La Gran Guerra se caracterizó por la falta de movimiento en los frentes. Claro ejemplo de este estancamiento fueron las guerras de trincheras desde otoño de 1914 hasta la primavera de 1918.
La vida en las trincheras suponía una constante prueba de resistencia humana durante las veinticuatro horas del día. En las horas de luz, las trincheras eran sometidas a los disparos de los francotiradores y al bombardeo de la artillería, este último destinado a eliminar la guarnición de la primera línea y a destruir el alambre de espino. Las trincheras eran más activas durante la noche, cuando la oscuridad permitía el movimiento de tropas y suministros, el mantenimiento de los alambres de púas y el reconocimiento de las defensas del enemigo. Centinelas en los puestos de escucha en la tierra de nadie (la zona que estaba entre las trincheras de ambos bandos) tratarían de detectar las patrullas enemigas, y se llevaban a cabo incursiones con la finalidad de capturar prisioneros y documentos que proporcionarían información sobre las posiciones enemigas.
La vida en las trincheras era agotadora en muchos aspectos, no sólo en lo físico, sino también en lo moral. Era aburrida y se tenía miedo a la muerte. No solo estaban expuestos a los bombardeos y disparos del enemigo sino también a la inhalación de gases tóxicos y corrosivos. Cada día morían compañeros; los soldados estaban cara a cara con la muerte y muchas veces los cadáveres se descomponían frente a las trincheras.
El sueño y el cansancio también desmoralizaban a las tropas. Los soldados se sentían deprimidos, agotados, apenas con ánimos para vivir y seguir luchando, cayendo muchos de ellos en desórdenes mentales, especialmente durante los últimos años de la guerra.
Se ha estimado que hasta un tercio de las bajas aliadas en la Gran Guerra se produjeron en las trincheras. Y es que, aparte de las producidas en combate, las enfermedades también fueron una pesada carga: vivir mal alimentados, casi siempre mojados, embarrados y enterrados en lugares reducidos, fríos y húmedos como las tierras del Norte de Francia y el Sur de Bélgica causó muchos millares de bajas debido a la gripe, pulmonía, tuberculosis, disentería y a todo tipo de enfermedades contagiosas propagadas por piojos, pulgas y ladillas.
A veces, una simple lluvia podía dar lugar a todo un mar de lodo. Las trincheras se llenaban de barro. Si los soldados pasaban demasiado tiempo en una zanja llena de agua y la situación se complicaba con el frío de los inviernos extremadamente duros (a veces llegaban a -20ºC) el resultado eran los llamados pies de trinchera, el primer paso para la posterior gangrena. Hacia finales de 1915, y para tratar de combatir el pie de trinchera, los soldados británicos estaban equipados con tres pares de calcetines y tenían órdenes de cambiárselos al menos dos veces al día.
También había millones de ratas, algunas incluso del tamaño de un gato. Tenían que quitárselas de la cara y de las manos mientras dormían. Los soldados trataban de eliminarlas a disparos y con sus bayonetas, incluso hubo quienes, con la ayuda de perros, se especializaron en desratizar las trincheras. Sin embargo era inútil. Las ratas, bien alimentadas de tanto cadáver, proliferaron a su gusto (una sola pareja de ratas puede producir hasta 900 descendientes en un año).
Un soldado escribió en su diario:
"2 de junio 1916: Las trincheras en esta parte de la línea están infestadas de ratas. Frecuentemente caminan sobre uno cuando duermes. Estaba muy preocupado porque venían y lamían la brillantina de mi cabello. Por eso tuve que dejar de usar grasa en mi cabeza".
Hoy, la mayoría de nosotros no sobreviviríamos un solo día en las trincheras, por no hablar de meses o años, como estos jóvenes, que al final tenían que aceptarlo como algo cotidiano.
Javier Sanz
Foto:
Diego Ghidini
No vivimos mucho tiempo, y cuando empezamos a saber algo, o a conocer el modo de descubrirlo, ya nos movemos a toda velocidad, como si esquiáramos, por una pronunciada pendiente nevada, adelantando a unos en el descenso, y cruzándonos con otros que ascienden, y realmente hay poco tiempo para conocerse y charlar. Lo más que podemos hacer es gritar alguna cosa al pasar...
sábado, 31 de agosto de 2019
Vida y (muerte) en las trincheras
viernes, 30 de agosto de 2019
Historias subterráneas
Reviso mi monedero. Tengo un bolsillo lleno de tickets de Metro de los de color amarillo de hace tiempo, cuando todavía se vendían. Compraba muchos para no estar haciendo cola tan seguido. Los guardé allí cuando dejaron de cobrar la entrada. No se pagó durante mucho tiempo. Los volví a buscar ahora, que a veces cobran. Es aleatorio. La diferencia es que los de antes tienen la banda magnética, están bien cortados y son de un material de mejor calidad. Los de ahora parecen de mentira o de juego. Son de cartón chimbo y rectángulos irregulares.
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Le entrego un ticket al miliciano —un anciano integrante del cuerpo de milicias civiles de apoyo a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana—. A los milicianos les asignan ciertos trabajos especiales. En este caso su única labor es recibir y romper tickets de Metro todo el día. Lo ve, le da vuelta y me detiene:
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—Este no sirve.
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—¿Por qué?
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—No es de los que estamos vendiendo.
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—Pero yo lo había comprado hace tiempo e igual lo van a romper.
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El miliciano lo piensa y me deja pasar.
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—Pero será mejor que vaya comprando tickets nuevos porque esos que tiene ya no sirven.
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Rompe el ticket y lo tira en la papelera que tiene detrás del torniquete. •
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Fuente: Historias que laten
Tres exilios tres personajes provinciales
[...] el trabajo en Venezuela más que apoyarse como presunto defecto, es una función de viveza o de habilidad, se apoya básicamente en una parodia del trabajo. Cuando se trabaja, parodian el trabajo, porque nuestra cultura no tiene expresión del trabajo, ni ha logrado representar el trabajo como parte indispensable de sí misma.
¿Por qué? ¿Qué es este bochornoso, caótico, incoherente pero amado país? Es la consecuencia de tres exilios, de tres personajes provisionales, el habitante autóctono, el indígena, que fue expulsado de su territorio, de sus creencias, de su vida, para quien la noción de trabajo no existía. ¿Para qué?, si la tierra da y yo lo tomo. ¿Por qué sembrar?, ¿por qué hacer un huerto? Si toda esta tierra era un huerto.
Otro personaje es el negro, arrancado de las Costas de Marfil, de su tierra, de su amor de todo lo que pudiera generarle un sentimiento. Lo metieron en un barco y lo trajeron a esta tierra y le dijeron: trabaja, ¿para qué?, ¿por qué?
El español llegó a un exilio, llegar a América significaba un castigo, una desgracia, una fatalidad, era vivir en un país de segundones. Aquí no se vino el primogénito, se vino el segundón, el que no servía, el aventurero. ¿Venía a trabajar?, no, ¿para qué? Venía a hacerse rico, la vida verdadera estaba en España, este era un país de paso.
¿Qué cultura de trabajo se puede esperar de tres orígenes donde el trabajo no tiene pasión, ni tiene por qué tenerla? Lentamente esta sociedad, al criollizarse, fue haciéndose al trabajo.
Pero esta es nuestra cultura del trabajo, allí subyace, porque al fin de cuentas se trabaja para una recompensa y decir otra cosa es una hipocresía.
Indiscutiblemente existe el trabajo espiritual, el del científico, el del poeta, el del escritor donde el trabajo es un placer. Pero para el hombre que martilla todo un día, no existe placer. No puede haber placer por martillar. Constituye una manera de vivir, se expresa en términos de salario, requiere de un pago correspondiente para asumir esa tarea.
En Venezuela, además, se paga mal, la relación entre salario y trabajo es caótica, es artificial, donde las profesiones no se rigen por el grado de esfuerzo que el hombre puede colocar a la hora de prepararse para ellas. Así pues, no hay una imagen del logro del trabajo, porque en Venezuela no hay imagen de riqueza, porque en los ricos, que podrían ser un paradigma de la imagen del trabajo como lo fue Ford para los americanos, no existe. El venezolano no tiene imagen del bienestar.
Hemos creado una imagen donde el rico tiene imagen de pícaro, Miguel Otero Silva decía que el único rico honrado que él conocía era Antonio Armas, porque la historia de su fortuna se veía por televisión. Bateaba y le pagaban por eso. De resto la riqueza no es honrada y el disfrute de ella misma tampoco es honrado.
Deberíamos desterrar de nosotros mismos la idea de que la viveza nos ha acompañado como acto cercano al trabajo. Es falso, no hay viveza criolla, hay viveza alemana, hay viveza japonesa. Aquí lo que hay es un lento, dramático y desesperado esfuerzo de una sociedad por asumirse a sí misma, en un territorio y dentro de unas costumbres y unos códigos que ni le corresponden, ni la expresan y, en ocasiones, ni siquiera la sueñan.
Extracto de: La viveza Criolla. Destreza, mínimo esfuerzo o sentido del humor José Ignacio Cabrujas
imagen tomada de: https://www.instagram.com/p/Bac5zNJgvlc/?igshid=nz8508gnyav7
miércoles, 28 de agosto de 2019
El mundo es del hombre justo
La falta de rumbo premeditado ha sido una de las características de nuestro devenir, rasgo que parece acentuarse luego de la independencia: constituciones que duran poco, cambios arbitrarios de rumbo y de gobierno, así como subestimación de los individuos más capaces. En nuestros países, la posesión de inteligencia y de cultura muchas veces se convierte en un estigma, en una pesada carga para los intelectuales. Revelador es el diálogo entre uno de nuestros primeros presidentes, el Dr. José María Vargas —civil, intelectual, universitario—, increpado por uno de los militares que volvieron triunfantes de la guerra de Independencia, Pedro Carujo, quien tenía secuestrado al presidente en su domicilio para forzar su renuncia y quien desde el exterior le gritó:
—Señor Vargas, el mundo es de los valientes.
—No —respondió Vargas desde adentro—. El mundo es del hombre justo. Es el hombre de bien y no el valiente el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia.
Un diálogo sintomático de lo que vendría en el futuro. La lucha entre una Venezuela de pensamiento —casi siempre relegada o al servicio de la otra— y una Venezuela de aventureros políticos con la fuerza de las armas y esa ausencia de respeto a las instituciones a la que llaman equivocadamente «valentía».
Laureano Márquez
Extracto del libro: SOS Venezuela
Foto fuente: https://www.instagram.com/p/BU9g1kLgPxd/?igshid=5715g7kaey37
Estado y nación
La solución más boba y manida para salir de aprietos es acudir al cómodo recurso del doble registro: hay un nacionalismo bueno, y otro, malo. Ejemplos, no menos tontos y usados: buenos son los nacionalismos africanos, asiáticos, latinoamericanos, y malo, malísimo, es el nacionalismo alemán o el japonés. O el norteamericano, que recibe el feo nombre de imperialismo. Ojalá el mundo fuera tan simple como quieren siempre los maniqueos. De cerca, las cosas se complican.
Primero fue el Estado; luego la nación. Y de ahí el monstruo: naciones-estado. El Estado, lo más antiguo, es el marco legal que permite una vida social comunitaria, sin importar, en principio, la nacionalidad de sus ciudadanos. Roma fue un Estado, nunca una nación; al contrario, los cives romani procedían de muchas y diversas regiones o gentes o naciones. Cuando una nación predomina y busca la exclusiva, en vez de un simple Estado, surge el híbrido: Estado-Nación; en vez de ser un instrumento legal, pasa a ser una máquina nacional. Fue el romanticismo el culpable: enamorado de las diferencias y obsesionado con la naturaleza, exalta la nación como el origen común e intransferible de un grupo humano. El Estado fue conquistado por la nación y el nacionalismo es el sentimiento resultante, la ideología encubridora, la venta del producto.
Pero la contradicción Estado-Nación subsiste. Paradigma: la Revolución Francesa que, por un lado, exalta los derechos del hombre, que se supone universales y, por otro, la soberanía nacional, que no pasa de ser una reclamación particular y aun reducida a un solo país. Con ello, o bien los derechos humanos tropiezan con la multitud de soberanías que habrían de propiciarse, o bien se convierten y diluyen en simples derechos nacionales. Por algo, habla Hannah Arendt de la «perversión del Estado» por haber llegado a ser simple instrumento de la nación. Quizá todos los integrantes del Estado sean ciudadanos, pero sólo unos serán nacionales, esto es, ciudadanos de primera por serlo de «nación», por nacimiento. Los otros, si acaso, naturalizados, son ciudadanos de segunda. Esa es la perversión. Lo natural, lo fáctico, el azar predomina sobre lo legal, lo estatuido, lo necesario. Por lo mismo, en esa inversión de valores, los nazis fueron consecuentes y llegaron hasta la esquizofrenia constitucional al distinguir nítidamente entre Staatsfremde y Volksfremde, pues no era lo mismo ni valoraban igual ser extranjero por pertenecer a otro Estado que serlo por formar parte de otro pueblo o nación. Ambos eran extranjeros, pero, en adelanto orwelliano, los segundos lo eran más: caso de los judíos, que aunque fueran ciudadanos (de hecho y de derecho, pertenecían al Staat alemán), en realidad eran totalmente extraños por pertenecer a otro pueblo o nación (Volk) y no al sagrado pueblo alemán. «En realidad» lo explica todo: no basta con las apariencias, sino que, armados de alguna clave (sangre, raza, clase),
hay que penetrar en el fondo de los fenómenos, en la «realidad». Ese fue el truco metodológico de las doctrinas románticas y el combustible que animó al nacionalismo rampante, no sólo durante el XIX.
Ensayos Polémicos
Joan Nuño
La mala suerte del tercer cigarrillo encendido con la misma cerilla
La lucha de trincheras durante la Primera Guerra Mundial nos ha dejado curiosas historias sobre la dura vida y constante prueba de resistencia humana que tuvieron que soportar aquellos soldados. Pero las trincheras también fueron el escenario ideal para que durante las largas y aburridas noches de vigilancia surgieran todo tipo de supersticiones, como la de no encender tres cigarros con la misma cerilla, porque traía mala suerte.
La explicación era simple: cuando los soldados fumaban por la noche, la intensa llama inicial de la cerilla delataba su posición fácilmente. El tirador enemigo, al otro lado de la trinchera, se percataba y cargaba el fusil. Al encender con la misma cerilla el segundo pitillo, el enemigo apuntaba, y cuando le llegaba el turno al tercero... un certero disparo muy posiblemente le volaría la tapa de los sesos. Claro, así nadie quería ser el portador del tercer cigarrillo; la mala suerte se cebaría con él. Todavía hoy, muchos recuerdan haber oído esta historia mientras hacían las guardias nocturnas de la "mili".
Otras fuentes apuntan que su origen no proviene de la Primera Guerra Mundial, sino que fue inventada una década después por un magnate sueco de la industria del fósforo, en un intento por lograr que la gente usara más cerillas (así los supersticiosos encenderían, como mucho, sólo dos cigarros con la misma cerilla).
En películas como Una tarde en el circo (1939) de los hermanos Marx, y en novelas como Perry Mason, el caso del perro aullador (1934), de Erle Stanley Gardner, entre otros muchos ejemplos, se hace referencia a esta superstición.
Javier Sanz
viernes, 23 de agosto de 2019
Aquiles y su talón
Según una antigua tradición griega, Aquiles, hijo de Peleo y de Tetis, fue sumergido por su madre en las aguas del río Styx, que tenían el poder de conceder la inmortalidad a quien en ellas se bañaba. Pero Tetis sujetó a su hijo por el talón, que resultó ser el único punto vulnerable del héroe. Durante la guerra de Troya, una flecha le atravesó el pie precisamente por esa parte del cuerpo, y murió a consecuencia de la herida. También es casualidad o, mejor dicho, doble casualidad, que la flecha le alcanzara en el talón y que le produjese la muerte en vez de una simple cojera, como sería natural. Pero en la mitología griega lo más imposible es probable. Así, puede leerse laguna Estigia donde se lee río Styx. Y la flecha fue lanzada por París o por Apolo. Aquiles, por otra parte, había recibido lecciones de medicina del centauro Quirón y para curar las heridas usaba una planta llamada «aquilea» o también «milenrama» o «milefolio».
Carlos Fisas
En el baile de máscaras
«Yo compararía a Kant con un hombre que, tras intentar toda la noche conquistar a una belleza enmascarada en un baile, cuando esta por fin se despoja de su máscara, descubre que se trataba de su propia mujer». En la fábula de Schopenhauer, la esposa que se hacía pasar por una belleza desconocida era el cristianismo. En la actualidad, es el humanismo.
Lo que Schopenhauer escribió acerca de Kant no es menos cierto hoy. De la forma en que se practica comúnmente, la filosofía no es más que un intento de hallar buenos motivos para las creencias convencionales. En la época de Kant, la fe de las personas convencionales era cristiana; ahora es humanista. Y esos dos credos no difieren gran cosa el uno del otro. Durante los últimos doscientos años, la filosofía se ha sacudido su fe cristiana. No ha abandonado, sin embargo, el error esencial del cristianismo: la creencia según la cual los seres humanos son radicalmente distintos al resto de animales.
La filosofía ha sido un baile de disfraces en el que la imagen religiosa de la humanidad se ha renovado bajo la apariencia de las ideas humanistas de progreso y razón. Ni los más grandes desenmascaradores de la filosofía han podido evitar participar en la mascarada. Apenas hemos empezado a quitarnos las máscaras de nuestros rostros animales.
Los demás animales nacen, se aparean, buscan comida y mueren. Eso es todo. Pero nosotros, los seres humanos, somos diferentes o, al menos, eso es lo que creemos. Somos personas cuyas acciones son consecuencia de nuestras decisiones. Los demás animales viven sus vidas inadvertidamente, pero nosotros somos conscientes. La imagen que tenemos de nosotros mismos se forma a partir de nuestra arraigada creencia de que la conciencia, la individualidad y el libre albedrío nos definen como seres humanos y nos elevan por encima del resto de criaturas.
En aquellos momentos en los que tomamos un mayor distanciamiento, llegamos a admitir que esa opinión sobre nosotros mismos es imperfecta. Nuestras vidas se parecen más a
sueños fragmentarios que a materializaciones de nuestro yo consciente. Controlamos muy poco de aquello que más nos importa; muchas de nuestras decisiones más fatídicas son tomadas sin que nosotros mismos lo sepamos, Y aun así, seguimos insistiendo en que la humanidad puede lograr aquello que a nosotros nos resulta imposible: el dominio consciente de su existencia. Ese es el credo de quienes han renunciado a la creencia irracional en Dios a cambio de una fe irracional en la humanidad. Pero ¿qué pasaría si abandonáramos las vanas esperanzas del cristianismo y del humanismo? Si silenciamos el parloteo constante sobre Dios y la inmortalidad, y sobre el progreso y la humanidad, ¿qué sentido podemos dar a nuestras vidas?
John Gray
"Perros de paja"
Foto: https://www.instagram.com/p/BzLbFfZHRJe/?igshid=114qu1dj42v1l
Fe animal
Los filósofos han tratado siempre de mostrar que no somos como los demás animales que husmean vacilantes por el mundo. Pero después de toda la obra de Platón y de Spinoza, de Descartes y de Bertrand Russell, seguimos sin tener mayores motivos que otros animales para creer que mañana saldrá el sol.
John Gray
"Perros de paja"
martes, 20 de agosto de 2019
Ecce, ¡garum est!».
Las conservas gaditanas fueron famosas en el mundo griego desde, al menos, el siglo V a. C. Cuando los fenicios traspasaron el negocio español a sus primos los cartagineses, la industria aumentó. Estas factorías, además de las conservas, desarrollaron una línea de salsas de pescado: muria, liquamen, allec y, sobre todo, garum.
El garo (del latín garum, y este del griego γάρον)
El garum llegó a ser la salsa del imperio (como hoy lo es el ketchup para la cocina americana) y se hizo imprescindible no sólo en las mesas más elegantes, sino incluso en las más modestas. Esta salsa comodín, aromatizada con distintos preparados, se le añadía a multitud de platos, ya fueran de carne, pescado o verdura. Sus más fervientes aficionados incluso la añadían al vino (oenogarum), al agua (hidrogarum) y al aceite (oleogarum). El garum se elaboraba con los desperdicios de los peces grandes, hocicos, paladares, intestinos y gargantas de atunes, murenas, caballas y esturiones, a los que se añadía morralla variada de peces chicos. Esta mezcla se introducía en los estanques de salmuera y se dejaba que la fermentación bacteriana disolviera las partes más sólidas y el sol concentrara los líquidos por evaporación.
Cuando al cabo de algunas semanas se había reducido, prensaban la pasta resultante y la parte líquida que destilaba una vez filtrada era el garum; lo que quedaba de residuo sólido, una especie de pasta de anchoas, era el allec, un subproducto más barato.
Había muchas calidades de garum.
«Actualmente el mejor garum —leemos en Plinio— se obtiene del pez escombro (caballa) en las pesquerías de Cartagena. Se conoce con el nombre de sociorum. Dos congrios no se pagan con menos de mil monedas de plata. A excepción de los perfumes, no existe ningún licor que se pague tan caro, dando su nombre a los lugares de donde procede». Este garum llegó a costar 180 piezas de plata el litro. El garum vivió su época dorada en los primeros tiempos del Imperio, pero el ocaso de Roma acarreó también su decadencia. Quizá la nueva clase aristocrática, los conquistadores bárbaros llegados del norte, no supieron apreciarlo, dado que no se habían acostumbrado a él desde la infancia.
Quizá la decadencia del comercio y el deterioro de las comunicaciones dificultó el suministro desde los centros de producción. Quizá el consumidor se aficionó tanto al garum a la pimienta (garum piperatum) que acabó quedándose sólo con la pimienta y rechazando el garum. Vaya usted a saber.
En todo caso el abandono fue paulatino. En el siglo IV garum procedente de Barcelona seguía llegando a Burdeos y en el siglo VI hay noticias de una fábrica en Montpellier. No obstante, su consumo se redujo drásticamente en el siglo VIII, y aunque todavía Rondelet lo cite en el siglo XVI, es evidente que lo hace a título testimonial y que la antigua salsa ya había cedido su terreno a la pimienta, que todavía sigue reinando en nuestra cocina. Algunos autores creen que el rajihe que se fabricaba en Turquía hasta hace un siglo pudo estar emparentado con el antiguo garum. Es posible. En Filipinas, Tailandia y Vietnam usan un concentrado de pescado, el nouc-mam que, por lo que se cuenta de él, tiene todas las trazas de parecerse al garum. Podemos imaginar que para el educado (o flaco) gusto actual aquella salsa resultaría nauseabunda
y excesivamente fuerte.
De hecho, el aliento de los que lo comían apestaba. «Si recibes una tufarada de aliento pestilente —escribe Marcial— ecce, ¡garum est!».
Fuente: "Tumbaollas y hambrientos"
Juan Eslava Galan
10 maneras de pedir "la parada" en Caracas
por: J. L. Maldonado, palabrasyescombros.blogspot.in
Viajando en buseta, bus, por puesto, camionetica, guagua y demás calificativos que pueda tener la unidad de transporte terrestre, expongo las diversas maneras en que los usuarios le indican al conductor que han llegado a su destino:
1. Déjeme ahí mismito: esto quiere decir que, más allá de la parada reglamentaria, el usuario le dice al conductor déjame donde te dé la gana pero no muy lejos. El diminutivo es este caso aplica como una especie de buen trato y cordialidad. Incluso algunos conductores optaron por imprimir el costo del pasaje mínimo junto a la referida frase “de ahí mismito”.
2. Déjame en la esquina: algunos osados después de hacer su solicitud le añaden “por favor”, en un acto casi de reflexión en donde se reconoce que no es lugar para pararse, pero qué más da, Venezuela es Venezuela, en la esquina estoy más cerca de mi destino que si me dejan en la parada –dirán.
3. Por donde pueda: aquí siempre me pregunto, por donde pueda qué cosa. Por donde pueda, escupe por la ventana?; por donde pueda se rasca la nariz o nos aturde más con la música? (con respecto a la música parece que todos están sindicalizados con el reguetón o el vallenato). Como el “por donde pueda” le resulta más cómodo al conductor, éste determina dejar al pasajero donde se le dé la real gana, motivo por el cual el impaciente usuario termina diciendo “llévame pa’ tu casa” y la transacción del costo por el pasaje termina a regañadientes.
4. Déjeme aquí: a diferencia del punto tres, este resulta todo lo contrario. Este destaca por su carácter impositivo. Es aquí y ahora, en donde se esté, en mitad de la avenida, delante de los fiscales –que nunca hacen nada o cuando mucho lo que hacen es entorpecer mucho más el tráfico. Algunos conductores se arriesgan a omitir la petición, dicho en criollo, a hacerse los locos y a dejarlos en un lugar cerca de la parada (nunca en ella, claro).
5. Me deja en la puerta de…: esta solicitud puede variar de acuerdo al lugar y al usuario. Por lo general suele ser utilizada por personas de la tercera edad o jóvenes flojos que les da ladilla hasta caminar, razón por la cual piden que lo dejen en la puerta del edificio tal, o un poco más allá del árbol X.
6. Me deja en el rayado: quién carajo le dijo a la gente que esas rayas blancas sobre las avenidas son para descargar pasajeros. No señor, esas tiras blancuzcas, por lo general bastante gruesas, forman parte del adorno citadino, del complejo arte urbano que tiñe el asfalto. En otros países suelen ser utilizados para que los peatones crucen las calles y avenidas.
7. Me deja al pasar o al cruzar: algunos usuarios con las condiciones físicas para hacerlo, se lanzan a su destino apenas sienten que la unidad de transporte baja la velocidad y han cruzado la calle.
8. En la próxima parada: otra solicitud abierta. ¿La parada que viene, en la esquina, en el edificio...? Dónde, se preguntará el conductor. Esa cosa con dos palos y un travesaño que por lo general soporta un par de campañas publicitarias en los laterales de cualquier producto y que en algunos casos posen un pequeño banco para que los usuarios tomen asiento cómodamente, conocidas como parada o terminales, aquí cumplen cuatro funciones menos para la cual fueron hechas: uno, dormitorio de indigentes (también de meadero); dos, lienzo futurista para los grafiteros que no pelan una para plasmar sus coloridas y gigantes firmas; tres, diana gigante en donde van a parar los conductores ebrios después de media noche y cuatro, paraguas colectivo.
9. Me deja por la parada: es decir, literalmente el conductor dejaría al usuario en ese lugar imaginario (porque en Caracas parece serlo) y lo sustituiría, lo canjearía, “por” la parada, adentrando ese mamotreto inútil dentro del trasporte llevándose por el medio a quien fuera.
10. Me deja “en” la parada: esta sería la frase más precisa con la cual los usuarios del transporte público anunciarían que han llegado al llegadero, pero –siempre hay un pero– la “parada”, esa especie de entelequia citadina en donde los usuarios de a pie deberían tomar o bajarse del autobús, está en el imaginario de cada conductor. Es por ello que deberíamos decirles a los “profesionales del volante” (las comillas van un breve halo de sarcasmo) déjeme en “su” parada.
Están son las diez maneras básicas de cómo los venezolanos (al menos los caraqueños) solicitamos que nos dejen “en” la parada. Un punto no tan simpático que no quiero pasar por alto y que es común a las diez enumeraciones anteriores, es que cuando algún usuario se baja en su destino y el transporte apenas lleva veinte metros andando, siempre –o casi siempre- salta alguien diciendo “ay señor, déjeme por aquí”.
Si usted tiene otra manera de pedir "la parada", pues dígalo por aquí.
Foto: Sofía Jaimes Barreto
lunes, 19 de agosto de 2019
Petare
Petare, en Caracas, es el barrio más grande y peligroso de América Latina.
Sus 500.000 habitantes viven en una estructura de casas precarias acumuladas una encima de la otra en una superficie de solo 40 km2. Tiene, además, la triste condecoración de ser el barrio más peligroso de la ciudad más peligrosa del planeta.
Las terribles condiciones higiénicas, la ausencia de los servicios básicos y la incompetencia del transporte público hacen que la vida en este lugar sea extraordinariamente ardua.
La falta de una estructura laboral efectiva, los terribles sueldos y el abandono estatal han llevado al decaimiento del tejido social; el resultado es una de las tasas de delincuencia y homicidios más altas de todo el planeta.
El dinero fácil, la venta de drogas y las armas se asocian al estatus social y poder, centenares de jóvenes se ven seducidos por el camino de la criminalidad como último recurso para mantenerse a flote.
Fuente: Hechos Latinoamericanos (Instagram)
jueves, 15 de agosto de 2019
El hundimiento del valor de la vida humana
sábado, 10 de agosto de 2019
Vida de un escritor
LOS VENEZOLANOS: DESLUMBRAR
sábado, 3 de agosto de 2019
La Navidad Negra de Pasto
La Navidad Negra de Pasto fue una de las acciones más polémicas de nuestro Libertador y del Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre. El 23 y 24 de diciembre de 1822, luego de una intensa batalla contra los guerreros que defendían la población de San Juan de Pasto, población leal al rey español, y ataque ordenado por Bolívar y comandado en persona por Sucre le siguió una matanza sin precedentes de población inocente, que incluso, algunos autores han considerado como un genocidio.
Se calcula que 500 pastusos inocentes fueron masacrados. Además, el mismo Sucre permitió la violación de mujeres y niñas de manera masiva, y el saqueo por completo de la ciudad durante tres días seguidos. Incluso, el mismísimo biógrafo del Libertador, el Daniel Florencio O'Leary, condenó este acto y admitió que este fue quizás, la orden más oscura de la historia de Bolívar.
Se dice que esta decisión fue una venganza personal de Bolívar, debido a las dos fuertes derrotas que le propinaron los pastusos, unos de los guerreros más audaces y leales a la corona en el sur de la Nueva Granada, durante la Batalla de Bomboná y la segunda batalla de la Cuchilla de Taindala, realizadas ese mismo año.
Aquí les presentamos dos opiniones de la Navidad negra de Pasto: "El cruel Libertador, el que manchó de muerte las calles, el que nos liberó de la corona pero que nos manchó de miseria, dolor y llanto. La historia de esta patria en construcción nos cuenta que el Libertador asesinó y sacrificó a nuestra pueblo en nombre de la libertad y de la independencia; pero no olvidemos que dejó las huellas de su espada en nuestras gentes, que sometió y humilló nuestros ancestros, que pisoteó nuestro pueblo y que fue el autor de una macabra obra perenne en la memoria de nuestro pueblo.” Julio Cepeda Sarasty
El general José María Obando: "No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada".
Fuente:
https://www.instagram.com/p/B0ga1yBIeOP/?igshid=18l7qmnb74376