de muchos tipos. Banana. Durazno. Naranjas. Mandarinas. Y muchas otras que desconocen. Los demás árboles tienen sus ramas extendidas. Le saludan rectos. Erguidos. Es la especialidad de los árboles. El superior devuelve el gesto. Se retira. 

Observan a la gente que transita. Los árboles se ríen y comentan sobre cuál de las chicas es su favorita. Cae la noche. Se oye un grito. Es la voz de una mujer. Está adolorida. Pide ayuda. Socorro. Auxilio. Los árboles la escuchan. Por desgracia no pueden hacer nada. Son árboles. Solo saben estar parados. De adorno. El cuerpo de la mujer cae en el piso. Muere despacio. 

Llega la mañana. Todo sin novedad. Simplemente continúan observando sin hacer nada. 
No se les puede pedir milagros, después de todo son árboles…
"Caracas: Selva de Concreto"
José Isabel

domingo, 19 de abril de 2020

Palabras Armadas

El lenguaje de los guerreros es uno de los que más ha aportado a la creación de palabras, no sólo en el castellano sino en la mayoría de los idiomas. En el vocabulario cotidiano hallaremos decenas de términos que provienen de las fortalezas, los cuarteles y los campos de batalla. 

Armario era el mueble donde se guardaban las armas. Hacia allí corrían todos cuando se daba la voz de “¡Al arma!”, que derivó en las alarmas. Pelear, por su parte, tiene un origen sencillo y a la vez entretenido: era luchar tomándose de los pelos. Batir significa golpear, como lo muestra el poeta Rafael Obligado en sus versos dedicados al Tambor de Tacuarí: 

Bate el parche un pequeñuelo  
que da saltos de arlequín, 
que se ríe a carcajadas  
si revienta algún fusil, 
porque es niño como todos, 
el Tambor de Tacuarí. 

La palabra se originó en el latín battuere (golpear). A ella le debemos —además de batir— batería (conjunto de piezas de artillería), batalla, batahola y batallón. Un combate es precisamente eso: com battere (pelear juntos). Duelo fue el enfrentamiento entre dos, es decir entre un dúo. Lance era el combate con lanzas. Es fácil advertir que el verbo lanzar surgió de “arrojar la lanza”. 

Tomemos dos sinónimos de lanza: por un lado, pica (con su punta para picar, popularizada en la baraja francesa) ha dado el diminutivo piqueta, la herramienta utilizada sobre todo en las minas. El otro sinónimo es asta. Hoy relacionamos el asta con el mástil de la bandera. Pero también la tenemos presente en otros impensados rincones del vocabulario. Cuando decimos astilla estamos refiriéndonos a un asta pequeña. Los galpones donde se fabricaban las embarcaciones de madera quedaban llenos de astillas: pasaron a ser conocidos como astilleros. 

El asta tiene más parientes. Los romanos la clavaban con un estandarte distintivo para señalar el lugar donde estaba la propiedad o los objetos que iban a rematarse. Lo que se hallaba debajo de la lanza (es decir, su-basta) se ofrecía al mejor postor. De los tiempos en que se abordaban fortificaciones viene el ataque por asalto, que era aquel que se hacía trepando los muros, saltando por encima de ellos, es decir mediante el sistema denominado a-salto

La transición entre las armas clásicas y las de fuego, incluyendo su conjunción en la bayoneta, no fue de corta duración. Al respecto, podemos decir que los arcabuces comenzaron a ser tomados muy en serio a partir de la batalla de La Bicocca —al oeste de Milán— que protagonizaron las fuerzas de la corona española con las del reino francés (y sus respectivos aliados) el 27 de abril de 1522. Las bajas de los piqueros suizos debidas a la puntería de los arcabuceros españoles de Carlos V definieron el pleito de inmediato. Hoy llamamos bicoca al objeto de cierto valor que obtenemos sin demasiado esfuerzo. 

"Historia de las Palabras" 
Daniel Balmaceda.-

jueves, 2 de enero de 2020

Donde se habla de «intelectuales comprometidos» y de «teólogos de la liberación»

-Extracto- 

Cuando escucho la palabra «intelectual» mi mano corre a la pistola.
Hanns Johst. 
ººº

El gran cantor del marxismo chileno fue, sin lugar a dudas, entre todas las alabanzas que tuvo en Occidente, el poeta Pablo Neruda. A sus versos se deben, en buena parte, las lágrimas derramadas por tantos «intelectuales» radicales-snob sobre la sepultura de aquel Salvador Allende que no logró recorrer, sino por pocos años, la feliz vía cubana. 


Para entender el fenómeno del izquierdismo de los ambientes «intelectuales» es necesario tener presente que fue una moda ideada en Moscú, que se arrastró durante toda la segunda mitad del siglo XX.

Exactamente la misma cosa se verificó, hacia el final del siglo, con la llamada «corrección política» en temas como la cuestión racial y la homosexualidad. 

No es una casualidad que el desarrollo del extremismo de izquierda en Chile, como en todos los países latinoamericanos y europeos, se haya manifestado hacia el final de los años 60 e inicio de los 70, cuando en el mundo explotaba la rebelión juvenil y proliferaban los así llamados «intelectuales comprometidos», como Pablo Neruda, aquel Neruda que en 1970 celebró la ascensión de Allende al poder con las siguientes palabras: «Ha nacido un movimiento liberador de enormes proporciones que llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para que realice actos de justicia impostergables».

Fuese quien fuese Neruda (alto exponente del Partido Comunista chileno, pero «capitalista», propietario de diversas casas, una de ellas en Valparaíso con una hermosa vista al mar y otra en la base del cerro San Cristóbal que domina Santiago) lo podemos entender leyendo una publicación del diario italiano Il Messaggero. En septiembre de 1993, éste reproducía un artículo que comenzaba con un elogio al poeta y escritor soviético Ilia Ehrenburg (quien, en 1945, animó a los soldados de la Armada Roja a no dejar vivo a ningún alemán, ni siquiera a un bebé, y a no dejar de violar a ninguna alemana, fuera niña o tuviera 90 años). 

Hay que reconocer, entre tanto, que el autor de dicho artículo tenía cierta sinceridad: después de haber admitido que Pablo Neruda era «un comunista convencido, empeñado hasta el cuello», ponía en evidencia (aunque en los términos herméticos típicos del intelectualismo de izquierda) que el poeta era «crítico en el momento justo». Esto equivale a decir que se adaptaba de buen ánimo al cambiar del viento, lo cual no impidió a los comunistas chilenos proponer a Neruda como candidato presidencial en 1969. 

Es una pena que Neruda haya muerto en 1973. Si hubiera vivido por algunos años más, hubiéramos saboreado el embarazo de un comunista que solía definir a la Unión Soviética como «Madre (con M mayúscula) de los hombres libres», y que había hecho imprimir aquel Que despierte el leñador, una de las más ridículas alabanzas que subsiste sobre la Unión Soviética y la persona de Stalin. Con obras de este tipo, Neruda obtuvo en 1971 un Premio Nobel. Lo que no sorprende si se considera cómo, por qué, por quiénes y a quiénes son entregados los Nobel de Literatura y de la Paz. Significativo, en este sentido, es el caso del argentino Jorge Luis Borges, a quien le negaron a último momento el Nobel de Literatura porque había sido recibido privadamente por Pinochet. 

Fuente: Mario Spataro 
"Pinochet: las 《incomodas》verdades" 



miércoles, 1 de enero de 2020

ANNUM NOVUM FAUSTUM FELICEM

En Año Nuevo los romanos solían hacerse regalos (strenae) como buen augurio. Eran frecuentes las lucernas como ésta, con un formato de inscripción que parafraseo y os deseo:
ANNUM NOVUM FAUSTUM FELICEM VOBIS MMDCCLXXIII AB URBE CONDITA!
¡Feliz 2020, 2773 AUC! Happy 2020! Auguri 
...
Si os fijáis en la decoración del disco, vemos la presencia del dios Jano, protector de inicios y tránsitos, que con sus dos caras mira al pasado y al futuro, y de cuyo nombre deriva el del mes de enero (Ianuarius) que empezamos hoy y que "estrena" (sí, de ahí viene) el año. 
...

Enero 

Como era el primero del año los romanos lo dedicaron al dios Jano, patrón de puertas, comienzos y finales. Lo llamaron "Ianuarius", término del que derivan Enero🇪🇸, January🇬🇧, Janvier🇫🇷, Gennaio🇮🇹... 



As con Jano en anverso, acuñado en 100 a.C. 
...

Las lucernas eran productos asequibles y por ello frecuentes como strenae, pero encontramos también objetos más preciados, como estas hojas de laurel realizadas en ámbar que presentan la inscripción ANNFF.

¿Intuís lo que significa? 


Una felicitación de Año Nuevo estandarizada como la que vimos al inicio...

AN(num) N(ovum) F(austum) F(elicem).

Es decir, "[Te] deseo un feliz Año Nuevo". 

Fuente: 
https://twitter.com/carmen_caesaris/status/1212443537142362112?s=19