-Extracto-
Cuando escucho la palabra «intelectual» mi mano corre a la pistola.
Hanns Johst.
ººº
El gran cantor del marxismo chileno fue, sin lugar a dudas, entre todas las alabanzas que tuvo en Occidente, el poeta Pablo Neruda. A sus versos se deben, en buena parte, las lágrimas derramadas por tantos «intelectuales» radicales-snob sobre la sepultura de aquel Salvador Allende que no logró recorrer, sino por pocos años, la feliz vía cubana.
Para entender el fenómeno del izquierdismo de los ambientes «intelectuales» es necesario tener presente que fue una moda ideada en Moscú, que se arrastró durante toda la segunda mitad del siglo XX.
Exactamente la misma cosa se verificó, hacia el final del siglo, con la llamada «corrección política» en temas como la cuestión racial y la homosexualidad.
No es una casualidad que el desarrollo del extremismo de izquierda en Chile, como en todos los países latinoamericanos y europeos, se haya manifestado hacia el final de los años 60 e inicio de los 70, cuando en el mundo explotaba la rebelión juvenil y proliferaban los así llamados «intelectuales comprometidos», como Pablo Neruda, aquel Neruda que en 1970 celebró la ascensión de Allende al poder con las siguientes palabras: «Ha nacido un movimiento liberador de enormes proporciones que llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para que realice actos de justicia impostergables».
Fuese quien fuese Neruda (alto exponente del Partido Comunista chileno, pero «capitalista», propietario de diversas casas, una de ellas en Valparaíso con una hermosa vista al mar y otra en la base del cerro San Cristóbal que domina Santiago) lo podemos entender leyendo una publicación del diario italiano Il Messaggero. En septiembre de 1993, éste reproducía un artículo que comenzaba con un elogio al poeta y escritor soviético Ilia Ehrenburg (quien, en 1945, animó a los soldados de la Armada Roja a no dejar vivo a ningún alemán, ni siquiera a un bebé, y a no dejar de violar a ninguna alemana, fuera niña o tuviera 90 años).
Hay que reconocer, entre tanto, que el autor de dicho artículo tenía cierta sinceridad: después de haber admitido que Pablo Neruda era «un comunista convencido, empeñado hasta el cuello», ponía en evidencia (aunque en los términos herméticos típicos del intelectualismo de izquierda) que el poeta era «crítico en el momento justo». Esto equivale a decir que se adaptaba de buen ánimo al cambiar del viento, lo cual no impidió a los comunistas chilenos proponer a Neruda como candidato presidencial en 1969.
Es una pena que Neruda haya muerto en 1973. Si hubiera vivido por algunos años más, hubiéramos saboreado el embarazo de un comunista que solía definir a la Unión Soviética como «Madre (con M mayúscula) de los hombres libres», y que había hecho imprimir aquel Que despierte el leñador, una de las más ridículas alabanzas que subsiste sobre la Unión Soviética y la persona de Stalin. Con obras de este tipo, Neruda obtuvo en 1971 un Premio Nobel. Lo que no sorprende si se considera cómo, por qué, por quiénes y a quiénes son entregados los Nobel de Literatura y de la Paz. Significativo, en este sentido, es el caso del argentino Jorge Luis Borges, a quien le negaron a último momento el Nobel de Literatura porque había sido recibido privadamente por Pinochet.
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