viernes, 7 de agosto de 2020

Andreas, el loco de Dzaghkatzor

Vassili Grossman.- 
#cronica 1961

A las siete de la tarde, en el tranquilo pueblo de montaña de Dzaghkatzor, a sesenta kilómetros de Ereván, no hay ni un alma en la calle. Dzaghkatzor cuenta con su propio loco, el viejo Andreas, de setenta y cinco años. Dicen que se trastornó durante los asesinatos en masa de armenios perpetrados por los turcos: ante sus ojos mataron a miembros de su familia. Dicen que, cuando era joven, Andreas sirvió en el ejército zarista, en el destacamento de Andranik pashá líder partisano y general del ejército ruso venerado por los campesinos armenios que hace poco murió en Estados Unidos. El año pasado falleció la mujer de Andreas, una mártir que compartió su vida con un chiflado. Cuando vivía, él le pegaba, pero, al morir la vieja, no permitía que la enterraran: la abrazaba, la besaba, trataba de hacer que su querida amiga muerta se sentara a la mesa, quería darle de comer. Nadie se atrevía a acercarse a ese viejo loco empecinado en creer que su mujer seguía viva.

Ahora Andreas vive solo en una pequeña casa de piedra. Tiene dos ovejas que rebosan un amor candoroso por él; no ven nada extraño en su locura, en sus cantos nocturnos, en sus ataques de ira y de desesperación, en sus lágrimas o en su silencio. 


Siempre que alguien menciona en su presencia a Andranik pashá, Andreas llora. Desde los tiempos de Shakespeare es probable que no haya habido una figura que se adapte mejor al personaje del viejo y loco Lear que Andreas. De estatura mediana, ancho de espaldas, un poco corpulento, probablemente aquejado de un edema, vestido con una chaqueta de abrigo rústica bastante rota, sombrero de piel de cordero en la cabeza y un bastón grande y nudoso en la mano, deambula por las callejuelas empinadas de Dzaghkatzor con andares majestuosos, tristes y cenicientos. Lleva un ancho sombrero del que despuntan algunos rizos grises y canos que cubren su cabezota. En cuanto a su cara, haría deponer el pincel a Rembrandt: «Aquí no tengo nada que hacer, la naturaleza ya lo hizo todo por mí». Y, en efecto, es un rostro que se presta más a la cámara fotográfica que al pincel. Andreas tiene una frente leonina, cejas pobladas y prominentes, pliegues profundos alrededor de la boca, nariz grande, mejillas flácidas como el mariscal de campo Hindenburg y unos ojos saltones grises y amarillentos, encendidos y apagados al mismo tiempo. Hay bondad y fatiga en esa mirada, una rabia indómita y una angustia terrible, una mente reflexiva y la furia de la locura.


Los habitantes de Dzaghkatzor compadecen a Andreas. El astuto y precavido Karapet-aghá repatriado de Siria que cambió el digno cargo de propietario de una taberna en Alepo por el de gerente de una cantina-chiringuito en Dzaghkatzor, siempre invita a Andreas. Agasaja respetuosamente al viejo, y éste, a pesar de su orgullo y desconfianza general, nunca se ofende por la generosidad de Karapet y come a gusto su jash, un caldo caliente monstruosamente calorífico a base de gelatina de ternera y ajo. A veces Karapet-aghá ofrece un vasito de licor a Andreas. Éste se lo atiza, entona una canción de guerra sobre Andranik pashá y llora.

El pastor Khachik lleva a pastar las ovejas de Andreas a las montañas sin pedirle dinero a cambio. Siranush, la vecina, a veces alimenta la estufa del viejo con kiziak y le caldea el cuchitril de piedra. En una ocasión presencié la ira de Andreas. Imprecaba en armenio, pero, sirviéndose del sucio fuego de los insultos rusos, llevaba las maldiciones en su lengua a un estado incandescente.

Pronto descubrí qué había causado su rabia. De noche, por orden del comité del Partido, habían quitado de la plaza del pueblo la dorada estatua de yeso de Stalin.

Cuando Andreas lo descubrió, una ira terrible se apoderó de él. Blandía el bastón, se abalanzaba sobre los conductores y los niños, sobre Karapet-aghá y los estudiantes de Ereván llegados al pueblo para esquiar.

Para Andreas, Stalin era quien venció a los alemanes. Y los alemanes eran aliados de los turcos. Por lo tanto, quienes habían destruido su monumento debían de ser agentes turcos. Y los turcos mataron a mujeres y a niños armenios, ejecutaron a viejos armenios y exterminaron bárbaramente a personas pacíficas e inocentes: campesinos, obreros y artesanos. Mataron a escritores, científicos y cantantes. Los turcos asesinaron a la familia de Andreas, destruyeron su casa y liquidaron a su hermano. Los turcos mataron tanto a ricos comerciantes como a indigentes armenios; trataron de aniquilar al pueblo armenio. Contra los turcos combatió el gran general armenio Andranik pashá. Y el comandante en jefe del ejército ruso que derrotó a los poderosos aliados de los turcos fue Stalin.

Todos en el pueblo se reían de la furia de Andreas, pues confundía dos guerras: la Primera Guerra Mundial y la Segunda. El viejo loco exigía que se devolviese la estatua dorada de Stalin a la plaza de Dzaghkatzor, porque Stalin, al fin y al cabo, aplastó a los alemanes y venció a Hitler. Todos se reían del viejo: él estaba loco, y la gente a su alrededor, no. 


Andreas "Kaytzak" Sargsyan 
(1882-1969)
"Կայծակ" Անդրեաս Սարգսյան։

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