Laureano Márquez
Tal Cuál
Como diría el Dr. Uslar en sus “Valores Humanos”, la historia de la gorra es tan antigua como el hombre mismo. Los gorros fueron siempre símbolo de estatus. Los faraones egipcios, por ejemplo usaban una especie de tocado para adornar la cabeza. Creo que allí había algún mensaje cifrado, porque muchos de los gobernantes antiguos y no pocos de los modernos, tienen que estar “tocados” para hacer lo que hacen. Pienso, por ejemplo en Gaddafi, que siempre andaba con un gorro de lo mas extravagante.
Pero antes incluso que los tocados egipcios, existía en lo que era Frigia, en la actual Turquía, el gorro frigio; no confundir con el gorro frígido, que es otra cosa. El gorro frigio simboliza nada menos que la libertad, estaba vinculado al culto del dios Mitra y coincidencialmente, “mitra” se llama también el gorro ornamental que usan los obispos (quién sabe si la próxima prohibición en Venezuela sea el uso de la mitra). En la antigua Roma, el gorro frigio era distintivo de los libertos, es decir que aquellos que habiendo sido esclavos, alcanzaban la libertad (la esclavitud era cuando el destino de uno o muchos hombres estaba sujeto a la voluntad y capricho de un amo, no sé si me explico). De Roma, el gorro frigio pasa a la revolución norteamericana y a la francesa, como simbolo de libertad.
Los venezolanos diferenciamos claramente gorra de cachucha, esta última es la que usan los militares. Cuando se habla, en nuestro país, de “una cachucha”, se alude claramente a un gobierno militar, ejercido además de manera autoritaria o dictatorial. Suponemos que la palabra cachucha esta emparentada con capucha, que es el gorro que se ponen, por ejemplo, los monjes y que va sujeto al hábito de manera habitual, como corresponde y las envuelve en un aire de misterio, como todo lo secreto, lo oculto o lo cifrado. Latinoamérica tiene una larga tradición de cachuchas, es decir, de militares tratando de incursionar en el poder, quizá en Bolivia esto de los golpes militares alcanzo su expresión más dramática. Cuentan que en el teatro municipal de La Paz se presentó una conocida diva extranjera. Antes de comenzar la función, un guardia de honor se acerco al camerino e informó a la dama que el presidente (un dictador militar) quería saludarla, a lo que ella accedió. En el intermedio el guardia se presentó nuevamente y le informó que el presidente quería saludarla. Ella preguntó: “¿otra vez?” y el guardia respondió: “no, este es otro presidente”.
Es fácil que los gobiernos militares deriven en autoritarismo, puesto que la estructura de pensamiento militar se rige por ordenes que deben ser obedecidas sin discusión, algo completamente diferente al mundo civil en donde tenemos una concepción distinta del tema de la obediencia – ¡cuando obedecemos!- porque lo usual entre nosotros es el derecho a pataleo, que llaman.
Pero esta sociedad es desobediente por naturaleza, mas a los caprichos arbitrarios. En las dictaduras siempre fue usual simular adaptarse, muchas veces bajo la forma de silencio cómplice, mientras se esperaba el advenimiento de algo mejor; así sucedió durante algún tiempo de la dictadura de Pérez Jiménez, como muestra Carlos Oteyza en su película “tiempos de dictadura, tiempos de Marcos Pérez Jiménez”. Pero aún en dictadura, la gente encontró emblemas compartidos de libertad y desobediencia. Así que, ha bastado que se prohiba la gorra de Capriles (que así se llama ahora), para que se vuelva popular.
La gorra se ha convertido en un símbolo de lo que en Venezuela se debate en este momento. Gorra Vs cachucha…no es otro el dilema.
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