miércoles, 23 de octubre de 2013

Del amansapostes al sexting


Se ha identificado una nueva tendencia en el comportamiento sexual humano, el sexting; una voz inglesa, acrónimo de sex(sexo) y texting (escrito, mensaje); consiste en la costumbre cada vez más extendida entre los adultos jóvenes actuales, de enviar mensajes o fotografías sexualmente explícitas mediante los teléfonos móviles. Investigadores de la Universidad de Michigan (EE UU) analizaron esa práctica en 3.447 hombres y mujeres, con edades de 18 a 24 años, y llegaron a la conclusión de que se está convirtiendo en parte habitual del cortejo. “Simplemente es una de las formas en que la tecnología influye en nuestras vidas, incluida la sexualidad”, explica el sexólogo José Bauermeister. El sexting no es una forma de acoso sexual, por cuanto se hace de mutuo acuerdo y suele ocurrir entre parejas que ya tienen una relación.
Evidentemente, se trata de una modalidad del sexo a distancia, ahora potenciado por la comunicación electrónica.
El sexo a distancia abarca una amplia variedad de filias: rinofilias (erotización por vía olfativa), acustofilias (del oído) y pornofilias visuales; en general, se refiere a cualquier forma de estimulación erótica sin contacto piel-a-piel de las personas involucradas. Existe desde tiempos remotos y en los tiempos modernos cobra auge con la aparición del flagelo VHI-sida en la década de los 80; a propósito de satisfacer la demanda de satisfacción sexual sin riesgo de contagio de la más letal de las enfermedades sexuales, avispados empresarios del negocio del erotismo crearon los que llegaron a conocerse como Teatros de Amsterdam, consistentes en un escenario semejante a la pista de un circo, rodeado por cubículos aislados de ese espacio por una lámina de plexiglás, aunque interconectados acústicamente; en el escenario se llevaba a cabo el espectáculo erótico y en el cubículo el observador resuelve sus tensiones.
En el ámbito privado, parejas y grupos asumen el compromiso de exhibirse recíprocamente sin tocarse, en lo que hayan una emoción muy particular; con esa práctica relacionada con el sadomasoquismo ligero, imitan el llamado prospicio (del latín, literalmente “mirar de lejos”), etapa avanzada del proceso romántico del Amor Cortesano medieval, en la que la dama amada “idealmente” se dejaba ver desnuda por su caballero sirviente.
Las rinofilias y acustofilias tienen larguísima historia; tanto en la poética erótica europea de siglos pasados, como la china de tiempos más remotos, los vates celebran el placer de oler las ropas íntimas femeninas recientemente usadas; en una de las variantes de la acustofilia la persona se excita a partir de escuchar los sonidos característicos del acto sexual:
quejidos y suspiros, frases amorosas, crujidos de la cama, etc.
En la parroquia San Juan de Caracas existían pensiones en las que las habitaciones eran cubículos separados entre sí por tabiques de cartón piedra; por una módica
propina podía lograrse la
complicidad del encargado y ser el interesado ubicado en uno al lado de otro que sería ocupado por parejas.
El sexting aparece en el marco del sexo virtual realizado mediante internet; mis primeros encuentros con este fenómeno de la Era Electrónica me llevaron a pensar que quienes buscaban contactos eróticos por tal medio eran personas con alguna ineptitud para establecer relaciones interpersonales cara-a-cara o impulsados por una avidez patológica de sexo; pronto aprendí cuán equivocado estaba en mi apreciación: el contacto por internet con propósitos sexuales es una forma socialmente aceptada de establecer relaciones de pareja, que compite con el “levante” en presencia tradicional, al extremo de estar remplazándolo. Más aún, existen parejas estables y bien cimentadas, al menos en lo sexual, que jamás se han encontrado personalmente; y quienes lo practican no sufren problemas de ansiedad ni de autoestima ni ninguna patología en su sexualidad.
Y aquí viene a lugar la expresión “¡Cuándo en mis tiempos!” En época pasada, no tan distante, el romance era asunto complicado, laborioso, lleno de angustias.
En una revisión que hiciéramos de la cultura erótica capitalina de las primeras décadas del s. XX, a partir de testimonios de “caraqueños viejos” y de los cronistas urbanos, identificamos los siguientes pasos del ritual de cortejo por los que debía pasar el galán: enamorado ambulatorio, enamorado “de ventana”: cuando la muchacha aceptaba la aproximación para conversar a la ventana en la que solían mostrarse las caraqueñas casaderas en horas de la tarde; pretendiente aceptado en la casa: al lograr el acceso en plan de amigo, y novio formal, una vez cumplido el ritual de pedir la mano y ser aceptado por el padre de la amada; el proceso podía durar unos dos años.
En la etapa inicial de enamorado ambulatorio, el galán paseaba reiteradamente por la acera de enfrente a la aludida ventana, mirando hacia su ocupante; naturalmente fatigado por ese ir y venir, el aspirante se recostaba en algún poste del alumbrado eléctrico próximo a esta, desde donde a veces hacía señales gestuales expresivas de sus sentimientos. El ingenio popular acuñó el término amansaposte para designar ese comporamiento, y la gente decía: “Ayer vimos a Teodoro amansando poste frente a la casa de María”; y no faltaban jodedores que al pasar por ahí en carro o en bicicleta, gritaran a leco herido “¡Amansaposte, amansaposte!” causandola inevitable irritación del aludido y el rubor de la muchacha ventanera.

Rubén Monasterios

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