-Wiliam Saroyan-
Querida niña, niña tontita y ridícula de hace sólo treinta años,
cuando tu tenías dieciocho y habías ido a Hollywood, desde York,
Pennsylvania, para hacerte estrella de cine, con un secreto escondido
en el vientre. No recuerdo cómo nos conocimos; sólo sé que de pronto
estabas viviendo en mi apartamento de Villa Carlotta, un sitio muy de
relumbrón para los recién llegados al departamento de escritores del
negocio del cine. Allí estabas tú en los últimos días del mejor mes
del año, octubre de 1936, compartiendo mi vida, la vida de un nuevo
escritor americano, de veintiocho años, famoso de costa a costa, como
dice la gente, con dos libros publicados en Nueva York, Londres,
París, Berlín, Roma y un montón de sitios; pero, a pesar de todo, un
hombre vociferante y desesperado que había ido a Hollywood en un
decrépito "Packard" para ganar rápidamente algún dinero con el que
pagar unas estúpidas deudas.
De vez en cuando me he preguntado qué habrá sido de ti, sobre todo
que habrá sido de la criatura que empezó a notarse poco después de que
vinieras a vivir conmigo y que no era mía, sino de un muchacho de
Pennsylvania al que conociste antes de decidirte a ir al Oeste, adonde
te fuiste porque te diste cuenta de que aquello iba en serio y tú no
querías casarte con él, no te atrevías a decírselo a tus padres, no
sabías qué hacer, pero no querías el aborto. Y luego, hacia mediados
de diciembre, lo hablamos con calma y tú decidiste volver a casa,
contárselo a tus padres y tener la criatura, una niña, según me
dijiste en tu carta.
¿Dónde estará ahora? Me lo he preguntado varias veces. Su madre tenía
dieciocho o diecinueve años cuando ella nació, de manera que ahora
tendrá treinta. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Cómo le van las cosas?
Y un día, en Ohio, poco después de mi boda, cuando iba a la cafeteria
de Wright Field, te encontré vestida con una especie de traje de faena
que llevaban entonces las mujeres y te dije:
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Películas -me contestaste. A los veinticinco años, seguías haciendo
películas-. Para ganar la guerra.
Y la ganaste, desde luego. Yo no. Y luego, en 1947, cuando volví a
Hollywood, esta vez no a trabajar, sino a pasear y a las carreras de
Santa Anita, una noche, al subir por Hollywood Boulevard, camino de la
librería de Stanley Rose, allí estabas otra vez. Pero ahora no ibas
sola, sino con un chico que no era en absoluto de cine, ni productor,
ni director, ni cámara, ni técnico, ni ordenanza, sólo un chico de
provincias que también había ido a Hollywood a probar fortuna. Tú te
soltaste de su brazo y te acercaste a mí para decirme:
-He vuelto; sí, he vuelto. No podía estar más tiempo lejos de aquí.
Esto es lo mío.
-Veintinueve años, con una hija de diez.
-Está con mi madre, se quieren mucho, es una preciosidad y ha hecho
muy feliz a mi madre. ¿No podrías proporcionarme un papel en una
película?
Naturalmente, no podía. ¿Quién iba a poder? No es que no supieras
actuar; es que delante de ti había muchas que tenían la clase de
amigos que podían ayudarlas, por lo menos hasta la mitad del camino.
Yo no. Ni siquiera podía decir que intentaría buscar algo para ti o
incluso para mí, aunque durante un momento me tentó la idea de volver
a tenerte; pero ni te dije que me llamaras al "Plaza".
Y aún volví a verte otra vez, en un lugar en el que nunca creí que te
vería, en Nueva York, cerca de "Tiffany", con un hombre viejo que no
era tu padre, y os vi entrar en "Tiffany" y eso es todo y ya no volví
a verte más.
Eras una niña encantadora, una niña con una niña en el vientre y yo te
quería y la quería y os quiero todavía. Os quiero a las dos, aunque en
realidad no hay motivo para ello. Tú eres de esa clase de chicas que
viven despreocupadamente, con seriedad, malentendidos, deseo,
expectación, fracaso, risa e indiferencia. No sois listas; vuestras
hermanas listas, esas que saben casarse y divorciarse y aprovecharse
de sus hijos con habilidad dirán que sois estúpidas, pero al final
vosotras habréis vivido una vida y ellas habrán vivido una mentira.
Por eso te quiero, y aún me pregunto que habrá sido de ti y de tu hija
y de la hija de tu hija, y deseo que aumente vuestra tribu.
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