viernes, 23 de agosto de 2019

En el baile de máscaras

«Yo compararía a Kant con un hombre que, tras intentar toda la noche conquistar a una belleza enmascarada en un baile, cuando esta por fin se despoja de su máscara, descubre que se trataba de su propia mujer». En la fábula de Schopenhauer, la esposa que se hacía pasar por una belleza desconocida era el cristianismo. En la actualidad, es el humanismo.

Lo que Schopenhauer escribió acerca de Kant no es menos cierto hoy. De la forma en que se practica comúnmente, la filosofía no es más que un intento de hallar buenos motivos para las creencias convencionales. En la época de Kant, la fe de las personas convencionales era cristiana; ahora es humanista. Y esos dos credos no difieren gran cosa el uno del otro. Durante los últimos doscientos años, la filosofía se ha sacudido su fe cristiana. No ha abandonado, sin embargo, el error esencial del cristianismo: la creencia según la cual los seres humanos son radicalmente distintos al resto de animales.
La filosofía ha sido un baile de disfraces en el que la imagen religiosa de la humanidad se ha renovado bajo la apariencia de las ideas humanistas de progreso y razón. Ni los más grandes desenmascaradores de la filosofía han podido evitar participar en la mascarada. Apenas hemos empezado a quitarnos las máscaras de nuestros rostros animales.
Los demás animales nacen, se aparean, buscan comida y mueren. Eso es todo. Pero nosotros, los seres humanos, somos diferentes o, al menos, eso es lo que creemos. Somos personas cuyas acciones son consecuencia de nuestras decisiones. Los demás animales viven sus vidas inadvertidamente, pero nosotros somos conscientes. La imagen que tenemos de nosotros mismos se forma a partir de nuestra arraigada creencia de que la conciencia, la individualidad y el libre albedrío nos definen como seres humanos y nos elevan por encima del resto de criaturas.
En aquellos momentos en los que tomamos un mayor distanciamiento, llegamos a admitir que esa opinión sobre nosotros mismos es imperfecta. Nuestras vidas se parecen más a
sueños fragmentarios que a materializaciones de nuestro yo consciente. Controlamos muy poco de aquello que más nos importa; muchas de nuestras decisiones más fatídicas son tomadas sin que nosotros mismos lo sepamos, Y aun así, seguimos insistiendo en que la humanidad puede lograr aquello que a nosotros nos resulta imposible: el dominio consciente de su existencia. Ese es el credo de quienes han renunciado a la creencia irracional en Dios a cambio de una fe irracional en la humanidad. Pero ¿qué pasaría si abandonáramos las vanas esperanzas del cristianismo y del humanismo? Si silenciamos el parloteo constante sobre Dios y la inmortalidad, y sobre el progreso y la humanidad, ¿qué sentido podemos dar a nuestras vidas?

John Gray
"Perros de paja"
Foto: https://www.instagram.com/p/BzLbFfZHRJe/?igshid=114qu1dj42v1l


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