miércoles, 27 de mayo de 2015

Venezolanos: la nueva “invasión” de Panamá

Por Tamoa Calzadilla

Ciudad de Panamá.- Atrás quedaron los días en los que llegaban clientes curiosos a  la barra “¿Y cómo es un cachito?” “¿Qué trae una empanada?”. Roberto Arias se fajaba. “Están rellenos, salados, pero dulces, en medialuna”… pruébalos. Ya no. Este miércoles de julio a las 9 de la mañana, se da el lujo de salir de su puesto en la caja registradora a atender la visita en una de las 10 mesas que dispuso en su panadería “Los venezolanos”, ubicada en Vía Argentina, Los Cangrejos, en Ciudad de Panamá, desde hace ocho años. Chama, pana, bróder, “epa qué majn”. “Dame dos de cazón, ahí”. El movimiento no cesa. El calor se afinca por encima de los 30 grados. A esa hora es preferible la parte de adentro, bajo el sosiego del aire acondicionado. Pabellón, carne mechada, jugos. Pero no solo por eso es un reducto de Venezuela en ese hogar prestado que es Panamá para muchos. Hay banderas tricolor, un cuatro y afiches de Norkys Batista, humoristas criollos, salseros que están de paso por la ciudad y son referencia obligada en esas cuatro paredes donde se está cerrando un negocio en la mesa uno. Uno de los hombres se levanta y se acerca a Roberto con un apretón “él también es de Caracas. Va y viene”.
II
Los venezolanos han llegado como una oleada avasallante a Ciudad de Panamá y en menos de cinco años modificaron hábitos de consumo e impactaron algunos rubros de la economía de manera invasiva. Les reprochan que ponen propina adicional en las mesas, cuando ya está incluido el 7% del servicio; también que aumentaran el pago del servicio doméstico. Una clase media profesional se abre espacios en puestos laborales importantes y un “nuevoriquismo” creciente compra excéntricos apartamentos y oficinas frente al mar. Llegaron a hacer negocios y surfean en la expansión financiera y comercial, en esa suerte de paraíso fiscal. La urbe es un contraste de un cuidado casco viejo, con adoquines y edificios bajos, y una fila de apiñados rascacielos, entre los que destacan el famoso edificio Trump y el atornillado BBA. Es una ciudad que fue cocinada a fuego alto, con centros comerciales y emporios que cinco años atrás eran un terraplén.
III
A pesar de su nombre, Mike Brokker es venezolano y lleva 18 años en el país de Rubén Blades y Mano e´ piedra Durán. “Yo he visto de todo, vi a los gringos irse y a los venezolanos llegar”. Dos movimientos migratorios importantes para los habitantes, que disfrutan y padecen la nueva “invasión”. Brokker tiene una posada, está contento, y ya no tan solo. Entre un café y otro, con amigos coterráneos que se comen un pabellón, se atreve a comentar que no todo es tan bueno: “los venezolanos trajeron la ‘coima’ en todas partes, que es como le dicen aquí a los sobornos, los ‘peajes’, la ´matraca.´ Existía la corrupción, pero aquí el venezolano acostumbró al policía de tránsito a meterle unos dólares en el pasaporte que le presentaba, para salirle al paso a una multa”.
IV
La puerta se abre de sopetón y una mujer rubia saluda afectuosamente a Roberto, cruzan unas palabras, le despacha unas arepas y él le desea suerte. Él, que se graduó en el caraqueño Instituto Europeo del Pan (Iepan) y que estudió el mercado panameño durante 3 años; él, que se lanzó a la aventura en 2008 con un par de socios y luego compró sus partes, terminó por cambiar algunas cosas de su idea inicial: no vende charcutería, “porque no hay manera de cambiar la cultura panameña de hacerlo en el supermercado” y ofrecer arepas. “La gente asocia a Venezuela con las arepas y a la tercera vez que me preguntaron empezamos a hacerlas y no hemos parado”.
Al principio 85% era público venezolano el que se asomaba al mostrador atraído por el olor de la nostalgia. El otro 15% eran panameños y extranjeros con paladar aventurero. “Hoy en día la relación es 65%-35%”.
Dos mesas más allá, la rubia cierra negocios por teléfono, también en “criollo”. Guarda prolíficas historias de coterráneos que compran hasta 3 apartamentos en efectivo. Han hecho mucho dinero en estos últimos 15 años.
En 2008 y 2009, adquirían viviendas con cupos Cadivi de viajero. “Se traían a toda la familia y raspaban ese tarjetero”, confiesa alguno que pasó solo a saludar por el local. Es de los que por ahora va y viene, mientras da el paso definitivo de emigración.
V
Las cifras calculan unos 150 mil paisanos en Panamá. Hay restaurantes en el casco viejo de comida típica panameña cuyos dueños ¿son?  Exacto: venezolanos. Hubo una “calle del hambre” que sorprendió las costumbres centroamericanas, pero actualmente se está reubicando. Está el cartelón amarillo con azul profundo de Daka, la empresa perseguida en plena jornada gubernamental de rebajas, a finales de 2013. “Aquí hay más de 200 bancos, yo hice estudio de mercado antes de venir, hay hasta uno chino, y por supuesto, venezolanos como Banesco”, suelta Roberto, mientras detrás de él, las empleadas atienden con destreza el “hueco” que deja en la barra por minutos. “Todos mis empleados son panameños, todas las cocineras hacen empanadas, cachitos y arepas, hay una que está conmigo desde el principio”.
VI
Debajo del mostrador hay periódicos y muchos volantes de todo tipo. Ahí se consiguen ofertas, opciones teatrales, alquileres… “¡Coño, hermano! ¿Cómo está la vaina? tengo algo para ti”. La panadería es también una suerte de oficina de empleos, “me acaban de decir de un trabajo para fotógrafo, de 1.500 dólares mensuales”, comenta el periodista venezolano José Antonio Gil, quien cubre internacionales en “La estrella de Panamá”. Claro, hay alquileres que te pueden costar eso y más en zonas céntricas. Para pagar la mitad, hay que buscar en las afueras.
Mónica Giugni, dueña del portal www.venezuelapana.com, se incorpora a una mesa. Vivía en La Trinidad y trabajaba en un negocio familiar cuando un panameño radicado en España la flechó por chat. Tuvieron un hijo y se fueron a Panamá a probar suerte, “me gustaba saber que era un país que estaba en crecimiento y que se ganaba en dólares”. Hoy en día vive sola con su hijo panameño y se convirtió en pieza fundamental en los eventos y conexiones de paisanos. “Me dio una depre, me hacía falta mi gente y decidí crear el portal, ahora conozco a todo el mundo, suelo ayudar gente”. Le suena el teléfono y se extravía un rato en términos legales y consejos. “Me llaman por la página para preguntarme sobre estatus legal, procesos de migración, consultas de visados y todo”.
VII
“Paz”, “tranquilidad”, “seguridad”, sueltan de buenas a primera los venezolanos desde este reducto del continente americano, como respuesta a lo que consiguieron al llegar. “La familia”, “El Ávila”, “los panas”, se les antoja cuando responden por lo que dejaron. “Estamos mejor”, esleit motiv en la conversación. Sin ambages, con gestos que buscan bien adentro de lo que sienten y piensan. Sin embargo, de los más de 10 consultados, solo una dice que no quiere volver. El resto, aunque no le pone fecha, lo apunta en las ganas. “Claro uno siempre quiere volver, ojalá algún día pueda volver y estar bien en mi país”, acuña Roberto, quien no ha dejado de saludar clientes y atender un par de urgencias.
Atrás dejó su apartamento en La Candelaria y aquella Venezuela tan convulsa de 2002, cuando pensó en emigrar por primera vez, un año después de pisar Panamá por pocos días. Dejó su empleo en institución oficial, donde empezaba una cacería de brujas contra quienes no pensaban en rojo.

VIII
El taxista que conduce al aeropuerto internacional Tocumén reconoce el acento. “Tengo varios clientes venezolanos, fijos. son bien ‘chéveres”, bromea. A través de los traslados y sus propias teorías, la “invasión” comenzó a sentirla 5 años atrás. “Mientras vengan a dar trabajo está bien. Aquí les llamamos ‘los vale’ porque usan esa expresión para todo. La expresión nuestra que más se les parece es ¡Vaya a la vida!”. Empieza a escucharse en las escuelas y calles “¡Vaya a la vida vale!”; y por supuesto, una mentada bien puesta y a elevado volumen.

jueves, 21 de mayo de 2015

El Peor Cocinero del Mundo Reza Después de Cenar

  10 de abril 2015

En toda parrilla siempre hay un cocinero estrella que suda frente a la brasa. En la cocina está su mujer preparando un guacamole y mentando madre porque hoy, de todos los días, le inventaron organizar un almuerzo en casa. En una mesa los amigos pican chistorras, en otra, las amigas pican cebollas y parado ahí al lado del cocinero en la parrilla está un hombre que solo pica el ojo con el humo.
A todas luces, ese hombre aparenta que está haciendo algo, tipo ventilar las moscas o pasarle cuchillos al chef. Pero en realidad ese tipo no hace nada. No va a cortar la carne, ni entrará a la cocina a preparar una salsa. Ni siquiera va a sugerir ponerles más mantequilla a las papas horneadas. Solo está ahí para que la gente crea que hace algo. Es un mero inútil hambriento que se ve en toda parrilla. Lo sé porque ese hombre soy yo.
Admito que la cocina no se me da. He intentado cursos, visto programas como Master Chef y tengo en mi posesión tres copias del libro “Cocina Para Tontos”. Pero no importa cuánto trate, cualquier plato que yo prepare es digno de ser fotografiado para formar parte de la sección de “fails” en Pinterest. Para mí un plato gourmet es un sándwich de queso de cabra aplastado en la tostadora. Lo que más amo hacer para la cena es una reservación en un restaurante y jamás lo admitiría en público pero yo fui el que una vez preguntó que quién era María y por qué insistían bañarla en la cocina.
Si tengo que cocinar lo hago por supuesto. Solo necesito paciencia, determinación y el teléfono de los bomberos. Tampoco soy el muerto de hambre que ve el Gourmet Channel y lame la pantalla del televisor... Está bien, lo hice una vez pero fue solo porque Narda Lepes hizo langosta al termidor. Puedo cocinar alimentos básicos como huevos, pastas, perros calientes y ensaladas. Una vez me dio por hacer un soufflé. Digamos que fue un “suflimiento”.
Y es cómico porque la vida me ha dado ciertas señales de que soy malísimo en el departamento culinario. Mi mejor condimento, me han dicho, es el antiácido. En mi casa se reza después de cenar. Y es duro darse cuenta de que mientras todos los hombres reciben de regalo un delantal que dice “El Mejor Chef del Mundo” a mí una vez me regalaron uno con la imagen de la “Virgencita Plis”.
Mi conclusión es que los libros de cocina no me comprenden. Yo leo una receta como puedo leer el libro Los Juegos del Hambre: sé que ninguna de las dos pasará en la vida real. No eres el peor cocinero del mundo hasta que no hayas hecho sonar dos huevos como unas maracas porque la receta decía: “bata dos claras de huevos”. Y ese es mi problema, cuando una receta te recomienda hornear hasta que esté dorado, siempre pienso: “¿qué tan dorado estamos hablando?” ¿Dorado tipo un McNugett o dorado tipo Paulina Rubio?
Por eso es que me abstengo de cocinar platos complicados. Mi rosbif término medio sería con toda seguridad más duro que la Piedra del Cocuy y mi único intento de preparar un pie de limón terminó siendo un frisbee para mis perros. Por lo menos mi familia está clara en una cosa. Cada vez que nos reunimos para hacer una parrilla, mi hermano pone la carne, mi mamá pone las caraotas, y yo siempre pongo la torta.
Por eso es que la próxima vez que vean a un hombre parado junto al comandante parrillero, sepan que no está haciendo nada por una razón completamente válida. Inmiscuirlo a él en los preparativos de un almuerzo siempre implicará un viaje posterior a la clínica. Como me dijo mi amigo Raúl, insigne chef de carnes en la última parrilla a la que acudimos: “Tú solo dedícate a echarme cuentos, inútil que del resto me encargo yo”.-

Noche a noche, sueño a sueño


Las noches caían una tras otra casi sin darme cuenta. 
Y fue así y no de otra manera como noche a noche, sueño a sueño, pasaron los años. 
Tras años de noches soñando contigo, cuando te volví a encontrar sentí que no te habías ido. 
Pero un día una palabra tuya me devolvió a la realidad. 
Recapacité sobre aquello y decidí quedarme con los sueños. 
En nuestra mente la perfección existe, y el amado es mejor. 
Me marché de tu vida, tú no querías. 
Pero tú ya no eras tú. 
Así que no te debía explicación. 
Si hubieras seguido siendo tú, qué distinto seria todo. Todavía sueño contigo.

Ainhoa Escarti

domingo, 17 de mayo de 2015

Rafael Lemkin: La Soledad Del Justo


elpais.com | 14 de febrero 2014

En el principio, estuvo la sensibilidad. En la autobiografía de Rafael Lemkin (1900-1959), destaca la excepcional continuidad entre sus vivencias juveniles y el enorme esfuerzo teórico y personal que desarrolló hasta su muerte, buscando alzar una barrera jurídica eficaz contra las matanzas del siglo.
Lemkin es primero un niño judeo-lituano que pasa horas solitario viviendo “con el ritmo de la naturaleza”, se conmueve con la persecución de los cristianos en Quo vadis? y disfruta de la convivencia pacífica de grupos étnicos en su lugar natal, al este de Polonia, no lejos de los pogromos del Imperio ruso. Luego, a pesar de la conmoción provocada por los ejércitos que lo cruzan en la Gran Guerra y en la sucesiva sovieto-polaca, el esfuerzo de destrucción se centró en los ejércitos, no en la población civil. Distinción capital. De ahí el sobresalto que le provoca, ya en los años 20, saber que durante la guerra, los militares nacionalistas turcos exterminaron en Anatolia a cientos de miles de armenios. Para el joven Lemkin, el descubrimiento llega gracias a las declaraciones y a los documentos exhibidos en el proceso celebrado en Alemania contra un joven armenio que mató en la calle a Talaat Pashá, el ministro otomano que en abril de 1915 puso en marcha el asesinato de un pueblo.
El 22 de agosto de 1939, al dar instrucciones a sus generales para la invasión, Adolf Hitler asienta su proyecto de conquista y destrucción de Polonia sobre un antecedente bien concreto: “¿Quién se acuerda del aniquilamiento (Vernichtung) de los armenios? La sensibilidad de Lemkin ante el mismo episodio histórico, su sentido de la justicia, le lleva a una conclusión opuesta: al considerar la eliminación deliberada de cientos de miles de inocentes, “me di cuenta de que una ley contra este tipo de asesinatos raciales o religiosos debía ser adoptada por el mundo”. Había adivinado con antelación la lógica de Hitler, expuesta en la reunión de 1939: no era su objetivo mover unas fronteras, sino aniquilar físicamente al adversario “para conquistar el espacio vital que precisamos”. Análoga voluntad de exterminio aplicará a los judíos. Hitler y Lemkin coinciden al elegir como antecedente histórico a Gengis Khan.
La prueba de que hay delitos que nos afectan a todos es el Holocausto, el mayor crimen del siglo XX
Por reacción ante la tragedia armenia, el filólogo Lemkin cede paso al jurista. El resto de su vida se dedicará a dar consistencia conceptual y normativa al que en 1941 Churchill llamó “el crimen sin nombre”, confiando en difundir la conciencia generalizada de que no se trataba del problema específico del país donde suceden los hechos, dado que tales masacres premeditadas conciernen a toda la humanidad. Cada grupo nacional, racial, religioso o étnico forma parte del “cosmos humano” y su destrucción, total o parcial, afecta a todos: “Cuando una nación es destruida, no es la carga de un barco lo que es destruido, sino una parte sustancial de la humanidad, con una herencia espiritual que toda la humanidad comparte”.
El holocausto fue el crimen colectivo de mayor entidad en el siglo XX, la trágica prueba de esa necesidad. No el único. Por otra parte, de ceñirnos a la dimensión homicida de los crímenes contra la humanidad, será imposible percibir que los mismos resultan de unos antecedentes, de unas ideologías y de unos intereses asesinos, convergentes en el caso del nazismo, y que además el exterminio puede asumir otras dimensiones, tales como la cultura de un pueblo o la destrucción de sus elites. La gestación del concepto de genocidio requería aunar la precisión con la complejidad.
Convertido ya en jurista relevante dentro de su país, Lemkin abordó una primera sistematización de sus ideas al enviar un informe a la Conferencia de Unificación del Derecho Penal, celebrada en Madrid en 1933. Al percibir la carga en profundidad contenida en la ponencia, justo cuando Varsovia buscaba la amistad de Hitler, el ministerio polaco impidió su asistencia. En el texto, el tanteo terminológico es aun visible, si bien los contenidos resultan inequívocos. Lemkin habla de “barbarie” y de “vandalismo”. Ambos conceptos se encuentran asociados. El primero remite a “acciones exterminadoras” por motivos “políticos y religiosos” de variada índole: masacres, pogromos, “acciones emprendidas para arruinar la existencia económica de los miembros de una colectividad”. La última frase alude de forma críptica a un genocidio concreto, el decidido por Stalin contra Ucrania en 1932-33, tema aun hoy muy vivo, donde las brutales requisas de grano provocan millones de muerte por hambre, y de paso, según la pauta leninista de 1921, tiene lugar la eliminación de los intelectuales. No se trata, como en el Gran Salto Adelante maoista de un monumental error, sino de un designio de aniquilamiento. Es lo que individualizará al genocidio. De forma complementaria, el “vandalismo” anticipa la noción de genocidio cultural.
Tales delitos no son propuestos para castigar, sino para impedir que se produzcan mediante su tipificación en el Derecho Internacional, al tener conocimiento los posibles criminales de que su acción no quedaría impune. La misma propuesta formulará en 1942 Lemkin a Roosevelt para frenar el judeocidio de Hitler, “Paciencia”, respondió el presidente. De haber sido aprobada la iniciativa de Lemkin, las condenas de Nuremberg no se hubieran pronunciado sobre el terreno movedizo de normas establecidas ex post facto.
Los grandes exterminios de la historia se derivan de un designio de aniquilamiento
En 1939, una azarosa huida desde Varsovia a Estados Unidos le permitió emprender la campaña contra los crímenes nazis. Pudo entregarse a la investigación para comprobar su hipótesis de que las políticas de exterminio incluyen una sobreexplotación económica, con el fin de reemplazar a los pueblos sometidos por la raza dominante. Lo mismo que Hitler ordenaba realizar a sangre y fuego en agosto de 1939. En 1944 publica El poder del Eje en la Europa ocupada,que ve nacer el término “genocidio”, presente ya en las acusaciones de Nuremberg. Los ingleses lo rechazarán, ejerciendo una oposición permanente a su aprobación y regulación. “Nuevas concepciones exigen nuevos términos”, responde Lemkin. Genocidio es “la puesta en práctica de acciones coordinadas que tienden a la destrucción de los elementos decisivos de la vida de los grupos nacionales, con la finalidad de su aniquilamiento”.
De ahí el reconocimiento de las variantes religiosa, política, cultural, del genocidio; las dos últimas serán rechazadas con sello británico, en un ambiente donde las principales potencias parecían satisfechas con la sentencia de Nuremberg, que no utilizó el término. Lemkin tuvo que emplearse a fondo, en una interminable serie de contactos personales, para que en 1948 la Asamblea de la ONU aprobase la Convención contra el genocidio, y luego fuera ratificado país por país.
Distribuidas en varios centros, quedan veinte mil páginas inéditas de Lemkin, incluida una historia del genocidio y de los colonialismos genocidas, con acentos lascasianos, a partir de su visión del tratamiento del Este europeo por Hitler (o por Mussolini en Etiopía) como colonia de poblamiento para los conquistadores y de despoblación forzada para los autóctonos. Había sido el patrón aplicado por Hitler para la germanización de Polonia.
Todo confluía hacia la exigencia de una jurisdicción universal, esbozada como “interestatal” ya en 1933. La Convención contra el Genocidio hizo nacer el Tribunal Internacional de Justicia, de acuerdo con la idea lemkiana de que el ataque contra un grupo humano equivale a atentar contra la humanidad, y por ello la ley contra el genocidio debiera ser adoptada “por todas las naciones del mundo”. El genocidio, escribió en 1946, “debe ser considerado un crimen internacional”. En definitiva, implicaba un enfrentamiento “del mundo consigo mismo”.
El tiempo del holocausto había sido de terrible sufrimiento para Lemkin, con la muerte de sus padres en Auschwitz; más tarde, en plena guerra fría, aunque confirmara su vocación de soledad, peor fue el aislamiento padecido. En los años 50, apartado del puesto universitario en Yale, se consagró por entero a la lucha por su causa, hundiéndose en la pobreza. Un infarto puso fin a su vida en 1959. “Creer en una idea exige vivirla”, escribió y cumplió siguiendo a Tolstoi.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Malos y Fastidiosos

Por culpa de esta cosa inepta, maquiavélica y fastidiosa que nos malgobierna, estamos inmersos en un profundo caos. Porque si fueran malos nada más… pero, es que son ¡una ladilla interrumpiendo programas de radio y de televisión con cadenas absurdas y ridículas!, como aquella vergonzosa del día de la golpiza en la Asamblea: mal editada, con música de suspenso y, a pesar de no tener narrador, la encadenaron a las emisoras de radio. Quienes iban en automóvil no entendían absolutamente nada. Esto no es nuevo.
¿Recuerdan una cadena de Chávez de hace algunos años, cuando fue a “inspeccionar” la construcción de un túnel y agarró un taladro? Aquello fue increíble, porque igual encadenaron a las emisoras de radio y durante 15 o 20 minutos sólo se escuchaba el ruido del taladro: ¡Taca, taca, taca, taca…! Son cosas insólitas que tristemente sólo se ven en Corea del Norte y aquí, porque hasta donde yo sé, ni en Cuba hacen tanta cadena inútil. ¡Qué pena…!
¡Pero de verdad… qué pena, Villegas! ¿Cómo haces eso tan mal hecho?
Hablando en serio, antes de ser ministro, me parecías un periodista con criterio, pero, de pana, ahora es increíble lo que haces y no lo digo con burla, falta de respeto ni ofensa. ¡No! Tampoco te pido que, como hicieron tus hermanos, reflexiones y te pases al lado de la lógica. Cada quien está donde le dicta su conciencia. Lo único que pido es que hagas un poco más creíbles y divertidas las cuñas del Gobierno. Sobre todo divertidas, porque eso es lo primero que tenemos que hacer los comunicadores: lograr que la cosa sea divertida para que el mensaje llegue; si el mensaje es verdad, mentira o malvado, no importa, ese criterio queda en el alma de quien lo produce, lo que sí es importante es que sea atractivo para que uno se quede viéndolo y no se vaya al cable (como, según encuestas, hace 80% de los venezolanos) cuando comienzan con el fastidio. Es que hasta para hacer maldades hay que buscarle la vuelta.
Estimados lectores, ¿se acuerdan de cuando el malo mayor, el de verdad, el original, no la imitación made in China que tenemos, hacía sus maldades en cadena? ¡Ese sí sabía cómo hacerlas!: él te recitaba, cantaba, echaba chistes, hacía trucos y hasta bailaba. Uno podía estar o no de acuerdo, pero, con arrechera y todo, nos reíamos. La gente, incrédula, se llamaba por teléfono: – ¿Viste lo que está haciendo? ¡Mientras expropia una fábrica está cantando: “Tucusito, tucusito, llévame a cortar las flores”…! Era, como decimos en Venezuela, ¡una vaina loca e’ bola! Tanto, que a los comediantes, humoristas o cómicos nos costaba hacerlo más gracioso. ¿Se acuerdan de la traductora de señas que Chávez usaba en sus discursos y que más nunca apareció? Tengo entendido que la pobre está internada en un manicomio porque después de ocho horas seguidas de señas y sin ir al baño, la mujer enloqueció. Según me comentó un colega psiquiatra, la gota que rebosó el vaso fue cuando Chávez dijo: “Fulanita, esta noche te doy lo tuyo”. La angustiada traductora de señas no sabía cómo traducir aquello, e hizo la señal conocida de “esta noche te doy lo tuyo”. Mi amigo el dramaturgo argentino Ricardo Talesnik me llama a cada rato para preguntar si es verdad lo que está viendo en la televisión argentina sobre Venezuela. Le digo que sí y él, angustiado, replica: –Lo peor es que la de aquí se copia todas las cosas malas que hacen allá, con la única ventaja de que el dinero para nuestras locuras lo ponen ustedes.

Claudio Nazoa
15/05/2013
Fuente: El Nacional

lunes, 6 de abril de 2015

La Venezuela de pinga

Gustavo Tovar-Arroyo

4 Abril, 2015

Advertencia: sólo para adultos

Los intelectualazos venezolanos se horrorizan con mis palabrotas, se retuercen por mi lenguaje beligerante de arrabal.
No los culpo, de hecho, los entiendo, su insoportable levedad de ser los hace levitar, flotar, en medio de tanta inmundicia chavista. No desean ensuciarse, no quieren sudar, luchar en las calles, ellos prefieren drogarse con el estupefaciente del voto (sin condiciones electorales justas), sin movilización que reivindique la victoria, sin nada que implique arrostrar de frente a la tiranía.

No son complacientes, tampoco colaboracionistas, son intelectualazos, es decir, histéricas doñas de pizarrón y academia. Viven de espejismos y de tiza. Por eso cuando escuchan una mentada de madre, un insulto, una arrechera salpicar de una garganta, colocan un pañuelito en su nariz y se cubren avergonzados, más bien, horrorizados.
Esta entrega está subida de tono, como lo está el país. No es apta para intelectualazos ni doñas académicas, está inflamada de venezolanidad, es decir de carne y hueso.
Está escrita sólo para adultos, está escrita para ti.

Edgar Ramírez, un gocho genial

Edgar Ramírez podría ser uno de los mejores actores venezolanos de todos los tiempos, si no el mejor. He seguido su carrera con interés fraternal y cultural. Fraternal, porque el aprecio y admiración que le profeso me hermanan a él. Cultural, porque cada acierto de Edgar me conmueve, nos conmueve a todos los venezolanos como parte de una misma cultura. En ese orden de ideas hay que reconocer y agradecer lo bien que nos ha hecho quedar ante el mundo ese gocho genial.
Escribo “gocho genial” y me detengo para abrir un paréntesis.
(Los gochos, siempre los gochos, tan admirables y dignos como Daniel Ceballos y todo el pueblo tachirense que ni se doblega ni se vence. ¡Viva el Táchira! Un sonoro aplauso a su enaltecido y corajudo espíritu. Venezuela es y siempre será mejor por ellos.)
Sigo.

La filología de un venezolanista cabal

Pocos saben que Edgar además de ser un extraordinario actor y un humanista instruido y muy culto, es un venezolanista cabal. Su sensibilidad artística y su cultura a un tiempo abundante y diversa, están marcadas por un inusual y orgulloso amor por Venezuela.
Lo corroboré cuando encarnó al bandido “Coco” en la película Domino (2005) dirigida por el reconocido Tony Scott (director de Top Gun, entre otras), hoy lamentablemente fallecido.
Pese al estelar elenco que intervino en ese peculiar film: Mickey Rourke (9 semanas y media), Keira Knightley (Piratas del Caribe), Christopher Walken (Francotirador), Jacqueline Bisset (Abismo), Delroy Lindo (Malcolm X), Lucy Liu (Los Ángeles de Charlie), entre tantos otros, Edgar Ramírez sobresalió de tal manera que su actuación y protagonismo lo catapultaron instantáneamente en su desafiante y exitosa carrera cinematográfica.
Tuve la oportunidad de ver Domino y comentarla con Edgar en una presentación que nos hizo a un grupo de amigos hace algunos años. Quedé sorprendido y admirado, les comentó el porqué.
Coco (Edgar Ramírez) debía encarnar a un criminal latinoamericano y para tal fin, en un inusitado atrevimiento venezolanista, el “gocho genial” le pidió al director que le permitiera interpretar al bandolero como si éste fuera venezolano y no mexicano. Tony Scott aceptó la sugerencia y Coco debería entonar entonces un acento marcadamente criollo y pronunciar palabras prototípicas de nuestro argot más rancio y característico.
Para diferenciarnos en el lenguaje, el filólogo Edgar Ramírez en un arrebato de genialidad y conocimiento de nuestra cultura, de la real, de la cotidiana, de la de carne y hueso, escogió una palabra que los venezolanos empleamos con excepcional desparpajo, una palabra que ningún otro latinoamericano usa con tanta singularidad y frescura.
La palabra escogida para distinguir a Coco como bandido venezolano fue: “mamagüevo”.
El mamagüevismo revolucionario
No creo que la selección semántica de Edgar haya sido provocada por la crisis política que el chavismo le ha causado al país ni creo que Maduro, Cabello o Jorge Rodríguez hayan inspirado el uso del término. Por más tachirense que sea Edgar y por más que Maduro, Cabello o Rodríguez sean para el imaginario popular unos memorables “mamagüevos”, su motivación fue más bien cultural y en lo que cabe estética.
Un “mamagüevo” para los venezolanos no es aquel que comete felación (sexo oral), un “mamagüevo” es un tipo soberbio, pedante, alguien que no nos cae bien por su arrogancia y fatuo engreimiento.
Todo enchufado chavista es un “mamagüevo”, pero no todo “mamagüevo” es chavista. También los hay en la oposición. La palabra recoge una antipatía exacerbada, una arrechera aglutinada en la garganta y un desprecio hondo, muy hondo, como el que sentimos contra el chavismo.
Lo que nos hace inferir que si Edgar Ramírez no fuese actor sino historiador quizá su motivación como filólogo cambiaría y llamaría al período chavista, por su estética y por su cultura, un “mamagüevismo revolucionario”. Sus próceres saltan a la vista: Carreño, Silva, El Aissami, Chaderton, Ramírez, Carvajalino, Barreto, etc.
Pensándolo bien: ¿será que a Edgar sí lo inspiró la crisis política y sus próceres?
Le preguntaré.

La Venezuela de pinga

Otra curiosidad semántica y cultural venezolana es que la antítesis del “mamagüevo” la representa otra figura fálica: el tipo que es “de pinga”.
El venezolano “de pinga” es un tipo pana, buena gente, amigable y exitoso; un tipo que colabora, respeta y apoya al venezolano y a Venezuela, que enaltece nuestra cultura y sublima la venezolanidad.
Un tipo “de pinga” jamás sería chavista ni apoyaría su “mamagüevismo revolucionario”. No lo usaría ni se beneficiaría de él, todo lo contrario: lo acusaría y enfrentaría.
Porque el venezolano “de pinga” es un emprendedor, un demócrata, un humanista liberal, un creador de oportunidades, un ejecutivo y un productor, un reivindicador de derechos, un artista, un activista de la libertad.
Venezuela será “de pinga” en la medida que los venezolanos “de pinga” se unan para enfrentar a los “mamagüevos” que han impuesto su dictadura. A veces nos frustramos y pensamos que los “mamagüevos” son mayoría pero no es verdad, no lo son. Los venezolanos “de pinga” son…, somos mayoría.
Estoy convencido de que una Venezuela “de pinga”, muy “de pinga” ha florecido. La encarnan los estudiantes, María Corina, Leopoldo López, Daniel Ceballos, Antonio Ledezma, Lilian Tintori, Mitzy Capriles, Gabriela Montero, Ricardo Haussman, Ana Julia Jattar, Gerver Torres, J.J. Rendón, David Morán, Edgar Ramírez…, la encarnas tú, la encarnamos todos los que aspiramos y luchamos por la libertad, los que no nos calamos el mamagüevismo revolucionario y los que estamos dispuestos a jugarnos la vida porque lo “de pinga” en Venezuela, es decir, lo humano, lo industrioso y creativo, lo respetuoso y apto, vuelva a florecer y prosperar.
Si Bolívar fue el venezolano más “de pinga” de la libertad, sigamos su ejemplo, liberemos al país, liberémonos, la Venezuela “de pinga” no sólo está en ti y en mí, eres tú y soy yo, somos nosotros, la Venezuela “de pinga” está en nuestro porvenir, hagamos que prevalezca, hagamos que venza.
Unamos lazos, que muera el mamagüevismo de la opresión. Compatriotas fieles, la fuerza es lo “de pinga” de la unión.
Sigamos el ejemplo que el Táchira dio.

sábado, 14 de marzo de 2015

Diario de un kamikaze venezolano

Humor en serio

DÍA UNO:
La invasión es inminente. Mañana comienza el entrenamiento. Los panas nos organizaron una fiesta de despedida. La rumba estuvo burda de buena. Bailamos hasta altas horas y nos dimos durísimo con la caña, para preparar nuestra alma para el destino que le espera. El jefe nos garantizó que en el más allá la rumba continuará y entonces tendremos 10 botellas de 18 años sin estrenar para cada uno. Al final de la reunión, Yefelson, John Fisyerald, Washinton Rodríguez y yo quemamos una bandera de Los Estados Unidos para irnos poniendo ya en actitud.

DÍA DOS:
Hoy no fuimos al entrenamiento.

DÍA TRES:
Hoy retomamos la cosa en serio. Tuvimos problemas con el vestuario, porque la cooperativa que fabrica los chalecos endógenos en los que se van a colocar los explosivos se cogió los reales y no los hizo. El comandante del escuadrón dice que no importa, que nos pegamos los cartuchos con tirro directamente en la barriga y nos colocamos encima un poncho andino para pasar desapercibidos. Lo que pasa es que a mí me toca la refinería de El Palito y yo no me voy a meter en ese calorón con un poncho andino.

DÍA CUATRO:
Los técnicos explosivistas todavía no nos han traído los cartuchos. De todas maneras, hoy hicimos un ensayo general y cortamos varios palos de escoba en rolitos para simular la vaina. La sensación es burda de incómoda.

DÍA CINCO:
Por fin llegaron los explosivos (entre ellos muchos Bin laden) y los ponchos. Como los gringos solo deben encontrar cenizas, comenzamos ya a prenderle candela al país con incendios forestales aprovechando el calorón imperante.

DÍA SEIS:
Hoy tuvimos una falsa alarma de invasión, debido a que una paloma activó el sistema de defensa antiaéreo. De vainita no destruimos los pozos petroleros. Menos mal que la mayoría de nosotros nos quedamos dormidos y, a los pocos que acudieron, los explosivos no les funcionaron.

DÍA SIETE:
Se acerca la hora…Morderán el polvo de la derrota. Ya todo el equipo está listo y operativo, pero tenemos tres días que no nos llega comida al campamento. Hoy nos reunimos. Si mañana no llega comida, vamos a trancar las vías de acceso a los pozos y, si nos echan a la Guardia, pensamos usar los explosivos y aplicarles a ellos el plan de tierra arrasada. Yo estoy comenzando a creer que la Guardia Nacional está controlada por la CIA.

DÍA OCHO:
Hoy nos trajeron unas hamburguesas de Mc Donald’s. Estaban bien sabrosas. Estamos pensando que, aunque se vuelen los pozos petroleros, los Mc Donald’s deben quedar en pie. Como no tenemos mucho más que hacer, luego de comer hicimos una caimanera.

DÍA NUEVE:
Como hoy tiene pinta de que los gringos no van a llegar, nos fuimos al río a hacer un sancocho. De todas maneras, nos llevamos el equipo porsia. Llegó el gobernador de Miranda en visita sorpresa y Jeferson casi lo implota, porque pensó que era gringo por lo de los ojos claros. Menos mal que estaba comiendo y él un plato de sancocho no lo suelta ni por la patria.

DIA DIEZ:
Hoy es el día. Nos fuimos a la playa a esperarlos. Estuvimos hasta las diez de la mañana y no vinieron. Yo creo que nos cogieron miedo, porque nos miraron desde el satélite y vieron que la vaina iba en serio. Menos mal que nos trajimos el dominó y una cava de cervezas para matar el tiempo, que también es un invento gringo.

*LAUREANO MÁRQUEZ, Humorista y Politológo. La única rebelión en la que creo es la democrática.

Por: Laureano Márquez
Politica | Humor
Diario Tal Cual
Caracas, sabado 14 de marzo, 2015



m.k.

Roy Chaderton: ¿verde o perverso?

“Cuando un francotirador dispara
a una cabeza escuálida (opositor)
pasa rápido y suena vacío…”
Roy Chaderton

Las zorras del poder

Lo hemos dicho hasta el agobio: el chavismo dispara a la cabeza de Venezuela, ese es el signo de su tiempo desde 4 de febrero de 1992, también lo será mañana y pasado mientras persistan en el poder. Esto no se ha acabado, empeorará.

Sabemos que no tienen ningún escrúpulo, cuando no nos encarcelan y torturan, nos asesinan a mansalva, para ellos las balas pasan rápido, suenan a vacío cuando impactan en la cabeza de los niños venezolanos, por eso los ultiman con tanta frialdad.

No les importa nada: disparan y sonríen en televisión. Es su naturaleza.

Además, las muertes “pasan rápido”, muy rápido, tan rápido que ni cierto sector del mundillo opositor se entera. ¿“Opositor”? No creo, por ejemplo, que Henry Falcón lo sea.

Las zorras de la política -esas que están un día de un lado y el siguiente del otro, todo por unas cuantas monedas- se irritan cuando uno advierte y reclama los asesinatos o las torturas, cuando uno levanta la voz en defensa de los derechos humanos, la libertad o la democracia, ni hablar de condiciones electorales justas (se horrorizan), dicen que hay que “enamorar” a los sicarios y en ese afán insensato de mantener sus puestos y sus guisos, de no perderlos, no atienden con honestidad la gravísima situación que soporta nuestro país, la disimulan, incluso la excusan. No sólo son cínicos, son traidores.

Son las zorras del poder, un día de un lado el siguiente del otro. Los hay chavistas, pero también opositores: un día son demócrata cristianos otro día fascistas, lo inaudito es que terminan siendo las locas más furibundas de la tribuna donde se encuentren.
Locas, pero asesinas.

Humor negro o rojo, da lo mismo

Me parece un singular recurso retórico de pésimo sentido estético -digamos, de doña estridente, babosa y frívola- que llamemos a los crímenes de lesa humanidad “humor negro”; también podríamos llamarlo humor “rojo rojito”, pero da lo mismo, el resultado es igualmente desgarrador: una cabeza despezada, sangrante, echa trizas, sólo por soñar en libertad.

Sea del color que sea llamar “humor” a un crimen de lesa humanidad, según Hannah Arendt es banalizar el mal y es el fundamento filosófico y jurídico que dio en gran medida nacimiento al Tribunal Penal Internacional de La Haya y al Estatuto de Roma (instrumento jurídico mundial que tipifica los peores crímenes cometidos por el hombre contra el Hombre, como el que Chaderton acaba de convalidar: una bala pasa rápido y suena vacío cuando asesina a un niño -opositor- de Venezuela).

¡Qué vergüenza, carajo! ¡Qué impunidad y cinismo! ¡Qué asco! Así son, así serán siempre.

Imagino que cuando Roy Chaderton no los puede manosear o tocar -a los niños-, cuando no puede “perrear” con ellos en chillonas, psicodélicas y floripondias rumbas trance chavistas, como hacía con Robert Serra, los prefiere muertos.

Fue él quien lo dijo en televisión, no yo. Además, en el pervertido despelote chavista todo es cuestión de humores, como se darán cuenta yo también tengo el mío, acaso más rojito que negro; eso sí, el mío no asesina, sólo quema. Pero no se irriten, me disculpo, también mi familia se horroriza. Creo que Venezuela entera se horroriza.
Yo igual sigo.

El moco líquido

Roy Chaderton era amigo de mi familia, un tío (de afinidad) lo apreciaba y hasta respetaba. Estaban formados bajo el mismo escudo demócrata cristiano de política exterior que impulso Arístides Calvani.

Cuando todavía se cuidaban ciertas formas en la política e incluso ciertas distancias, cuando no se bailaba “perreao” ni se manoseaban entre sí los diplomáticos y sus discípulos -perdónenme, pero mi terrible humor rojito no me permite erradicar la imagen de Chaderton perreando con su amiguito, el yunkie Pedro Carvajalino, en los cortes del programa cuando tuvieron juntos la banalización asesina- a Roy se le veía en las reuniones de nuestra familia.

Recuerdo una ocasión festiva en la que los primos y yo traveseábamos con un singular juguete que no sé si lograrán recordar como era con mi sola mención, era una sustancia pastosa y verde (muy verde), babosa y densa, pegajosa y escurridiza, que llamaban repulsivamente el “moco líquido” (Slime en inglés), y sorpresivamente, mientras jugábamos los niños, se nos apareció Chaderton.

Quería jugar con nosotros, divertirse, retozar, manosear el moco y mostrarnos como él, pese a su decrepitud, también traveseaba y sabía manipular bien aquel pastoso pus.

La verdad logró impresionarnos, era un maestro con el moco líquido (ojalá los yunkies de Zurda Konducta lo inviten a su programa y le pidan que manipule uno, comprobarán que no miento).

Sin embargo, la tía, quizá advirtiendo otras cosas que prefiero no mencionar y que para entonces eran tabú, interrumpió el manoseo (de aquella cosa pastosa), nos alejó de la sustancia verde y nos pidió que nos fuéramos al jardín a jugar futbol, que no perdiéramos el tiempo con esa cosa repulsiva, con ese moco.

Niños al fin, pícaros y un poquitín bullies (lo reconozco) desde entonces llamamos a Roy Chaderton: el moco líquido.

Lo sé, no está bien comportarse así y siempre fuimos reprendidos por nuestros tíos (que lamentablemente ya murieron) por burlarnos del moco líquido, pero dado que estamos en tiempos de humores negros y rojitos me pareció una idónea oportunidad para recordarlo.

¿No les parece?

No por verde sino por perverso

No creo que fuera nuestra intención llamar a Chaderton “moco líquido” por verde (muy verde), pastoso o escurridizo, por denso (como dice él sobre sí mismo), baboso o pegajoso; de verdad, no lo creo.

Pienso -y me excuso, pido disculpas a mi familia que debe estar horrorizada por develar el secreto- que lo hacíamos por su casi perversa capacidad de manosear objetos infantiles. Era obvio, siempre fue así.

Pero debo señalar que pese a lo uno o lo otro y pese a la indignación que nos produjo su criminal banalización del mal, su justificación de centenares de asesinatos políticos con certeros disparos en la cabeza de manos de francotiradores chavistas, jamás de los jamases se me ocurriría expresar con regocijo que si la bala de un francotirador impactase sobre la cabeza de Roy Chaderton un salpullido gigante de verde y purulenta mucosidad brotaría de ella.

Recuerdo que cuando conocí a Chaderton sentí un asco instantáneo. No lo niego. Hoy a aquel asco se suman el desprecio y la vergüenza. Sin embargo, no soy capaz ni creo que mis primos lo sean de desearle una muerte tan despiadada y ruin -al moco- como un disparo en la cabeza, mucho menos, con una sonrisa en la jeta.

Nosotros no somos como él, nosotros no somos como ellos. Nuestro humor negro no está salpicado de sangre ni de muerte.
Nuestro humor es una tristísima respuesta literaria. Sólo eso. Pero la escribimos con ferocidad no contra el viejo verde, sino contra el perverso.

Sí, contra el perverso…

Gustavo Tovar-Arroyo
@tovarr



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