viernes, 31 de diciembre de 2010

Cascade - Yerevan - República de Armenia

Foto: RufusinFabula

Storia d'Amore

Tu non sai cosa ho fatto quel giorno quando io la incontrai in spiaggia,
ho fatto il pagliaccio per mettermi in mostra agli occhi di lei,
che scherzava con tutti i ragazzi all'infuori di me.

Perché, perché, perché, perché, io le piacevo.
Lei mi amava, mi odiava, mi amava, mi odiava, era contro di me.
Io non ero ancora il suo ragazzo e già soffriva per me,
e per farmi ingelosire quella notte lungo il mare è venuta con te.
Ora tu vieni a chiedere a me tua moglie dov'è. Dovevi immaginarti che
un giorno o l'altro sarebbe andata via da te.
L'hai sposata sapendo che lei,
sapendo che lei moriva per me,
Coi tuoi soldi
hai comprato il suo corpo non certo il suo cuore.
Lei mi amava, mi odiava, mi amava, mi odiava, era contro di me,
io non ero ancora il suo ragazzo e già soffriva per me.
E per farmi ingelosire quella notte lungo il mare è venuta con te.
Un giorno io vidi lei
entrar nella mia stanza,
mi guardava,
silenziosa,
aspettava un sì da me.
Dal letto io mi alzai
e tutta la guardai,
sembrava un angelo.
Mi stringeva sul suo corpo,
mi donava la sua bocca, mi diceva sono tua, ma di pietra io restai.
Io la amavo, la odiavo,
la amavo, la odiavo,
ero contro di lei,
se non ero stato il suo ragazzo era colpa di lei.
E uno schiaffo all'improvviso
le mollai sul suo bel viso rimandandola da te.
A letto ritornai
piangendo la sognai,
sembrava un angelo.
Mi stringeva sul suo corpo,
mi donava la sua bocca
mi diceva sono tua
e nel sogno la baciai.
A. Celentano

martes, 28 de diciembre de 2010

Película...

No es verdad que tenga arrepentimientos,
Y si pudiera, volver como una película para corregir el pasado,
Me referiría a las escenas que he vivido,
Y a todo aquello que no había entendido.
Repetiría las partes, que jamás y nunca aprendí.
Es cierto que estoy bien con lo que he hecho hasta ahora, debería ser mejor,
Si se rebobinara la cinta, iría en busca de las cosas que perdí,
Y borraría las veces que mentí.
Duplicaría las frases, las frases en que me he equivocado.

No es cierto que nunca he llorado, Que ni he perdido ni me he equivocado,
Pero me equivocaría de nuevo, si regresase hacia atrás,
Tal vez así haga tiempo para reparar,
Sin trucos ni giros las escenas que no he sabido recitar.

Cansancio

Pasaron los dias uno a uno
Pasaron los dias de par en par,
Degustamos amor, y sufrimientos, y lutos
Ya me cansaron, los dias son anchos,
Ya me cansaron los pecadores y los inocentes.
Esta tristeza idiota,
Y de estas nostalgias desgraciadas
Ya me cansé...

sábado, 18 de diciembre de 2010

Noche De Otoño



Avetís Aharonián

Versión de: Jesús Semprúm.

El autor de este cuento es uno de los mayores literatos de Armenia.
Sus gestiones en pro de la libertad armenia le han valido mil persecuciones. En este relato vivaz y lúgubre se encuentran las cualidades de intensidad y fuerza que caracterizan su obra.

En el oscuro día de otoño una carreta avanza por la carretera sucia y desierta dando tumbos, tirada por un caballo raquítico y cansado. El animal clava ante sí sus ojos tristes, evocadores de su existencia penosa y miserable, existencia en la que cada instante ha sido una historia sombría. Adivinase al verle que la pobre bestia ha arrastrado durante largo tiempo cargas superiores a sus fuerzas; que ha sido golpeada y fustigada y que ha sudado la gota gorda sin tener nunca un buen alimento.

Arrastra la horrible carreta sin saber adónde ni por qué. Sabe solamente que le esforzoso arrastrarla mientras dure este camino sucio y desierto. Y camina anhelosa, suspirando, como hacen muchas veces los ancianos. No tiene fin este camino. Van cinco en la carreta: el propietario del carro y del caballo, hombre flaco y encorvado bajo el peso de su gorra de astrakhán; un cantor popular ashough, viejo y ciego, y tres aldeanos a quienes el mismo destino ha lanzado por esta carretera indefinible. 
¡Y aquel camino!..... Las cuatro ruedas dan vueltas trabajosas y como a su pesar en el fango compacto y pegajoso... Arriba, el cielo negro, cargado de nubes pesadas y espesas. 
Más abajo, los cuervos sombríos surcan el aire húmedo con fúnebres graznidos. 

-¡Vino! ¡Dadme vino! 
El cántaro lleno de vino turbio dá la vuelta pasando por las callosas manos -con triste gorgoteo- su contenido entre los labios; llénanlo de nuevo para vaciarlo de la misma suerte, y así contínuamente. El que sirve es un hombre de grandes y espesos bogotes, de cabellos grises, de cara severa en cuyos ojos chispea un relámpago extraño. 
Sentado sobre el odre que sostiene con la mano derecha, llena el único recipiente y lo pasa ya al uno ya al otro. 
Y no tiene fin la carretera y sucia y desierta. A lo lejos no se vé sino un horizonte agrio, sombrío e impenetrable. Arriba el cielo negro, amenazante con toda su pesadumbre de acero. En la atmósfera cargada de lágrimas, cuervos tenebrosos, con gritos estridentes e insensatos, dan vueltas y vueltas locamente por sobre las cabezas de los viajeros. 
-¡Vino! ¡Dadme vino! Que el diablo cargue con el sol: ni un rayo de su luz nos calienta. El aire está mojado; tengo frío; el cielo está ciego. ¡Vino! ¡Dadme vino! 
Y el hombre de fuertes bigotes, de severo rostro, sujetando el odre con la mano derecha, hace circular el licor turbio y rojizo para recalentar sus pobres cuerpos temblorosos. Hace mucho tiempo, mucho tiempo, que el cielo no les ha sonreído, que el sol no ha brillado para ellos. Sólo los cuervos, los cuervos repugnantes, los acompañan con gritos secos e implacables. 
Partieron muy de mañana en el carro del camarada.
A mediodía estaba vacio el odre; lo llenaron en una posada del camino, y habiendo encontrado al viejo cantante, lo acogieron; después el carro se movió otra vez tras el flaco y fatigado rocín de ojos tristes que marcha respirando trabajosa y ruidosamente, ensanchando sus costillares filosos para romper la compacta masa del lodo. 

Cae la noche lentamente, dura y fría. Una de esas noches de otoño que parecen salir rastreras de las tinieblas profundas de las selvas y de los valles sombríos y que parecen querer ahogar en su húmedo seno toda vida, toda voz, todo ruido. El vago murmullo de los bosques cercanos, oprimido bajo el peso del cielo lúgubre, se extingue poco; muere el ruido de las hojas; las vertientes de la montaña se cubren lentamente con un manto de brumas de mil pliegues; y enmudecen también las órbitas ciegas apuntadas hacia el infinito, donde incoherentes formas se pliegan y se mezclan, suben, luego bajan, -y siempre avanzan con los viajeros. 
Y estos siguen avanzando ...
Un día, un día maldito en el cual ya no era posible el sufrimiento, instigados por la inmensa agonía, desertaron de los hogares, donde se amontonaban los hijos desnudos, flacos y canijos; donde en un rincón sombrío lloran el pálido ensueño de un pedazo de pan seco. 
Han errado por las aceras duras e inhospitalarias de las grandes ciudades; han mendigado de casa en casa; se han doblado bajo pesos enormes; han clamado ante los muros de granito de los lujosos palacios; se han inclinado ante los señores agrios y disolutos; se han revolcado en el lodo y en la suciedad; -y siempre para obtener un pedazo de pan seco. Por la noche, abatida la frente, doloridos los huesos, amargada el alma, tuvieron que bajar a las cavas oscuras y húmedas; le fue preciso cantar las canciones tristes de su país ante una linterna negra y sin luz. Han llamado la maldición sobre su nacimiento y sobre su vida para adormecerse en seguida con nuevas ilusiones y volver a cargar el día siguiente el fardo que les esperaba. Han trabajado, pero han quedado siempre hambrientos; -han vertido sudor copioso, pero jamás han cosechado.

Y ahora regresan con las manos siempre vacías como a la partida, para ir a esconder bajo el techo paternal sus huesos quebrantados, su existencia despreciada y rota. La amargura atormenta sus almas, y la cólera se oculta, latente, bajo sus cráneos.

-Haz andar esa bestia un poco más ligero, grita al cochero el hombre de poblados bigotes; -son diez hijos los que nos esperan con la boca abierta y con buenas muelas para mascar. Son numerosos. Apura, a fin de que lleguemos pronto y que ellos se multipliquen para arrancarse
las carnes unos con otros. 
¡Ay de mí! ¡Maldito sea el mundo!
¡Nacemos para morir como perros!

Están furiosos y no saben sobre qué cosa derramar su rabia. La dicha es para ellos algo oscuro, simepre inalcanzable, siempre incomprensible. ¿Y el mundo, ese monstruo gigante como vencerlo?
Quisieran romperlo, incendiarlo, demolerlo. Quisieran hacer llorar sin piedad; hacer sufrir, y mofarse de todo con una carcajada diabólica. 
Quisieran volcar el mundo con brazo poderoso y arrojarlo en la nada, para contemplar desde arriba su caída precipitada y las nubes polvosas que se desprendieran de los seres abismados; para respirar voluptuosamente en la masa horrible de ruinas; para lanzar entonces una gran carcajada demoniaca. Pero no pueden hacerlo... 
Es necesario beber para ahogar el fuego que consume sus almas. Y beben...

-Vino, dadme vino.
Sentados en el borde del tandur (o thonir es el horno armenio; hecho de kaolín y cavado en el piso de una pieza de la casa, allí se mantiene el fuego en invierno y se sientan en los bordes, los pies colgando, para calentarse y hablar) los chicos, desnudos los esperan.
No hay pan en la alforja. Del techo cae gota a gota una agua negra y puerca. La puerta de la casa está asediada por el receptor de los impuestos. El invierno está allí. 
Las montañas cubiertas de nieve parecen pestañar monstruosamente. Mira a los lejos, mira cuanto quieras; no ves sino una extensión desierta y sórdida donde los animales mismos no encontrarían alimento. Inmensa aflicción! 
Es una visión maldita que es preciso desfigurar, cubrir con vino, para crearse en su lugar nuevas ilusiones. Beben y las ilusiones no aparecen... la cruel visión está fija en sus miradas como un monstruo devorador que atrae y engulle.

-Vino! Dadme vino!
El cántaro lleno se encuentra de nuevo tendido hacia las manos del viejo músico ciego.

-Toma, maestro, y canta una canción dolorosa.
Toma el cántaro en sus manos temblorosas y se vierte su contenido en el fondo de la garganta, y enjuagándose los labios con la manga, saca su violín.

-Cántanos algo de la miseria y del dolor.
Y, fijas las órbitas vacías en el cielo ensombrecido, templa el instrumento y las cuerdas principian a llorar. Canta...
Canta el cielo gris que se cierne sobre las cabezas; canta el desfilede los negros cuervos en el espacio sombrío y solitario; canta la muerte sin resurección de la luz en ámbito silencioso de la inmensidad.
Canta la inmensa angustia arrodillada ante la vida; canta el sudor negro caído en el lodo; canta la cólera soberana en las almas destrozadas por los sufrimientos.
Canta el dolor grande y silencioso de los vencidos; canta la tempestad de las almas procelosas donde se quiebran relámpagos y la indignación de los corazones inflamados en los cuales se arremolinan huracanes. 
Desesperado solloza el violín desatinadamente, como la pobreza extraviada en los caminos desiertos cuando el viento nocturno gime en el bosque de cañas amargas. 
Y a la vera del camino, inclinado sus airones como ancianos pensativos, las cañas escuchan esos gritos de furor y de desesperanza.
Por sobre el bosque las desnudas rocas de las cimas montañosas miran, con sus cuencas inmóviles, el sórdido camino por donde pasa la procesión del canto, del vino y de la miseria, y, mirándola, canjean
con las nubes pensamientos eternos.
Las cabezas vuelven a caer sobre los pechos; punzantes gritos se elevan y uniéndose como hermanos a los sones del violín, van a abofetear la faz y sombría del cielo.

-Vino! Dadme vino!
El cántaro, lleno del turbio licor, hace nueva ronda. El hombre de los grandes mostachos pásase la mano por la frente y murmura alguna cosa que no es ni una canción ni una maldición; riñe a alguien sin saber a quién ni por qué. Los puños se levantan como una amenaza y no sabe
contra quién. Los dientes crujen feroces. Alguien entona con voz cascada una canción desconocida que se convierte en llanto. Gruñe otro, apretando hasta dañarlo el brazo de su vecino. Y el conductor fustiga el animal, deja caer las y escupe al cielo como un loco.

-Hola, hermano! Ven acá. Seremos seis en vez de cinco; hay sitio; ven!
Un hombre va por el camino con andar lento y fatigado. Una levita militar, muy raída, gastada, le cubre de arriba abajo. Su cabeza le abriga un gorro de cerda. Apoyado en largo bastón, lleva viejos zapatos pesados que arrastra difícilmente en el barro. 
Oye la invitación, se para un instante,mira la extraña carreta, el caballo y los viajeros y parece preguntarse si debe aceptar o no el ofrecimiento inesperado.

-Estás cansado y te creemos en nuestro caso; la noche cae; te comerán los lobos, ven, tenemos vino y un sitio para ti. Así dijo el hombre de los espesos bigotes sentado sobre el odre. 
La duda del desconocido se cambia en resolución; se aproxima con paso decidido, sube al carro, se sienta y murmura con tono quejoso, enjugando el sudor de su frente:
-Es una carretera maldita; toda es lodo. Tengo la espalda molida.
-Ay de mí! Veo que eres como nosotros. Mira el cielo: ni un rayo de luz!... 
Volvemos a nuestras casas con la escarcela plena. He! He! He!
Pareces estar en el caso nuestro. Vino, toma vino. Maldito sea quien ha creado el mundo. Lo creó, desde el principio, sobre base falsa. 
Bueno es siquiera que haya vino. Tóma: esto es vino.
El recien llegado toma el cántaro, lo lleva a la boca y lo vacía de un trago. Pronuncia tres palabras.
-Tengo mucha sed. 
Le comprenden, y le pasan un segundo cántaro, luego un tercero, un cuarto. 
-Sí; pareces tener mucha sed... Tóma bastante, bebe; pues es un remedio contra el dolor, dijo uno de los viajeros.
Y el desconocido bebe...
-Vamos, maestro; toca algo, no importa si somos seis en vez de cinco; cántanos el sufrimiento.
Y una vez más vuelve el viejo músico hacia el cielo sus cuencas vacías; de nuevo las cuerdas tiemblan y el violín solloza.

Crece la oscuridad envolviéndolo todo; las montañas y los bosques se confunden lentamente con la bruma espesa y húmeda; el camino se pierde en las tinieblas y los cuervos al fin se callan. No se oye sino el resoplar del caballo y el ruído indefinible de sus cascos en el barro. 
El conductor, ya ebrio, lanza a intervalos vociferaciones de loco, fustiga sin tino, y lasruedas avanzan rechinando y crujiendo dolorosamente.
A lo lejos, al oeste, por encima de los bosques y las montañas, unpedazo de cielo oculta, bajo los pliegues de nubes más ligeras, un rayo de luz sin brillo de la que a veces se escapa una claridad que
viene a retozar como un fantasma en las caras de los viajeros, esbozando apenas sus siluetas en la negrura de la noche. Los árboles que orillan el camino no son ya sino monstruos informes, y diríase que
conspiran en silencio contra los viajeros retardados. Un murciélago que aparece de entre las ramas remolinea por sobre sus cabezas y se hunde rápidamente en la oscuridad rozándoles las caras con sus alas.
Un buho solloza y se calla luego. Más lejos aún, en el fondo del bosque, un pájaro pía quejosamente y de la cima de un árbol se desprende una rama que cae ruidosamente.
Esto no preocupa a los viajeros. El canto del violín se extiende sobre el bosque para ir a morir junto a los pájaros escondidos entre el follaje. El vino da la vuelta y el recienvenido, ebrio, inflamado, feliz, habla sin cesar:

-El hombre debe ser un hombre! suceda lo que quiera, es preciso que viva!... Yo os lo juro! Derriba el mundo, tíralo al fuego, pero encuentra de que vivir! No soy tan bruto para volver después de diez años de ausencia con el bolsillo vacío. Hélos aquí! 
-Trescientos rublos, os digo... tres hermosos billetes de a ciento... 
No me creéis? Que el diablo os...
Entreabre sus vestidos para sacar de ellos algo y salen tres grandes billetes. Los viajeros se inmovilizan de curiosidad y de asombro; abren enormes ojos para ver mejor en lo oscuro, mientras que el propietario agita en el aire sus billetes como alas de murciélago. Uno de los compañeros tiende la mano, los manosea a fin de que efectivamente es dinero.... trescientos rublos!...
El conductor abandona por completo las riendas, gira sobre las rodillas y tiende el brazo hacia los papeles. El que servía el vino dejó abierta la espita del odre y el vino se derramó por el lodo del camino. Esto no interesa al portador de los billetes; los baraja contra el aire uno contra otro, los sacude, grita y riñe con todo el mundo. 
-Viva yo! Festejadme, camaradas! Vino! Dadme vino! Pronto! ¿Por qué te quedas con la boca abierta? El hombre debe ser un hombre; la mujer será siempre mujer. Festejadme, os digo!
Y oculta el dinero en su pecho.

Pero la <<fiesta>> se detiene de golpe; las conversaciones también. Nose oye sino los gritos del recienvenido, muy alegre. Nadie leresponde... 
En la oscuridad se distingue la respiración húmeda y febril de los viajeros. Los tres billetes se ciernen en sus imaginaciones trastornadas, dando vueltas, exactamente como aquel murciélago de hace un instante; desconcertando sus cerebros inflamados; y revolotean sin cesar por encima de sus cabezas... Trescientos rublos!...
Y ellos, ellos vuelven también a la casa, pero no tienen nada. Allá abajo una visión dolorosa les espera: la choza fría y ahumada, los hijos hambrientos, la esposa pálida y doliente, y además, asediando la puerta, el cobrador de impuestos... 
Y trescientos rublos...
Han enmudecido pero se comprenden mutuamente. Cada quien ve a través del alma de su vecino un negro abismo donde la mirada se detiene estupefacta; en el que riñen los vientos del deseo y de la rabia como en un infierno.
Todos tienen miedo de todos.
Ya nadie pide vino. Sus labios se han cerrado. Ya nadie reclama al viejo los sones del violín. El silencio los ahoga, pero no pueden hablar. Se hinchen los pechos, pero todos permanecen mudos. No se escucha sino el resuello del caballo, el ruido indefinible de sus cascos en el cieno y el chirrido de las ruedas siempre en movimiento. 

De pronto comienza el sollozar del violín; el viejo ciego lo ha recogido, espontáneamente esta vez, con emoción, y los desgarradores acordes de las cuerdas parecen retorcerse en la oscuridad, y lloran, yendo a morir a lo lejos...
Diríase que es la noche que solloza, sola, abandonada, desesperada.
Los viajeros se sienten enloquecidos; esos toques dolientes caen en la profundidad de sus almas como energías ardientes, chocan en su conciencia e iluminan el secreto monstruoso que allí se retuerce como una serpiente irritada.
Todos esos hombres quisieran romper el violín en la cabeza del viejo; todos quisieran hacerle callar, pero ninguno se atrevía. Y el músico toca ardiente, ferozmente. Las cuerdas ora lloriquean, ora gritan como para destrozar el corazón. Los viajeros permanecen siempre mudos, jadeantes en la oscuridad, como si estuvieran desconcertados y, sin darse cuenta, rodean al recienvenido acercándose a él cada vez más.
Nadie mira a su vecino cara a cara, ninguno abre su alma a su hermano, y sin embargo sus almas están abiertas y todos ven en ellas el abismo en el cual riñen los vientos del deseo y de la rabia.
Ya no hay allí cuatro cabezas sino una sola en que domina un pensamiento único, lóbrego y monstruoso, formidable e invisible, que hostiga los cerebros cuya sangre parece fluir gota a gota sobre la conciencia.
El recienvenido grita todavía:
-He! ¿qué os sucede para callaros? Demonio! Maldito sea quien os llame hombres. Dadme vino, dad... me... Pero no pudo concluir. De súbito se alzaron dos manos en la oscuridad y los dedos huesosos del hombre de los grandes bigotes se hundieron en su carne, le molieron el cuello. Al mismo tiempo, sin haber pronunciado una sola palabra, sin acuerdo ni señal previa, los otros dos y el carretero tienden también sus manos hacia la garganta de su víctima; y comienza la lucha, lucha espantosa de cuatro contra uno.
Ahogado, mueve los pies, araña al que puede, muerde los brazos de sus adversarios, desgarra, ensangrienta sus carnes; pero en vano; los huesos del cuello suenan bajo las ocho manos vigorosas. Al principio berrea como un ternero degollado, estertora con voz sorda y rara, suspira largamente, escupe espuma en la cara de sus verdugos; luego su lengua se abate sobre la quijada y enmudece. La lucha terminó.
Ahora es necesario robar a la víctima.
Más, los estranguladores se separan de repente, se agachan en los distintos rincones del carro y miran, con los ojos encendidos y la respiración silbante, el cadáver que se estira, se alarga y ensancha ocupando toda la carreta. Ya no hay puesto para ellos. Más y más se encogen, recogen sus pies bajo sí, de modo de no estar en contacto con su víctima; pero, el cadáver está en todas partes; los alcanza, se frota a ellos, les aprieta la garganta, los ahoga.
Y jadeantes, tiemblan contemplando el muerto. Miran en la oscuridad su espumosa boca, su lengua larga, sus ojos inyectados en sangre y abiertos.
Los trescientos rublos están ahí, en ese pecho inflado. Nadie osa extender la mano para recogerlos...
-Vino, dadme vino!
Es el músico ciego quien, ignorante de lo que acaba de suceder junto a él bajo los sollozos de su violín, pide de beber. Su mano se tiende en el aire; nadie le da vino, -ni ninguno le oye.- Vuelve a tomar el instrumento. De nuevo lloran las cuerdas sobre el cadáver.
Deplora una muerte que no vio.
De pronto uno de los hombres salta bruscamente del carro al barro de la carretera y huyó en seguida. Otro lo siguió, luego el tercero: huían del espanto creado por sus manos. El carretero mira con ojos empañados la carreta, el cadáver y el viejo músico que toca un aire
lúgubre. ¿Dónde llevar ese espantoso fardo? ¿Dónde ocultarlo? Y él también salta y huye, como los otros.
Ya no queda sino el viejo y el cadáver, el canto y la muerte que el flaco y torturado caballo arrastra en esa horrenda lobreguez, por ese camino lleno de surcos, cuyos vaivenes arrancan el alma. 
Los fugitivos corren por bosques y montañas. Corren sin mirar atrás.
Huyen al acaso. Y detrás de cada uno de ellos corre un cadáver de ojos yertos y espantosos, de roja lengua que cae sobre la quijada, de boca espumosa, y que tiene en sus manos billetes lucientes. El bosque grita de todos los puntos; tiembla la tierra en las tinieblas. Huyen sin preguntarse adónde, pero es necesario que sea lejos, lejos de ese cadáver pavoroso que corre sobre sus huellas y cuyo paso escuchan.
Huyen lejos de ese vehículo en el que se oye sollozar todavía el violín afligido del viejo músico.
Ahora el músico tantea a su alrededor. Encuentra el cadáver.
-¡Hé! ¿Qué os sucede que dormís, borrachos?
Hablando así, sacude, da tirones vigorosamente, llama. Pero en vano.
¡Ni una voz!
-Dormid, dormid; os cantaré una canción.
Aturdido por el vino, toca sin pararse, y el violín llora, llora; y la carretera avanza sin conductor.
Y el caballo, extraviado en la oscuridad, perdido el camino, llega a una pendiente por donde se desliza con rapidez vertiginosa. La carreta aligerada ahora, se precipita tras del animal, traqueando y rechinando. El cadáver se mueve, también fijos los ojos muy abiertos en el cielo sin estrellas. El anciano músico se abraza al cadáver.
Con estruendo, velos como una roca desprendida de lo alto de una montaña, la carreta se hunde en el hórrido abismo que la atrae a sus profundidades, lo mismo que al caballo, al viejo músico y al cadáver.
Se oye un grito terrible, desgarrador, que repiten los ecos sonoros de los valles, -luego, una cosa negra se aplasta en el abismo. 
Un silencio pesado como una piedra desciende sobre los valles y sobre los bosques.
Hacia el oriente el cielo se colora de un reflejo encarnado. 
Emergiendo de entre los rayos sangrientos va a aparecer el nuevo sol. 
Y la esperanza toda, reteniendo su aliento, espera...

domingo, 12 de diciembre de 2010

De la mentira

-Carlos Fisas-

Decía Talleyrand que la palabra ha sido dada al hombre para disimular
sus pensamientos.
Eso puede no ser una mentira sino un sistema para echar pelotas fuera.
Si de una mujer fea y vieja que se da aires de jovencita digo que es
inteligente y culta, disimulo mi pensamiento pero no miento por ello.
Tristán Bernard opinaba que los hombres siempre son sinceros, lo que
pasa es que cambian de sinceridad. Ello tampoco puede considerarse
como un embuste.
Más acertado me parece Courteline cuando escribe que la verdad se debe
decir a las personas inteligentes y se debe reservar la mentira para
los imbéciles.
Pero «embustero» es una palabra un tanto vaga. Francis de Croisset
dice que hay tantas clases de mentiras como de mariposas. Hay el
hombre que miente porque es hombre bien educado: es el hombre de
mundo. Hay quien miente para distraer a otros: es el poeta o el
novelista. Hay el hombre que miente por deber: puede ser un santo.
Quien miente por egoísmo o por cobardía es un sinvergüenza. Hay quien
miente por placer: es el verdadero mentiroso.
Creo que hay otras clases de mentiras: la estadística, las
declaraciones del gobierno y los programas electorales, por ejemplo.
La estadística es la mentira científica: si mi vecino tiene 100.000
pesetas y yo ninguna, estadísticamente tendremos 50.000 cada uno.
Sabemos, por otra parte, que si un ministro afirma que no subirá la
gasolina, ésta aumentará seis pesetas la semana siguiente y que si se
prometen 800.000 puestos de trabajo el paro aumentará en 800.000
parados al año de la promesa. Pero esto es natural, es la política de
todos los tiempos y todos los países. El político es aquel hombre
listo e inteligente que sabe explicar perfecta y convincentemente cómo
va a hacer una cosa y luego sabe explicar convincente y perfectamente
por qué no la ha hecho.
La mentira de la gente honesta es la exageración. Tal es el caso de
aquella madre que decía a su hijo:
- Siempre debes decir la verdad y nunca la mentira. Te lo he dicho un
millón de veces.
Todos los que han creído las mentiras de un charlatán se ven obligados
a sostenerlas, para no confesar que han sido unos imbéciles. Creer una
verdad es un acto natural que no nos compromete; creer una mentira es
una simpleza que cuesta trabajo reconocer. Por eso las mentiras se
defienden con más tenacidad que las verdades. Son palabras de E. Gómez
de Saquero, que hizo célebre el seudónimo de «Andrenio».
Pero el más célebre de los embusteros vivió en Sevilla en el siglo
XVIII. Dejemos la palabra a don Serafín Estébanez Calderón quien nos
relata sus hazañas en las Escenas Andaluzas precisamente en el
capítulo titulado «El asombro de los andaluces o Manolito Gázquez, el
sevillano».
«Los sevillanos, pues, son los reyes de la inventiva, del múltiplo,
del aumentativo y del pleonasmo, y, de entre los sevillanos, el héroe
y el emperador era Manolito Gázquez. En los rosarios tocaba el fagot o
pimpoddo, como él decía; en los toros era un oráculo.
Por lo demás, no había habilidad en que no descollase, aventura
extraordinaria por la que no hubiera pasado, ni ocasión estupenda en
que ni se hubiera encontrado. Y no se crea que esta inclinación a
hacerse el héroe de sus historias era por vanidad, ni que encarecía
por gala ni afectación, ni menos que se alejaba de la verdad por
afición a la mentira. Nada de eso: su imaginación le ofrecía por
verdadero cuanto decía; los ojos de su alma veían los objetos cual los
refería, y su fantasía lo ponía en el mismo lugar y grado del héroe
cuya historia relataba. (...) pronunciaba de tal manera las sílabas en
que se encuentra la "d" o la "rr", que sustituía estas letras por
cierto sonido semejante a la "d" (...) La vida la dividía dulce y
tranquilamente entre su taller, sus amigos y su esposa doña Teresa, y
de noche entre el descanso y su asistencia al rosario tocando el
fagot.
Oyó nuestro héroe, en su capítulo correspondiente de la Gaceta, hablar
varias veces de la Sublime Puerta. La idea que concibiera Manolito
Gázquez de lo que era el poder otomano lo probará la anécdota
siguiente. Cierto día trabajaba en su taller sendos clavos de ancha
cabeza y de traza singular que herreros y carpinteros llaman de
bolayque. Eran lucientes y grandísimos. Uno de sus visitantes, al
verlos exclamó: "¡Qué clavos tan hermosos, grandes y bizarros!"
Catorce cajones llenos de ellos hay ya en el río, replicó don
Manolito- ; ¿y no han de ser hedmosos si van sedvid para la Puedta
Otomana?...
«Manolito tenía gran vanidad en su habilidad de fagotista. Nadie a
juicio suyo le prestaba a tal instrumento el empuje y sonoridad que
él. "En ciedla ocasión, dijo, quise pasmad a Roma y al Padre Santo.
Para ello entré en la iglesia de San Pedro un día del Santo Patrón el
primed Apóstol. Allí estaba el papa y los caddenales, y ciento
cincuenta y cinco obispos, y toda la cristiandad. Tocaban veinte
ódganos y muchos instrumentos, y más de mil pitos y flautas, y
entonaban el Pange linguae dos mil y cincuenta voces. Llega don
Manolito con su casaca (iba yo de codto) y me pongo detrás de una
coludna que hay a la entrada por Oriente, así confodme se entra a mano
derecha, y cuando más bullicio había, meto un pimpoddazo y toda
aquella algazara calló y la iglesia hizo bum-bum a este lado y al otro
como para caedse.
A poco siguió la función creyendo el consistorio que el teddemoto
había pasado, y entonces meto otro pimpoddazo de mis mayúsculos y la
gente se asusta, y el papa dijo al punto: o el templo se viene abajo o
Manolito Gázquez está en Roma tocando el pimpoddo. Salieron a
buscadme, pedo yo tenía que haced y me vine a Sevilla pada id al
dosadio."
»Si algún paseante al pasar en aquellos días calurosos de estío por la
puerta de Manolito se sentía aquejado por la sed y le pedía un poco de
agua, gritaba al punto: "Doña Tedesa (su esposa), bajad la jadda de
odo con agua fresca, y si no está a mano venga la de plata o la de
cristal, y si ninguna se encuentra, traed la talla de baddo, que este
caballedo disimulada por esta vez, si se le sidve con buena voluntad."
»En cierto día que para una noticia que era preciso hacer saber a
Cádiz se hablaba del modo de transmitirla con mayor celeridad desde
Sevilla, dijo don Manolito: "¿Y por qué no va por agua la noticia?"
"Pero siempre, le replicaron, serían necesarios tres o cuatro días."
"Dos hodas, repuso Gázquez, yendo nadando como yo fui cuando la guedda
con el inglés a llevad ciedta odden del genedal. Yo me eché al agua al
anocheced en la Todde del Odo; meto el brazo, saco el brazo, estoy en
Tablada; meto el brazo, saco el brazo, heme en San Lucad de Baddameda;
meto el brazo, saco el brazo, al frente de Rota, y de allí como una
lanzadeda a Cádiz; al entrad por la puedta del mar tiraban el cañonazo
y tocaban la detreta... ¡digo, señodes, si me descuido!" Aludiendo a
que en tal hora se cierran en Cádiz las puertas como plaza de guerra,
y hubiérase quedado fuera.
»En el danzar, cuando sus verdes años, y creyendo sus propios
informes, había sido don Manolito una Terpsícore del género masculino,
un portento de ligereza y agilidad. "Una noche, decía, estaba yo en la
tedtulia de la condesa de..., siempre entre gente de calidad, y allí
habían bailado ciedtos italianos bastante bien. Don Manolito no quiso
bailad aquella noche pedo las señodas me dogadon tanto que al fin salí
haciendo mi devedencia y mi paseo. Comienzan a tocad y yo a figudad y
a tenzad; ellos tocando y yo tenzando y dando con la cabeza en el
techo, todos midando y yo tenza que tenza; las señodas, Manolito,
bájese usted, y Manolito tenza que tenza...; cuando concluí, por gusto
saqué el deloj..., quince minutos estuve en el aide."
»En los toros valía doble el andamio donde tomaba asiento Manolito
Gázquez. Siempre tenía la palabra. No había suerte que él no
comentase, ni lance que no sujetase a su crítica, aunque todo lo
presidiese el famoso Pepe Hillo, que era muy su amigo. "Quítese de
allá el señod Pepe, no sabe usté el mosquita que tiene delante. Oiga
usté los consejos del maestro de los todos..." Una tarde salió nuestro
héroe muy disgustado de la corrida. "Ya no hay hombres en Sevilla,
decía. Hasta el señod Pepe se ha convedtido en monja; a no ser por don
Manolito ¿qué hubiera sido de la cuadrilla? El todo, añadía, había
baddido ya la plaza, los de a caballo dogando, los peones en las vayas
y el señod Pepe enfrontidado por el todo y lo iba a ensadtad cuando
don Manolito se echó a la plaza y la fieda se dispadó a mí y deja al
señod Pepe y addemete..." Y ¿qué sucedió?, le preguntaban los del
asustado auditorio; "y addemete y yo le meto la mano por la boca y de
pronto le vuelvo como una calceta poniéndole la cabeza donde tenía el
dabo, y el todo salió más dispadado que antes y fue a dad ciego en el
budladedo de enfrente y se estrelló y las mulitas viniedon por él."
«Cierto día nuestro héroe asistió, con gran parte de la nobleza y
juventud sevillana, que siempre lo admitía en su círculo, a un
palenque de armas, en donde así se hacía alarde de la destreza del
sutil florete, como del irresistible poder de la espada negra. Después
que dos contendientes admiraron el concurso por sus primores, su
gallardía, sus tretas, sus estocadas, sus quites, y que retirándose
del asalto dejaban sorpresa, uno de los más notables por su habilidad
en las armas, le preguntó a nuestro héroe: "¿Y usté, Manolito, no
juega la espada?" "Ése ha sido mi fuedte, replicó, yo soy discípulo de
los discípulos de Caddanza y Pacheco. ¿Se acuerddan ustedes de las
famosas lluvias del año 76?" "Sí, nos acordamos." "Pues en una de
aquellas noches de diluvio, prosiguió, estaba yo en la tedtulia de la
señoda madquesa de (...) Todas las señodas se habían ya detidado en
sus coches, y sólo quedaba la condesita de (...) y su hedmana, que no
podía idse podque su caddoza no había podido llegad con el agua.
Aquellas señodas se afligían y quedían idse, ¿y que hace Manolito?
Saca la espada y dice: señodas, agáddense ustedes, y Manolito con la
espada a la lluvia: taz, taz, taz, tedcia cuadta, prima, siempre con
el quite y el deparo, llegamos a palacio; ni una gota de agua había
podido tocad a las señodas, y dejábamos detrás ahogándose a la
Gidalda."
«Manolito Gázquez, cuya juventud, por su lozanía, conservó hasta lo
último de su vida, murió cerca ya de los 80 años al entrar el famoso
1808.»

jueves, 9 de diciembre de 2010

"echar un polvo" y "ser de mala leche"

-Carlos Fisas-

Hay palabras, frases y expresiones que un día fueron correctas y luego
han pasado al lenguaje soez y grosero. Dos de ellas son las que
encabezan este artículo.
Si en el siglo XVIII algún señor hubiera dicho a otro: «vamos a echar
un polvo», «vamos a tomar un polvo» o algo por el estilo no hubiera
causado ninguna sorpresa ni escandalizado a nadie. Se refería al rapé
o tabaco en polvo. De la misma manera se debería entender la frase
refiriéndose al acto de empolvar una peluca.
La acepción malsonante se debe a la Biblia y a la liturgia católica.
En la primera se lee, Génesis, cap. 3, v.19: «Con el sudor de tu
rostro comerás pan hasta que tornes al suelo, pues de él fuiste tomado
ya que eres polvo y tornarás al polvo». En la liturgia del Miércoles
de Ceniza el sacerdote pronunciaba las palabras: «Memento homo quia
pulvis eser in pulverem reverteris» («Recuerda hombre que eres polvo y
al polvo has de volver»). En una traducción popular basada en el texto
bíblico ya citado y en el anterior en el que se dice que Dios hizo al
hombre del barro, es decir del polvo humedecido, se dijo «que del
polvo vienes y al polvo has de volver». Teniendo en cuenta que el
origen del hombre se encuentra en el coito, se identificó éste con el
polvo bíblico y litúrgico, con lo que la palabra tomó un sentido
grosero que en un principio no tenía.
En cuanto a la otra frase hay que recordar que una creencia muy
antigua atribuía gran importancia a la leche que se mamaba en la
primera niñez. Se recomendaba, como se recomienda ahora, la lactancia
materna: pero en el caso en que ésta no era posible se creía que la
leche mamada de ubres mercenarias influía en el carácter del niño.
Así, por ejemplo, si la nodriza era iracunda lo sería también el
lactante, si avara, avaro sería él, etc.
San Agustín, que creía en ello, recomienda que se empleen nodrizas
cristianas para que el niño no se vea inficionado por leche pagana y
en la Edad Media, y muy especialmente en España, se recelaba de las
nodrizas no cristianas, judías o musulmanas, por creer que «tenían
mala leche» y el niño sufriría toda su vida la influencia de la leche
mamada.
«Ser de mala leche» significaba, pues, no haber sido alimentado por la
madre o una nodriza cristiana y por lo tanto no ser de fiar.
La interpretación soez y barriobajera es pues falsa a todas luces, y
digo barriobajera por costumbre pues es sabido que, hoy en día, el
habla soez se usa, por desgracia, tanto en los barrios bajos como en
los barrios altos. Antes se decía de un malhablado «habla como un
carretero», ahora hay veces en que vienen ganas de decir «habla como
una señorita de la buena sociedad y universitaria».
Gracias a Dios, en homenaje a la verdad, se ha de convenir en que son minoría.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El Camello y la Aguja

-Carlos Fisas-
Conocida es la frase evangélica «Os digo más: es más fácil que entre
un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los
cielos» (Mt. 19, 24). La Biblia comentada por los profesores de
Salamanca (BAC, 239, p. 435) dice: «La lectura "camello" es genuina.
Pero algunos autores, sorprendidos por esta desproporción entre aguja
y camello, pensaron que, en lugar de "camello" (kámélos), hubiese
estado primitivamente otra palabra semejante (kámilos), que significa
cable, soga gruesa, maroma de navío, con lo que se lograría no sólo
menos desproporción, sino también una mayor homogeneidad conceptual
entre aguja y soga. Otros, para justificar esto, inventaron que una de
las puertas de Jerusalén se llamaría entonces "agujero de aguja".»
Pero es desconocer los fuertes contrastes orientales, las grandes
hipérboles, tan características de esta mentalidad. Además, este tipo
de comparación era completamente usada en el medio ambiente. Así se
lee, Vg. "Practicad por mí, por la penitencia, una abertura como el
agujero de una aguja, y yo os abriré una puerta por donde los carros y
vehículos podrán pasar..." En cambio, en la literatura rabínica se
sustituye el término "camello" por el de "elefante". Probablemente
sería esto entonces como un recuerdo de la presencia de estos grandes
animales en las guerras macedonias y sirias. Así se lee: "Nadie
piensa, ni en sueños..., un elefante pasando por el agujero de una
aguja". Y un rabino decía con gran intención: "Tú eres de Pumbeditha,
donde se hace pasar un elefante por el agujero de una aguja". Es un
proverbio con el que se designa una cosa que es, por medios humanos,
imposible. Jesucristo, tomando sus imágenes del medio ambiente,
sustituye elefante por camello. Y así dirá en otra ocasión a los
fariseos: que "coláis un mosquito y os tragáis un camello." »
Esta frase, como la anterior (Mt. 19, 21: «Si quieres ser perfecto,
ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los
cielos, y ven y sígueme») han producido discusiones a lo largo de la
historia. ¿Se trata de un precepto o de un consejo?
Fraticelli, begardos, beguinos, los piagnoni de Savonarola, los
valdenses, creyeron lo primero. En la Crónica de Laon se narra la
trayectoria religiosa de Pedro Valdés: «En torno a 1173 había en Lyon
un ciudadano llamado Valdés, que había hecho una gran fortuna por el
diabólico medio de la usura. Un domingo se vio sorprendido por una
multitud que escuchaba a un juglar y estaba muy afectada por sus
palabras. También él lo fue y escuchó con gran interés la historia de
san Alejo, que había tenido una santa muerte en casa de su padre. A la
mañana siguiente, Valdés fue a la escuela de teología a interesarse
por su alma. Requirió al maestro para que le informase de cuál de
todas las vías era la mejor para acceder a Dios. El maestro citó las
palabras del Señor: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tengas,
dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Ven y sígueme."
«Valdés volvió al lado de su mujer y le dio a escoger entre los bienes
muebles y las propiedades en tierras, agua, bosques, prados, campos,
casas, rentas, viñedos, molinos y hornos. Ella quedó sorprendida y
eligió las propiedades. De los bienes muebles, devolvió aquellos
adquiridos indebidamente, dio una amplia parte a sus dos hijas, a las
que colocó en la orden de Fontevrault sin conocimiento de su mujer y
dio una fuerte cantidad a los pobres.
«Durante este tiempo, una fuerte hambre asoló la Galia y la Germania.
Durante tres días a la semana, desde Pascua a San Pedro Encadenado,
Valdés repartió pan, sopa y comida a todos aquellos que se acercaban a
él. En la Asunción de la Virgen repartió monedas entre los pobres por
las calles diciendo: "No puedo servir a dos amos, Dios y Mammón". La
gente lo creía loco, pero él, levantándose, les dijo: "Amigos y
conciudadanos, no estoy loco como pensáis, sino que he derrotado a uno
de los enemigos que me esclavizaban, puesto que daba más importancia a
las riquezas que a Dios, y he servido a las criaturas más que al
Creador..."». En 1177, Valdés, el mencionado ciudadano de Lyon que
había hecho voto a Dios de no poseer oro ni plata, llegó a convertir a
algunas personas a sus opiniones.
Siguiendo su ejemplo, dieron cuanto tenían a los pobres y de buen
grado se hicieron devotos de la pobreza. Poco a poco, tanto en público
como en privado, empezaron a vituperar tanto sus pecados como los de
los otros.»
En 1178, el papa Alejandro III reunió un concilio en su palacio de
Letrán... condenó la herejía y a todos aquellos que la fomentaban y
defendían a los heréticos. El papa abrazó a Valdés y aplaudió su voto
de pobreza voluntaria, pero les prohibió a él y a sus compañeros que
predicasen excepto a petición de los eclesiásticos. Obedecieron estas
instrucciones durante algún tiempo, pero más tarde no, y con ello
labraron su propia ruina.»
Jesús dijo: «Siempre habrá pobres entre vosotros». Lo que se ha de
procurar es que los ricos sean menos ricos y los pobres menos pobres;
y que no haya miserables ni más hermanos que mueran de hambre.

Del Maestro al Ministro

-Carlos Fisas-
Las palabras tienen su historia que, a veces, como ésta que voy a
contar, es muy edificante.
Un maestro es alguien que enseña, que está por encima de alguien, de
sus alumnos por ejemplo. Y, efectivamente, maestro deriva de magister
que, a su vez, proviene del adjetivo magis que significa más y más
que. En Roma había un magister equitum, o sea, un general de
caballería, y, entre otros más, un magister morum o jefe de policía de
costumbres o de la brigada social que diríamos hoy. Es decir el
magister, el maestro, era el superior, el que estaba en lo alto.
Por el contrario el minister estaba en lo profundo de la escala
social. Minister procede de minus, es decir menor, menor que. Era el
hombre sometido a alguien, al servicio de alguien.
El minister cubiculi era el camarero, por ejemplo.
Pero quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija. El magister,
el maestro, continuó siendo el superior de sus alumnos, pero de nadie
más; mientras que el minister, el humilde ministro, estando al lado de
los grandes y sabiendo lamerles las botas, fue encumbrándose poco a
poco hasta llegar a ser lo que son ahora: los mandamases de un país.
Por cierto, no sé si se habrán fijado ustedes que los ministros
españoles no tienen secretarios sino subsecretarios. Ello se debe a
que el primitivo nombre de los ministros del rey era el de ministro
secretario del Real Despacho, por ello, por ser ellos mismos
secretarios, del rey naturalmente, les correspondía, no otro
secretario, sino un subsecretario. Denominación ésta que ha
permanecido hasta hoy a pesar que los ministros son sólo esto y nada
más que esto. Que ya está bien.
Y recordemos la anécdota: Un ujier de un ministerio es llamado por un
ministro que le endilga un rapapolvo. Al salir, un compañero le
pregunta:
- ¿Qué ha pasado?
Y el ujier responde, con veinte años de funcionario encima:
- Nada, estos interinos...