Pero una nueva pulsación, un nuevo latido
arroja al río de la calle nuevos sedientos seres (…)
¡Son los ángeles!
Xavier Villaurrutia
Él siempre dice su verdad, siempre la dirá; nunca se desmiente pues es un inocente de treinta y ocho años de edad perseguido por hombres ansiosos de belleza. Hoy sale de su apartamento en una avenida populosa, enorme, larga, contaminada, sucia y feroz. Le rozan las miradas de deseo furtivas o descaradas mientras corre hacia la estación de Metro, afanoso por huir del peso agobiante de su vida sumergida en la inmensidad de las calles abarrotadas de automóviles, de cornetazos, de gritos, de maldiciones y de mentadas de madre. Elegantísimo y perfumado, el inocente se ríe de la propia mala suerte rumbo a la reinauguración de un bar que le encanta: ríos de güisqui, música sin fin, cuerpos lucidos en el baile, fotos y risas a granel. Ama su instante de vida plena pues es un libertario, tremebundo, antitodo, antigualla. Eso sí, es el único en el bar que no olvida su corazón ni eso que los militares sentimentales con dos tragos en la cabeza llaman el destino de la patria; después de la medianoche se monta en un taxi de modelo viejo que lo deja en una ancha y desierta avenida. Vestido de negro cerrado para pasar de incógnito ante los ojos de policías y guardias nacionales, el inocente coloca en la estatua de Simón Bolívar una larga bufanda con los colores del arcoíris en memoria de los soldados desconocidos que amaron y desearon a otros hombres en plena guerra de independencia. Hola mi querida oficial, aquí estoy protestando, le dice el inocente a una policía lesbiana que bailó con él en un bar hace algunos meses y que apareció de la nada y como si nada. Tranquilo mi amor, ¿tú eres del gobierno, no? Yo no, responde inocente, los que decimos nuestra verdad nunca somos gobierno.
En pocos segundos la calle queda sola.
"En Rojo"
GISELA KOZAK ROVERO
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