sábado, 22 de junio de 2013

Relaciones

"La pasión es tan fuerte que la seguimos recordando mucho después de que se haya desvanecido. Un impulso tan seductor que puede empujarnos a los brazos de amantes inesperados. Una sensación tan abrumadora que puede derribar las murallas que hemos levantado para proteger nuestro corazón. Un sentimiento tan intenso que resurge aunque nos aferramos por mantenerlo enterrado. Sí, de todos los sentimientos la pasión es la que nos da una razón para vivir, y una excusa para cometer toda clase de crímenes".

Entra, desconocido

Por su propia naturaleza las personas siempre vigilan a los intrusos. Intentan impedir que los que están fuera puedan entrar, pero siempre hay quien entra a la fuerza en nuestra vida, lo mismo que hay otros a los que invitamos a entrar. Pero los más misteriosos de todos, son aquellos que nos observan desde afuera, aquellos a los que nunca llegaremos a conocer a fondo.
D.H-W.

Ya van dos'

"Las novias son criaturas sensibles y nadie lo sabe mejor que las damas de honor que tienen que soportarlas. Pero el tema en el que las damas de honor deben tener más tacto es en el vestido que tienen que ponerse. Sí, una dama de honor puede cuestionar muchas de las elecciones de la novia, pero el novio no es una de ellas."
"¿Has conocido a la pareja perfecta? ¿Dos almas gemelas cuyo amor nunca muere? ¿Dos amantes cuya relación nunca se ve amenazada? ¿O un marido y una mujer que confían el uno en el otro por completo? Si no has conocido a la pareja perfecta permíteme que te la presente. Están en lo alto de una capa de merengue. ¿El secreto de su éxito?... bueno, nunca tienen que mirarse a la cara."





viernes, 21 de junio de 2013

Ah, pero por debajo

Sí, ahora que puedo ver el mundo que he dejado atrás lo veo todo muy claro: la belleza que espera ser develada, los misterios que anhelan ser descubiertos, pero la gente rara vez se para a mirar, simplemente sigue su camino, y es una lástima, de verdad, porque hay mucho que ver.
D.H-W.

lunes, 17 de junio de 2013

Para acabar con Ingmar Bergman


El séptimo sello

(El drama se desarrolla en el dormitorio de la casa de dos pisos de Nat Ackerman, en algún lugar de Kew Gardens, Nueva York. La habitación está enmoquetada. Hay una gran cama doble y un inmenso velador. La habitación está amueblada y acortinada de forma meticulosa y en las paredes hay varias pinturas y un barómetro no muy atractivo. Se oye una música suave cuando se levanta el telón. Nat Ackerman, un confeccionista de prêt-à-porter de cincuenta y siete años, calvo y panzudo, está echado en la cama terminando de leer el Daily News. Lleva puestas una bata y zapatillas y lee a la luz de una lamparilla cogida con grapas al cabezal blanco de la cama. Es cerca de medianoche. De pronto, se oye un ruido, Nat se sienta y mira la ventana.)

NAT: ¿Qué diablos es eso?
(Trepando torpemente por la ventana, aparece una figura sombría y con capa. El intruso viste una capucha negra y ropa ajustada al cuerpo también de color negro. La capucha le cubre la cabeza, pero no la cara, que es de mediana edad y absolutamente blanca. De algún modo, tiene cierto parecido con Nat. Resopla sonoramente y luego, saltando por encima del marco de la ventana, se deja caer en la habitación.)
LA MUERTE (porque de eso se trata): ¡Dios santo! Casi me rompo el cuello.
NAT (observando perplejo): ¿Quién es usted?
LA MUERTE: La Muerte.
NAT: ¿Quién?
LA MUERTE: La Muerte. Escuche... ¿puedo sentarme? Casi me rompo el cuello. Estoy temblando como una hoja.
NAT: ¿Quién es usted?
LA MUERTE: La Muerte. ¿No tendría un vaso de agua?
NAT: ¿La Muerte? ¿Qué quiere decir... La Muerte?
LA MUERTE: ¿Qué diablos le pasa? ¿No ve mi traje negro y mi rostro blanco?
NAT: Sí.
LA MUERTE: ¿Y le parece que puedo ser Pinocho?
NAT: No.
LA MUERTE: Entonces soy La Muerte. Ahora bien, ¿podría darme un vaso de agua... o un agua tónica?
NAT: Si se trata de una broma...
LA MUERTE: ¿Qué clase de broma? ¿Tiene cincuenta y siete años? ¿Nat Ackerman? ¿Calle Pacific 118? A menos que me haya equivocado... ¿dónde habré dejado el papel?
(Se revisa los bolsillos hasta que saca una tarjeta con una dirección. La verifica.)
NAT: ¿Qué quiere de mí?
LA MUERTE: ¿Que qué quiero? ¿Qué le parece que quiero?
NAT: Debe de estar bromeando. Estoy en perfecto estado de salud.
LA MUERTE (sin dejarse impresionar): Uh-uh. (Mira en derredor.) Es un hermoso lugar. ¿Lo hizo usted mismo?
NAT: Tuvimos una decoradora, pero yo la ayudé.
LA MUERTE (mirando una foto en la pared): Me encantan esos chicos de ojos grandes.
NAT: No quiero irme todavía.
LA MUERTE: ¿Usted no quiere irse? Por favor, no empecemos. No empeore las cosas, la ascensión me ha mareado.
NAT: ¿Qué ascensión?
LA MUERTE: Subí por la tubería del desagüe. Quería hacer una entrada dramática. Vi las ventanas abiertas y pensé que usted estaría despierto leyendo. Imaginé que sería divertido subir y entrar así, por las buenas, ya sabe... (Chasquea los dedos.) Pero me enganché el tacón en una enredadera, se rompió la tubería y me quedé colgado por un pelo. Después se me rasgó la capa. Mire, mejor vamonos de una vez. Ha sido una noche terrible.
NAT: ¿Así que, además, me ha roto la tubería del desagüe?
LA MUERTE: Roto, roto, no, sólo un poco torcido. ¿No oyó nada? Me pegué un porrazo en el suelo.
NAT: Estaba leyendo.
LA MUERTE: Entonces debía estar muy concentrado. (Hojea el periódico que leía Nat.) «Colegialas sorprendidas en una orgía de marihuana.» ¿Me lo presta?
NAT: Aún no he terminado.
LA MUERTE: Bueno... no sé cómo decírselo, amigo, pero...
NAT: ¿Por qué no tocó el timbre abajo?
LA MUERTE: ¿Y qué, si no, estoy tratando de explicarle? Podría haberlo hecho, pero ¿qué impresión le habría causado? Así queda más dramático. Pasa algo. ¿Ha leído Fausto?
NAT: ¿Qué?
LA MUERTE: ¿Y qué habría ocurrido si hubiera estado acompañado? Estaría sentado, ahí, con gente importante. Llego yo, La Muerte. ¿Qué le parece mejor? ¿Que toque el timbre o aparezca de pronto? ¿En qué está pensando, hombre?
NAT: Escuche, señor, es muy tarde.
LA MUERTE: Tiene razón. Bueno, ¿vamos?
NAT: ¿Adonde?
LA MUERTE: La Muerte. Eso. La cosa. Los Felices Campos de Caza. (Se mira la rodilla.) ¿Sabe?, es una herida bastante profunda. Mi primer trabajo y puede que coja una gangrena.
NAT: Espere un minuto. Necesito tiempo. No estoy listo para ir.
LA MUERTE: Lo lamento mucho. No puedo hacer nada por usted. Me gustaría, pero ha llegado la hora.
NAT: ¿Cómo puede haber llegado la hora? ¡Si acabo de asociarme con Original Prêt-à-porter!
LA MUERTE: ¿Qué diferencia hay entre un par de billetes más o un par de billetes menos?
NAT: ¡Claro! A usted ¿qué le importa? Debe de tener todos los gastos pagados.
LA MUERTE: ¿Quiere venir conmigo ahora?
NAT (estudiándolo): Perdone, pero no puedo creer que sea usted La Muerte.
LA MUERTE: ¿Por qué? ¿Qué se esperaba... Rock Hudson?
NAT: No, no se trata de eso.
LA MUERTE:   Siento   mucho   haberle  desilusionado,  pero,   oiga usted...
NAT: No se enfade. No sé; siempre pensé que usted sería... eh... un poco más alto.
LA MUERTE: Mido un metro setenta. Es normal para mi peso.
NAT: Se parece algo a mí.
LA MUERTE: ¿Y a quién tendría que parecerme? Al fin y al cabo soy su Muerte.
NAT: Deme un poco de tiempo. Un día más.
LA MUERTE: No puedo, ¿qué quiere que le diga?
NAT: Un día más. Veinticuatro horas.
LA MUERTE: ¿Para qué las necesita? La radio dijo que mañana llovería.
NAT: ¿No podríamos llegar a algún acuerdo?
LA MUERTE: ¿Como cuál?
NAT: ¿Juega al ajedrez?
LA MUERTE: No.
NAT: Una vez vi una foto suya jugando al ajedrez.
LA MUERTE: No podía ser yo porque no juego al ajedrez. Gin rummy, quizás.
NAT: Juega al gin rummy?
LA MUERTE: ¿Si juego al gin rummy? Juega McEnroe al tenis?
NAT: Es muy bueno, ¿no?
LA MUERTE: Muy bueno.
NAT: Le diré lo que haré...
LA MUERTE: No quiera llegar a ningún acuerdo conmigo.
NAT: Le reto al gin rummy. Si gana usted, me voy enseguida. Si gano yo, me da un poco más de tiempo. Un poquitín... un día más.
LA MUERTE: ¿Y quién tiene tiempo para jugar al rummy?
NAT: Vamos, vamos. Dice que es tan bueno...
LA MUERTE: Aunque me gustaría hacer una partidita...
NAT: Vamos, pórtese como un caballero. Jugamos media hora.
LA MUERTE: En realidad, no debería...
NAT: Aquí mismo tengo las cartas. No se ahogue en un vaso de agua. Vamos.
LA MUERTE: De acuerdo, empecemos. Juguemos un poco. Me relajará.
NAT(tomando las cartas, una hoja, para anotar, un lápiz): No se arrepentirá.
LA MUERTE: No me dore la píldora. Vamos a las cartas, deme un agua tónica y algo de picar. ¡Vaya! Aparece un desconocido en su casa y usted no tiene ni patatas fritas para ofrecerle.
NAT: Abajo hay galletas en un plato.
LA MUERTE: ¿Galletas? Y si viene el presidente, ¿qué? ¿También le daría galletas?
NAT: Usted no es el presidente.
LA MUERTE: Dé las cartas.
(Nat da y sirve un cinco.)
NAT: ¿Quiere jugar a una décima de centavo para hacerlo más interesante?
LA MUERTE: ¿No le parece aún lo suficientemente interesante para usted?
NAT: Juego mejor si hay dinero de por medio.
LA MUERTE: Lo que usted diga, Newt.
NAT: Nat. Nat Ackerman. ¿No sabe mi nombre?
LA MUERTE: Newt, Nat... ¡tengo tanta jaqueca!
NAT: ¿Quiere ese cinco?
LA MUERTE: No.
NAT: Entonces, recoja.
LA MUERTE (mirando sus cartas mientras recoge): Dios santo, no conseguí nada.
NAT: ¿A qué se parece?
LA MUERTE: ¿A qué se parece qué!
(A lo largo de la siguiente conversación, cogen y abren cartas.)
NAT: La Muerte.
LA MUERTE: ¿Cómo tendría que ser? Usted abrió allí.
NAT: ¿Hay algo después?
LA MUERTE: Aaahhh, se está guardando los dos.
NAT: Le estoy preguntando. ¿Hay algo después?
LA MUERTE (con aire ausente): Ya verá.
NAT: Ah, entonces, ¿voy a ver algo?
LA MUERTE: Pues, quizá no tendría que habérselo dicho de ese modo. Descarte.
NAT: No suelta usted prenda, ¿eh?
LA MUERTE: Estoy jugando a las cartas. NAT: Pues bien, juegue.
LA MUERTE: Mientras tanto, le estoy regalando una carta tras otra.
NAT: No mire el mazo.
LA MUERTE: No estoy mirando. Lo estoy poniendo recto. ¿Cuál es la carta para cerrar?
NAT: ¿Ya está listo para cerrar?
LA MUERTE: ¿Quién dijo que estaba listo para cerrar? Lo único que pregunté es con qué carta se cierra.
NAT: Y lo único que yo pregunto es si debo esperar algo después.
LA MUERTE: Juegue.
NAT: ¿No puede decirme nada? ¿Adonde vamos?
LA MUERTE: ¿Nosotros? Para decirle la verdad, usted tropezará en un montón de pliegues en el suelo y se caerá.
NAT: ¡Oh, no quiero verlo! ¿Me va a doler?
LA MUERTE: Un par de segundos.
NAT: Extraordinario. (Suspira.) Lo que me faltaba Un hombre acaba de asociarse con Original Prêt-à-Porter y...
LA MUERTE: ¿Qué tal con cuatro puntos?
NAT: ¿Cierra y se va?
LA MUERTE: ¿Son buenos cuatro puntos?
NAT: No, yo tengo dos.
LA MUERTE: Está bromeando.
NAT: No, usted pierde.
La MUERTE: ¡Dios santo! Y pensar que creía estar guardando los seis.
NAT: No, su turno. Veinte puntos y dos cajas. Dé. (La Muerte da las cartas.) Debo caerme al suelo, ¿eh? ¿No puedo estar de pie encima del sofá cuando suceda?
LA MUERTE: No; juegue.
NAT: ¿Por qué no?
LA MUERTE: ¡Porque todo el mundo se cae al suelo! Déjeme en paz. Estoy tratando de concentrarme.
NAT: ¿Por qué tiene que ser al suelo? ¡Es lo único que digo! ¿Por qué demonios no puedo estar al lado de un sofá cuando suceda?
LA MUERTE: Haré lo que pueda. ¿Quiere jugar, sí o no?
NAT: De eso estoy hablando. Usted me recuerda a Moe Leftkowitz. Tozudo como una mula.
LA MUERTE: ¿Que le recuerdo a Moe Leftkowitz? ¡Soy una de las figuras más terroríficas que pueda imaginarse y al señor le recuerdo a Moe Leftkowitz! ¿Quién es? ¿Un peletero?
NAT: Ya le gustaría ser ese peletero. Gana ochenta mil dólares al año. Fabricante de pasamanos. Tiene su propia fábrica. Dos puntos.
LA MUERTE: ¿Qué?
NAT: Dos puntos. Voy. ¿Qué tiene?
LA MUERTE: Tengo una mano como el resultado de un partido de baloncesto.
NAT: Y son espadas.
LA MUERTE: ¡Si no hablara tanto!
(Vuelven a dar y siguen el juego.)
NAT: ¿Qué quiso decir cuando dijo que era su primer trabajo?
LA MUERTE: ¿Qué le parece?
NAT: ¿Quería decirme acaso... que antes de mí no ha muerto nadie?
LA MUERTE: Por supuesto que sí. Pero no los llevé yo.
NAT: Entonces ¿quién lo hizo?
LA MUERTE: Los Otros.
NAT: ¿Hay otros?
LA MUERTE: Claro. Cada uno tiene su forma personal de irse.
NAT: No lo sabía.
LA MUERTE: ¿Por qué habría de saberlo? ¿Quién se cree que es al fin y al cabo?
NAT: ¿Qué pretende decir con eso de quién me creo que soy? ¿Acaso soy un Don Nadie?
LA MUERTE: Nadie no. Es un confeccionista de prêt-à-porter. ¿De dónde va a sacar un conocimiento de los misterios eternos?
NAT: ¿De qué está hablando? Yo gano mucha pasta. Envié a mis dos chicos a la universidad. Uno está en publicidad, el otro se casó. Tengo casa propia. Llevo un Chrysler. Mi mujer tiene lo que se le antoja. Criadas, abrigo de visón, vacaciones. En este momento está en Eden Roc. Cincuenta dólares al día sólo porque quiere estar cerca de su hermana. Tengo que reunirme con ella la semana que viene, entonces, ¿qué piensa que soy? ¿Un tipo corriente?
LA MUERTE: Está bien. No sea tan quisquilloso.
NAT: ¿Quién es quisquilloso?
LA MUERTE: Yo también podría enfadarme porque me ha insultado.
NAT: ¿Quién le ha insultado?
LA MUERTE: ¿No dijo que lo había desilusionado?
NAT: ¿Qué espera? ¿Pretende que tire la casa por la ventana?
LA MUERTE: No estoy hablando de eso. Quiero decir, yo personalmente, que soy demasiado bajo, que soy eso, que soy lo otro.
NAT: Dije que se parecía a mí. Es como un reflejo.
LA MUERTE: OK, está bien, corte, corte.
(Continúan jugando mientras sube el volumen de la música y se van apagando las luces hasta la oscuridad total. Las luces vuelven a encenderse lentamente; ha pasado el tiempo y se ha terminado la partida. Nat cuenta los puntos.)
NAT: Sesenta y ocho... ciento cincuenta... Bueno, ha perdido.
LA MUERTE (mirando, abatido, los naipes): Sabía que no debía haber tirado ese nueve. ¡Mierda!
NAT: Entonces, le veo mañana.
LA MUERTE: ¿Qué significa eso de que me ve mañana?
NAT: Me gané un día extra. Ahora déjeme.
LA MUERTE: ¿Habla en serio?
NAT: Un trato es un trato.
LA MUERTE: Sí, pero...
NAT: No me venga con «peros». Le gané las veinticuatro horas. Vuelva mañana.
LA MUERTE: No sabía que jugábamos por tiempo.
NAT: Lo siento mucho. Tendría que prestar más atención.
LA MUERTE:   ¿Y  ahora qué voy a hacer durante veinticuatro horas?
NAT: A mí ¿qué me importa? El asunto es que le gané un día extra.
LA MUERTE: ¿Qué quiere que haga... que camine por las calles?
NAT: Métase en un hotel, váyase al cine. Tome un schvitz. ¡No haga de eso un asunto de Estado!
LA MUERTE: A lo mejor se ha equivocado al contar.
NAT: No sólo no me he equivocado, sino que me debe, además, veintiocho dólares.
LA MUERTE: ¿Qué?
NAT: Así es, amigo. Aquí está, léalo.
LA MUERTE (revisándose los bolsillos): Tengo sólo unas cuantas monedas, pero no veintiocho dólares.
NAT: Le acepto un cheque.
LA MUERTE: ¿Un cheque? ¿En qué cuenta?
NAT: ¡Si todos mis clientes fueran como usted!
LA MUERTE: Ponga un pleito, demándeme, haga lo que quiera. ¿Cómo voy a tener yo una cuenta corriente?
NAT: Muy bien, muy bien. Deme lo que tenga y quedamos en paz.
LA MUERTE: Escuche, necesito este dinero.
NAT: ¿Por qué va a necesitar dinero La Muerte? Cuénteselo a su tía.
LA MUERTE: No haga bromitas. Está a punto de ir al Más Allá.
NAT: ¿Y qué?
LA MUERTE: ¿Cómo, y qué? ¿Sabe lo lejos que está?
NAT: ¿Y qué?
LA MUERTE: Y la gasolina ¿qué? ¿Y el peaje?
NAT: ¿Conque vamos en coche?
LA MUERTE: Ya verá. (Agitado.) Mire, vuelvo mañana y me da otra oportunidad para recuperar mi pasta, ¿eh? De lo contrario, tendrá problemas.
NAT: Como quiera. Es muy posible que gane una semana extra o un mes. Quizás un año... De modo que juega...
LA MUERTE: Mientras tanto, me he quedado sin un centavo.
NAT: ¡Hasta mañana!
LA MUERTE (empujado hacia la puerta): ¿Dónde hay un buen hotel? ¿Qué hablo de hoteles si no tengo un céntimo? Iré a sentarme en una confitería. (Recoge el News.)
NAT: Eh, deje eso. Es mi diario. (Se lo quita.)
LA MUERTE (yéndose): ¡Y pensar que pude agarrarlo y llevármelo sin problemas! ¿Por qué me dejé enrollar con el rummy?
NAT (llamándole): Y tenga cuidado al bajar. ¡En uno de los escalones, la alfombra está suelta!
(Y, al instante, se oye un gran estruendo y el sonido de alguien que cae. Nat suspira, luego se dirige a la mesita de noche y hace una llamada telefónica.)
NAT: ¿Hola, Moe? Yo. Escucha, no sé si alguien me ha hecho una broma o qué, pero La Muerte acaba de salir de aquí. Jugamos un poco al rummy... No, La Muerte. En persona. O alguien que afirma ser La Muerte. Pero, Moe, ¡es un schlep! ¡El rey de los huevones!

Woody Allen


Para acabar con las memorias de guerra


Las memorias de Schmeed

El torrente literario aparentemente inagotable del Tercer Reich va a seguir fluyendo a caudales con la futura publicación de Las memorias de Friedrich Schmeed, el barbero más famoso de la Alemania en guerra, quien rindió servicios tonsuriales a Hitler y a muchos otros altos funcionarios del gobierno y del aparato militar. Como se puso de manifiesto durante los juicios de Nuremberg, Schmeed no sólo pareció estar siempre en el lugar indicado en el momento oportuno, sino que tenía una «memoria más que total» y, por lo tanto, era el único cualificado para escribir esta guía incisiva de las más secretas anécdotas de la Alemania nazi. A continuación publicamos un breve extracto del libro:
En la primavera de 1940, un gran Mercedes estacionó frente a mi barbería del 127 Koenigstrasse, y Hitler entró en mi barbería. «Sólo quiero un ligero corte», dijo, «y no me saque mucho de arriba.» Le expliqué que tendría que esperar un poco porque Von Ribbentrop estaba antes que él. Hitler dijo que tenía prisa y le pidió a Ribbentrop si podía cederle su turno, pero Ribbentrop insistió en que, si le pasaban delante, el hecho causaría mala impresión en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Entonces, Hitler hizo una rápida llamada telefónica: Ribbentrop fue en el acto transferido al Afrika Korps y Hitler tuvo su corte de pelo. Este tipo de rivalidad era muy frecuente. En cierta ocasión, Göring hizo que la policía detuviera a Heydrich bajo falsas acusaciones para quedarse con la silla al lado de la ventana. Göring era un disoluto y a menudo quería sentarse en el caballito, que yo tenía para los niños en la barbería, para que le cortara el cabello. El alto mando nazi se sintió avergonzado, pero no pudo hacer nada. Un día, Hess lo desafió: «Hoy quiero yo el caballito, Herr mariscal de campo», le dijo.
«Imposible, lo tengo reservado», replicó Göring.
«Tengo órdenes directas del Führer. Me autorizan a sentarme en el caballo mientras me cortan el pelo.» Y Hess enarboló una carta de Hitler notificándolo. Göring se puso lívido. Jamás se lo perdonó a Hess y dijo que en el futuro haría que su mujer le cortara el pelo en casa con un bol. Hitler se rió cuando se enteró de esto, pero Göring había hablado en serio y habría llevado a cabo su propósito si el Ministerio del Ejército no le hubiera denegado su pedido de tijeras rebajadas.
Me han preguntado si tenía conciencia de las implicaciones morales de lo que hacía. Como declaré ante el tribunal de Nuremberg, no sabía que Hitler era nazi. La verdad es que durante años pensé que trabajaba para la compañía de teléfonos. Cuando al fin me enteré del monstruo que era, ya era demasiado tarde para hacer algo, pues había dado un anticipo para comprar unos muebles. Una vez, casi al final de la guerra, contemplé la posibilidad de abrir un poco la sábana que Hitler tenía atada al cuello y dejar caer por su espalda los pelitos que acababa de cortarle, pero, en el último instante, me traicionaron los nervios.
Un día, en Berchtesgaden, Hitler se dirigió a mí y me dijo: «¿Cómo me quedarían unas patillas?». Speer se rió y Hitler se ofendió. «Estoy hablando en serio, Herr Speer», dijo. «Pienso que tal vez me queden bien unas patillas.» Göring, ese payaso servil, de inmediato estuvo de acuerdo y dijo: «El Führer con patillas —¡qué excelente idea!». Speer seguía en contra. De hecho, era el único con suficiente integridad para decirle al Führer cuándo necesitaba un corte de pelo. «Está muy visto», dijo entonces Speer, «asocio siempre las patillas con Churchill.» Hitler se exasperó. ¿Tendría Churchill la intención de dejarse patillas?, quiso saber, y, de ser así, ¿cuántas y cuándo? Himmler, que, al parecer, estaba a cargo del Servicio de Inteligencia, fue convocado al instante. Göring se disgustó con la actitud de Speer y le susurró: «¿Por qué levantas olas, eh? Si quiere patillas, déjale tener patillas». Speer, que por lo general era quisquilloso, dijo que Göring era un hipócrita y «un bulto de garbanzos embutido en un uniforme alemán». Göring juró que se vengaría, y más tarde corrió el rumor de que metió en la cama de Speer a guardias especiales de las S.S.
Himmler llegó presa de un gran frenesí. Estaba en plena clase de claqué cuando sonó el teléfono y le convocaron al Berchtesgaden. Temía que se tratase de un cargamento perdido de varios miles de sombreros de papel, en forma de cono, que le había prometido a Rommel para la ofensiva de invierno. (Himmler no estaba acostumbrado a que lo invitaran a cenar al Berchtesgaden porque era corto de vista, y Hitler no podía soportar verle llevarse el tenedor a la cara y clavarse la comida en alguna parte de la mejilla.) Himmler se dio cuenta de que algo iba mal porque Hitler le llamó «enano», algo que sólo hacía cuando estaba de mal humor. De pronto, el Führer dio media vuelta, lo encaró y gritó: «¿Sabe usted si Churchill va a dejarse patillas?».
Himmler se puso rojo.
«¿Y bien?»
Himmler dijo que había corrido el rumor de que Churchill contemplaba esa posibilidad, pero que no había confirmación oficial alguna. En cuanto al tamaño y la cantidad, explicó que era probable que fueran dos y de mediana longitud, pero que nadie se atrevía a afirmarlo antes de tener plena seguridad. Hitler gritó y dio un golpe sobre el escritorio. (Esto representó un triunfo de Göring sobre Speer.) Hitler sacó un mapa y nos mostró cómo pensaba cortar las provisiones de toallas calientes a Inglaterra. Bloqueando los Dardanelos, Doenitz podía conseguir que las toallas no fueran desembarcadas ni pudieran ser aplicadas a los ansiosos rostros ingleses que las esperaban con impaciencia. Pero el punto fundamental seguía sin solución: ¿podía Hitler vencer a Churchill en materia de patillas? Himmler dijo que Churchill llevaba ventaja y que tal vez sería posible alcanzarle. Göring, ese vacuo optimista, dijo que probablemente a Hitler le crecerían más rápido las patillas, y en especial si se concentraba todo el poderío de Alemania en un esfuerzo conjunto. Von Rundstedt, en una reunión del Estado Mayor, dijo que sería un error intentar que crecieran patillas en dos frentes al mismo tiempo y aconsejó que sería más sabio concentrar todos los esfuerzos en una sola buena patilla. Hitler replicó que él podía hacerlo en las dos mejillas de forma simultánea. Rommel estuvo de acuerdo con Von Rundstedt. «Nunca saldrán iguales, mein Führer», dijo, «en todo caso, no si las apura.» Hitler montó en cólera y dijo que eso era asunto suyo y de su barbero. Speer prometió que podía triplicar nuestra producción de crema de afeitar en el otoño y Hitler se puso eufórico. Luego, en el invierno de 1942, los rusos lanzaron una contraofensiva y las patillas dejaron de crecer. Hitler se desalentó temiendo que muy pronto Churchill tendría un excelente aspecto mientras que él seguiría siendo «ordinario», pero poco tiempo después recibimos noticias de que Churchill había abandonado la idea de las patillas por ser demasiado cara. Una vez más, el Führer había probado tener la razón.
Después de la invasión de los aliados, a Hitler el cabello se le puso seco y desordenado. Esto se debió en parte al éxito de los aliados y en parte a los consejos de Goebbels, quien le dijo que se lo lavara cada día. Cuando esto llegó a oídos del general Guderian, éste regresó al acto del frente ruso y le dijo al Führer que no debía ponerse champú en el pelo más de tres veces por semana. Este era el procedimiento que había seguido el Estado Mayor con gran éxito en las dos guerras anteriores. Hitler pasó una vez más por encima de los generales y continuó con el lavado diario. Bormann ayudaba a Hitler a secárselo y siempre parecía estar presente con un peine en la mano. Al final Hitler empezó a depender de Bormann y, antes de mirarse al espejo, siempre hacía que Bormann se mirase primero. A medida que las fuerzas aliadas avanzaban hacia el este, el estado del pelo de Hitler empeoraba. Con el pelo seco y descuidado, Hitler soñaba durante horas seguidas en el corte de pelo y el afeitado que se haría el día en que Alemania ganase la guerra; se haría incluso, quizá, lustrar los zapatos. Ahora me doy cuenta de que nunca tuvo la intención de hacerlo.
Un día, Hess cogió la botella de Vitalis del Führer y se fue a Inglaterra en un avión. El alto mando alemán se enfureció. Creía que Hess iba a entregársela a los aliados a cambio de una amnistía para él. Hitler se enfureció de forma especial cuando se enteró de la noticia porque acababa de salir de la ducha y estaba a punto de acicalarse el pelo. (Tiempo después, Hess explicó en Nuremberg que su plan era hacerle un tratamiento de cráneo a Churchill en un esfuerzo por terminar la guerra. Llegó a hacer agachar a Churchill sobre una palangana, pero en ese momento fue aprehendido.)
A finales de 1944, Göring se dejó el bigote y esto hizo correr el rumor de que pronto reemplazaría a Hitler. Hitler se enfureció y acusó a Göring de deslealtad. «Sólo debe haber un bigote entre los líderes del Reich: ¡el mío!», gritó. Göring argumentó que dos bigotes podían dar al pueblo alemán una mayor sensación de esperanza acerca de la guerra, que iba mal, pero Hitler pensó que no. Luego, en enero de 1945, fracasó una conspiración de varios generales para afeitar el bigote de Hitler mientras dormía y proclamar a Doenitz como nuevo líder, cuando Von Stauffenberg, en la oscuridad del dormitorio de Hitler, sólo le afeitó, por equivocación, una de las cejas. Se proclamó el estado de emergencia y, de improviso, Goebbels apareció en mi barbería. «Acaban de atentar contra el bigote del Führer, pero han fracasado», dijo tembloroso. Goebbels se las arregló para que yo hablara por la radio y me dirigiera al pueblo alemán, lo que hice con el mínimo de notas. «El Führer está en perfecto estado», les aseguré, «todavía está en posesión de su bigote. Repito. El Führer todavía está en posesión de su bigote. Una conspiración para cortárselo ha sido abortada.»
Cerca del final, fui al búnker de Hitler. Las fuerzas aliadas se cernían sobre Berlín, y Hitler opinaba que, si los rusos llegaban primero, necesitaría un corte completo de cabello, pero que, si lo hacían los norteamericanos, podía pasar con un arreglo. Todo el mundo se peleó. En medio de todo esto, Bormann quiso afeitarse y yo le prometí que me pondría a trabajar según un plan detallado. Hitler se puso moroso y distante. Habló de hacerse una raya en el pelo de oreja a oreja y luego afirmó que el desarrollo de la máquina de afeitar eléctrica volcaría la guerra en favor de Alemania. «Seremos capaces de afeitarnos en segundos, ¿eh, Schmeed?», murmuró. Mencionó otras estrategias enloquecidas y dijo que algún día no sólo haría que le cortasen el pelo, sino que le hicieran una permanente. Obsesionado como de costumbre por el tamaño, juró que un día tendría un frondoso peluquín «uno que hará temblar al mundo y requerirá una guardia de honor para peinarlo». Al final, nos estrechamos la mano y le hice un último corte. Me dio una propina de un pfenning. «Ojalá pudiera ser más», dijo, «pero, desde que los aliados invadieron Europa, he estado un poco corto de dinero.»

Woody Allen

domingo, 16 de junio de 2013

Carta de Capriles al Papa para denunciar la violación de los derechos humanos en Venezuela


EFE
El líder de la oposición de Venezuela actúa previamente a la visita de Maduro a Roma

El líder opositor demanda ayuda al Pontífice para lograr un «diálogo basado en la verdad» ante su recepción el próximo lunes al presidente Nicolás Maduro

El líder de la oposición venezolana, Henrique Capriles, ha dado a conocer este sábado una carta que envió al Papa Francisco, en la que le pide ayuda para que en el país se establezca un "diálogo basado en la verdad" y denuncia que en Venezuela hay "reiteradas violaciones a los derechos humanos".

"Le solicitamos respetuosamente nos ayude con su enorme e indiscutida autoridad moral para lograr ese diálogo basado en la verdad, el reconocimiento mutuo y la búsqueda del bien común", sostiene Capriles en la carta, que tiene como fecha el 12 de junio.

El líder opositor señaló que los venezolanos sufren "reiteradas violaciones a los derechos humanos sin que los órganos del poder público (…) actúen".

"En Venezuela hay perseguidos, procesados, presos y exiliados por motivos políticos", afirmó, al tiempo que expresó que los medios del Estado "son activos y exclusivos agentes de sistemáticas campañas de descrédito a todo el que se atreva a levantar su voz".

Además, consideró "oportuno" el mensaje enviado por el papa el 21 de abril, cuando dijo que acompañaba a Venezuela "con profunda preocupación (…) y con la esperanza de que va a buscar y encontrar formas justas y pacíficas para superar las serias dificultades" que el país atravesaba tras las elecciones del 14, que dieron la victoria al presidenteNicolás Maduro y no reconoce la oposición.

Capriles dice al papa que en Venezuela hay "amenazas y acciones concretas" contra la libertad de expresión y denuncia un "ataque constante a quienes emprenden" y el "desconocimiento al derecho de propiedad".

Crecen la violencia e inseguridad

"En ese cuadro de severo deterioro institucional, no es raro que crezcan la violencia y la consiguiente inseguridad para la vida de las personas en un clima de impunidad", manifestó. La carta fue dada a conocer apenas dos días antes de que Maduro sea recibido por el papa en una audiencia privada en El Vaticano.

Capriles había anticipado el martes pasado que enviaría una carta al papa para que tenga "detalles de la situación en Venezuela" y sepa con "quién se está reuniendo" cuando reciba a Maduro este lunes.

Venezuela se encuentra sumida en un clima de polarización política tras el estrecho resultado de las elecciones presidenciales, que la oposición ha impugnado ante la Justicia por considerar que hubo numerosas irregularidades en el proceso.

Miembros de la oposición también serán recibidos en El Vaticano la próxima semana. Tres diputados opositores venezolanos serán recibidos por el secretario para las Relaciones del Vaticano con los Estados,Dominique Mamberti, el canciller de la Santa Sede, para trasladarle la problemática de los denominados por la oposición "presos políticos". Está previsto además que asistan a la audiencia general del papa del miércoles.

Peligrosamente previsible


"El brazalete de
la felonía.."

 

Todas las respuestas y trucos de Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), en la cadena audiovisual impuesta para comentar la "verificación" de las elecciones del 14-A eran predecibles. Nadie esperaba el más mínimo atisbo de verdad. Por eso la supuesta finalización del supuesto examen de los resultados no fue noticia. La cobertura en todos los medios, incluidos los de propaganda del régimen, fue burocrática. Por no dejar. Fue como ese encuentro amatorio, administrativo y aburrido, que según el sexólogo falconiano Solano Calles Paz marca el fin de una relación (y sin cuya latosa tramitación no se verifica realmente la ruptura). Fue, pues, un ayuntamiento sin emoción: prensa y funcionarios fingiendo ser convocados por un hecho noticioso, cuando, en realidad, se estaba cumpliendo el acostumbrado ritual de Tibisay Lucena recitando con el sonsonete de quien hace siglos que canjeó pasión por caletre, la letanía que conviene al régimen.

Es mentira que "la ampliación de la verificación nos permite decir que el sistema es transparente, robusto e inviolable". La oposición democrática no pidió una verificación entre máquinas y papeletas, sino que exigió una auditoría que incluyera la revisión minuciosa de estas y de los cuadernos, máquinas y captahuellas; puesto que todos los tramos del proceso están bajo sospecha y es seguro que en los cuadernos se encuentra un relato con muchos personajes, algunos muertos y otros vivitos, que, como dijo Liliana Hernández, son los que van, con sus malas mañas y sus franelas rojas, a votar en lugar de los fallecidos.

Es mentira que la auditoría haya sido solicitada "por el ciudadano Capriles". En realidad fue una impugnación del Comando Simón Bolívar, con el soporte de un equipo de abogados, que introdujeron el recurso de impugnación ante el Tribunal Supremo de Justicia, apoyados en un documento de más de 180 páginas.

Es mentira que la oposición democrática se hubiera inhibido de participar en la verificación propuesta por el CNE "pese a que todo el país fue testigo de su aceptación a las condiciones".

Lo que en verdad ocurrió es que la coalición opositora impugnó todo el proceso electoral. No sólo el evento registrado el 14 de abril, sino sus escandalosos hechos precedentes: ventajismo en la campaña; vicios en el Registro Electoral, que favorecen la usurpación de identidad; uso abusivo de recursos del Estado al servicio de la candidatura oficialista; el llamado voto asistido, que se perpetró mucho y con la mayor desvergüenza; hostigamiento a los electores por parte de bandas de motorizados de clara adscripción chavista; y, en suma, numerosas irregularidades que tuvieron lugar antes de las elecciones, ese día y después.

Es mentira que, como afirmó Lucena: "Se confirma una vez más que (el sistema electoral) refleja de forma precisa la voluntad del sufragio". Lo cierto es que la oposición democrática ha consignado, en instancias nacionales e internacionales, pruebas fehacientes de una serie de graves violaciones de las leyes electorales, que, como ha escrito Vladimiro Mujica (Tal Cual, 13/6/2013), "tiene el potencial necesario para distorsionar sustancialmente los resultados". Esta adulteración está hondamente anclada en la mente de la nación.

Muestra de esto la dan cotidianamente los medios de comunicación del Gobierno, alineados en el empeño de dar a Maduro una pátina de legitimidad, que, francamente, no parece tener posibilidades de obtener.

Con todo, lo más grave no fueron los embustes sino los ardides para polarizar el reclamo, poniéndose ella de parte del régimen: Lucena acusó a los impugnadores de ocultar un "verdadero ataque", que según ella estaría dirigido "al modelo político establecido en la Constitución", es decir, a la revolución. Una vez presentadas sus endebles pruebas, procedió a esgrimir un argumento político.

Esta fue una afirmación innecesaria, tan provocadora como el brazalete de la felonía que usó en el funeral de Chávez, prueba de que Tibisay Lucena no se molesta en cuidar las apariencias. Y de que la pulcritud del voto no se cuenta entre sus garantías prioritarias. Esperemos que la artimaña produzca el efecto contrario al calculado por la banda encabezada por Lucena… y que el país democrático se movilice aún más el próximo 8-D.

Por: Milagros Socorro
Política | Opinión
msocorro@el-nacional.com
@Milagros Socorro
EL NACIONAL
DOMINGO 16 DE JUNIO DE 2013

Salitre en la puerta 5

Salitre en la puerta 5

LEONARDO PADRÓN

16/06/2013 - 12:01 AM

¡Ah!, esa instancia anticlimática que es el aeropuerto nacional de Maiquetía. Esa apología al caos. Ese desorden ontológico que allí se expresa.
Madrugaste. Llegas apolillado por el hambre. Haces una larga cola en El Budare, donde naufragan las únicas arepas decentes. Ubicas la puerta de salida. Ajá, es la puerta 7. Te sientas y aguardas. El vuelo comienza a retrasarse. La espera crece como una mancha de tinta. Alguien de la línea aérea te alienta señalándote que justo allí está el avión, limpiando sus entrañas. Te quedas tranquilo. Dejas de ver el reloj. Al rato, muy largo rato, escuchas que una voz en off, esa omnipresente voz de todos los aeropuertos, te dice: "La puerta de salida para el vuelo 2042 ha sido cambiada para la número 5". Ves el avión que limpian, pero ya no ves al empleado que te juró que ahí te montarías. Te apuras como los demás en pos de la nueva puerta de salida. De pronto, caes en cuenta: ¡Voy a la puerta 5! ¡A la agria y célebre puerta 5! Tu cerebro saca a pasear una sonora grosería. Sabes lo que viene.
Como dicta la tradición, la escalera mecánica que te conduce hacia ese sótano del desatino no funciona. Llegas. Sientes que fue allí donde alguien inventó la palabra bululú. Te escurres hacia el baño, te lavas la cara y, goteando por todos los flancos, descubres lo predecible: no hay papel secante. Ahora sí, te enfrentas a la puerta 5. Ella, por cierto, es un simple eufemismo, pues en realidad son cuatro puertas de embarque. Gente de cuatro destinos distintos se juntan en un espacio que honra la claustrofobia y el caos. Y como la norma es que los vuelos se atrasen, ocurre la consabida multiplicación del prójimo. No hay silla para tanto mal humor. Pasa una hora y nada. Pasa otra. Así, impunemente, sin que nadie te dé una explicación. Preguntas. Te dicen que hay un retraso grande, que están alquilando una unidad de otra línea, que se necesita una firma para mover el avión que ves allí inerte, aburrido, sin oficio, en mitad de la pista. Dicen que eso dura apenas media hora. Sabes que mienten. Ellos también lo saben. La espera sobrepasa las tres horas. Todos los compromisos que tenías esa mañana ya son pasado. El único televisor para paliar el hastío y la furia transmite la señal de VTV. Esa programación donde, sin éxito, intentan que Nicolás Maduro sea una estrella.
En términos de paciencia, ya todos nos habíamos quedado sin saldo. La gente empezó a gritar, a reclamar, a urgir una solución. Los empleados de la línea aérea escurrían el bulto. Ninguno ofrecía una mínima disculpa. De pronto, comenzó una competencia en la que dos grupos de pasajeros se disputaban el único avión disponible: "¡San-to-mé!", gritaban unos, "¡Bar-ce-lona!", respondíamos los demás. No sé por qué suponíamos –estúpidamente– que el grupo que gritara más duro conquistaría el derecho de viajar primero. Al fondo, arrinconados, estaban dos alemanes bañados en salsa de estupor.
El día anterior, el inefable Andrés Izarra garantizaba en Globovisión que nos convertiríamos en una potencia turística. Cuánto candor, Izarra. ¿O acaso cinismo?
"Ya aquí no vienen los europeos", me dice un taxista en Margarita. "Ya no hay chárter directos. Las agencias de viajes les recomiendan no venir. Usted sabe, por lo de la inseguridad". Me cuenta que esa postal llamada Playa El Agua es zona roja. A ciertas horas se mezclan el malandreo, el libertinaje, la droga y la tonta audacia del turista. "Ahora los que vienen son argentinos. Y gente de Barbados. Pero esos ni se mojan en la playa. Van a hacer compras a Conejeros y a la Santiago Mariño". Dice que la playa más visitada hoy día es El Paraíso, en el Guarache. Esa era antes la favorita de los cruceros. "Hace años que ya no vienen. Llegaban dos barcos diarios. Desde que el Gobierno agarró el muelle empezaron los problemas". Le pregunto cómo lo está haciendo el nuevo gobernador. Relata que él ya tenía un gobierno paralelo aun antes de ser elegido. Los recursos le llegaban al candidato oficialista. No al gobernador opositor. Hablamos del antiguo Hotel Hilton, dígasele Venetur. "Hasta ellos mismos reconocen que ahora es un desastre". Y lo resume todo en una frase demoledora: "Este gobierno es como el salitre. Lo que toca lo destruye".
Izarra se oye cada vez más lejano: "Seremos una potencia turística".
Un verdadero estandarte de la simpatía oriental me comenta en el aeropuerto de Margarita: "No creas que por esta camisa roja yo...". El hombre trabaja para el Gobierno y carga puesta, ni modo, la prenda ideológica. Hablamos de la invicta belleza de la isla. Sigue siendo una zona de magia, cómo negarlo. Una medalla de oro en nuestra jactancia de venezolanos. La señora que me vende el cachito y el jugo me da un vaso ínfimo: "Tome jugo y traiga y yo se lo lleno otra vez. Es que hace tiempo no me llegan vasos de los normales". Así es la carestía. Tampoco hay pitillos pequeños para remover el azúcar del café. No hay splenda. Se jodieron los diabéticos.
Aquiles Báez, Mariaca Semprún y yo llegamos a Lechería para presentar un des-concierto que reúne música y poesía. Mientras hacemos la prueba de sonido el empresario nos comenta que poco tiempo atrás se presentó en la misma sala Laureano Márquez. La hora del espectáculo era las 8:00 pm. Un hombre llegó con un grupo animoso. Eran las 7:45 pm. Fue al restaurante del hotel y pidió una botella de whisky. Transcurrían los tragos y el tiempo. En una nueva ronda de soda y hielo, el mesonero le comentó que ya Laureano tenía media hora de haber empezado. El hombre, molesto, le reclamó al empresario: "Pero bueno, ¿no y que el show era a las 8:00?". Justamente, a las 8:00 empezó, le respondieron. Y él, cada vez más indignado, replicó: "¿Y entonces, ahora nos volvimos ingleses?". Esa mala costumbre que no queremos dejar de ser.  
Ciertos lectores se mostraron escépticos hace dos semanas ante la historia de Federico contratado en Pdvsa para twittear insultos y palabras hoscas de lunes a viernes. En Aporrea me dedicaron un artículo que acumulaba más insultos que los que Federico puede twittear en un mes. Pruebo un ceviche inolvidable en Lechería mientras alguien me dice: "No has visto nada". Y me cuenta.
En las elecciones del 14 de abril de 2013, Eugenia, trabajadora de Pdvsa, tuvo que ir el domingo a la empresa a pasar el día llamando a la gente por teléfono para inducirlos a votar. El famoso 1 x 10 de la estrategia oficialista. Cumplió su jornada, a pesar de los quebrantos naturales de su segundo mes de embarazo. No se trataba de poner en riesgo el trabajo. Al día siguiente, su superior –con un temblor de indignación en el labio superior– los reunió y les reclamó que Maduro hubiera perdido en Anzoátegui. Capriles triunfó con 52,45% de los votos. El jefe, caramba, estaba visiblemente alterado: "¡Aquí están los traidores del proceso!". Entonces, decidió castigarlos. Mandó a desalojar todo el edificio, todas las gerencias. Durante una semana entera, el personal fue trasladado a la plaza Alberto Lovera frente a la redoma de Guaraguao y otros a la plaza Bolívar de Barcelona a pasar el día, ataviados con franelas rojas, gritando consignas tipo "Chaaa-vez vive, la luuuu-cha sigue!". Todo bajo la tortura del rudo sol oriental. La orden no contemplaba atenuantes de sexo, salud o embarazo. Eugenia, al segundo día, ya estaba insolada. Seriamente insolada. Pero, sobre todo, humillada. Las náuseas del embarazo se le confundieron con la palabra patria. Así estaba pagando la afrenta mayúscula de no haber logrado a través de su teléfono que Maduro venciera a Capriles en Anzoátegui.
El domingo aterrizo en Maiquetía. Como siempre, toca llegar en autobús, a pesar de haber volado en avión. Entro por la puerta 5. Veo la gente que aguarda por la salida de su vuelo. Aún falta para que la desesperación los arrope como un tsunami. Veo a los empleados de las líneas aéreas preparando su falta de argumentos para justificar las demoras. En sus rostros hay un óxido de cansancio. Eso es lo que pasa. Hay demasiado salitre en la puerta 5. Demasiadas grietas en la torpe épica del turismo nacional.

sábado, 15 de junio de 2013

JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO): ¡Me voy, no me calo 6 años de Maduro!

http://www.reportero24.com/2013/04/jose-domingo-blanco-mingo-me-voy-no-me-calo-6-anos-de-maduro/

"El chavismo se enquista en el poder
para seguir haciendo de las suyas.."

 

Si hay algo que me inquieta después de cada una de las elecciones que hemos tenido en los últimos años, es el fenómeno que ocurre posteriormente. Más allá del guayabo, el sinsabor de la derrota, la falta de imparcialidad del ente comicial, la soberbia de los reelectos, las denuncias que no prosperan de los vencidos, la rabia por haber acudido –¡una vez más! – a unas elecciones "secuestradas por el aparato del Estado"… ¡más jóvenes, más familias, más venezolanos, más profesionales, más gente talentosa, valiosa –pero sobretodo necesaria para nuestro progreso como nación– recogen sus macundales y se van; con su desesperanza a cuesta buscando la tranquilidad, la paz y la seguridad (con todas sus aristas) en otras tierras.

La gente ya no sólo emigra por un asunto de calidad de vida. Ni buscando la quimera del sueño americano. Huyen de lo que viene, del sistema que poco a poco se ha ido implantando. A la fuerza, a punta de tener cautivas todas las instituciones del Estado. Una vez más hemos sido testigos de cómo un partido, valiéndose de todos los medios posibles, se enquista en el poder para seguir haciendo de las suyas. Para seguir frotándose las manos con sólo imaginar la cantidad de negocios y jugosas comisiones que caerán en las arcas; pero, no precisamente de la nación, sino las personales. Las que, probablemente, se encuentran allende los mares.

Esta semana, sin ir muy lejos, arrancamos con un "nuevo" tren ministerial, que de nuevo no tiene sino dos o tres nombres; porque, de resto, son las mismas caras desgastadas de hace 14 años, que saltan del timbo al tambo, de un cargo a otro, sin importar cómo lo hicieron en sus posiciones anteriores o si tienen las competencias para desempeñar exitosamente y asumir la cartera ministerial que les fue asignada. El mismo musiú con diferente cachimbo. Los mismitos de siempre, esos a los que el difunto Presidente les echaba la culpa de los errores de su gestión; reprimendas públicas de las que no se salvó ni el propio Nicolás. Pero ahí están de nuevo, ratificados para seguir haciendo lo que saben hacer: ¡llevar a Venezuela por el despeñadero! Entonces, es obvio que nombramientos como estos también impulsen las ganas de salir corriendo del país. ¡Ya sabemos cómo lo hacen, ya conocemos la trayectoria de estos "ministros"!

Hace poco, antes de las elecciones, fui testigo de una conversación en la que un niño le decía a su mamá que ojalá no ganara Maduro porque, si ganaba, su mejor amigo se iría del colegio y se mudaría a Panamá. Me imagino que hoy, luego de los (¿dudosos?) resultados del 14-A, muchos venezolanos que se habían puesto como último plazo estas elecciones para ejecutar el Plan B, estarán en la fase siguiente, esa que los acerca más a su nueva patria que a ésta. Una patria de la que emigran evitando vivir en este esperpento comunista que pretenden instaurarnos.

Quizá son muchas otras las razones para emigrar. La inseguridad que campea en las calles, por ejemplo, es otro de los detonantes primarios. Por eso no dejo de criticar la reacción de Nicolás cuando, en medio de su tan criticada juramentación, un ciudadano vestido de rojito se le acercó y le arrebató el micrófono. ¡Sin duda se asustó! Y eso para no decir la expresión que describiría perfectamente lo que, me imagino, le ocurrió. Lo cierto es que Nicolás se espantó con la interrupción del saboteador espontáneo. Me imagino que mucho, como era de esperarse en alguien que no tiene por qué preocuparse por esas nimiedades de la seguridad personal. Él está blindado por los cuatro costados, por tanto eso –que no debió ocurrirle– fue lo que generó su sobresalto. Y qué infeliz su comentario: "Acaban de violar el anillo de seguridad; pudieron haberme dado un tiro"… De nuevo: ¡qué comentario tan inoportuno y desventurado! ¡Qué insólito es Nicolás!! Maduro, permíteme refrescarte las cifras: en Caracas, cada día mueren en manos del hampa más de una docena de venezolanos, por la falta de políticas que revierta la violencia desatada que ustedes provocaron. Sí, a eso es a lo que nos exponemos todos los días los venezolanos. Así que, lo que Nicolás experimentó por brevísimos segundos, nos acecha siempre. Lo que experimentó Maduro no es nada, comparado con lo que vivimos, segundo a segundo, los ciudadanos de nuestro país. Recientemente, El Universal publicaba que, en lo que iba de mes, habían ingresado a la morgue de Bello Monte 402 cuerpos. ¡Sólo en Caracas! Datos que se conocen de manera extraoficial como si, ocultando la cifra, se acabara el problema… así que me pregunto: ¿Después de ese susto, qué hará Nicolás para darnos seguridad a los venezolanos que andamos sin escoltas?

¿Cuándo en la historia de nuestra sociedad emigrábamos? Nosotros no lo hacíamos, no era parte de nuestro patrón cultural. Los venezolanos no nos íbamos así de fácil de nuestra tierra. Lo triste es que, con este éxodo, se nos está yendo la gente valiosa.

Por: JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO)
mingo.blanco@gmail.com
Politica | Opinión
@mingo_1
EL UNIVERSAL
CARACAS, viernes 26 de abril del 2013