Doctor Freud, doctor Jung y doctor Adler:
Cada persona de este mundo es un personaje que merece una de esas
biografías definitivas que los herederos autorizan en nombre de los
hombres célebres. Todas las personas merecen el mismo estudio y
atención cuando se dedican a contar la vida de Winston Churchill,
Franklin Delano Roosevelt, Benito Mussolini, Adolf Hitler, José Stalin
o de cualquier hombre célebre. Desde luego, no todo el mundo consigue
lo que se merece en el terreno de la biografía. Uno mismo no puede
escribir su vida; no puede imaginarla, no puede pensarla, y nadie va a
hacerlo por él.
Esto es una lástima, pues es una gran pérdida; aunque más lástima
merecen otras pérdidas: la pérdida de la propia vida en la guerra,
pongamos por caso; o la pérdida del juicio de generaciones enteras, a
causa de la continua inseguridad, la duda, el acoso, el miedo, la
ansiedad y toda clase de rémoras, todas esas cosas a las que el mundo
espera que nos adaptemos: Gobiernos, impuestos, guerras, y el servicio
militar que se impone a los jóvenes sin consultarles ni pedir su
aprobación.
Ahora bien, desde luego, todo el mundo se adapta, desde el momento que
sale a la luz hasta el momento en que se vuelve a la oscuridad.
Se adapta.
Adaptarse llega a ser su naturaleza. Incluso empieza a creer que le
gusta adaptarse. Rompe la monotonía. Le da una especie de razón de
ser. Se adapta hasta conseguir una total incapacidad para averiguar
quién es o qué podría hacer en este mundo. No es él mismo; es sus
adaptaciones, un producto elaborado por su Gobierno.
Todo lo cual lo convierte en el personaje a que me refería hace un
momento. A medida que va adaptándose, cambia su cuerpo, cambia su
postura, cambia su modo de andar, cambian sus nervios, cambia su
cerebro y cambian hasta sus células. Y a falta de mejor ayuda para
sobrellevar ese momento difícil que es decidirse a pasar otro día sin
esperanza, enciende un cigarrillo, aspira profundamente y una vez más
siente que tal vez le fuera posible llegar al otro lado sano y salvo.
Doctor Freud, doctor Jung doctor Adler, ¿Qué puede hacer este pobre
hombre por sí mismo, por el género humano, por la Naturaleza, por el
arte, por la verdad, o por Dios? ¿Nada? ¿Seguir adaptándose hasta que
le toque adaptarse a una muerte estúpida? ¿Acaso cuenta "él" para
algo, o acaso sólo cuentan ustedes, nosotros, los superiores, los
afortunados, los de talento?
Hago la pregunta en nombre del pobre hombre de la actitud desesperada,
con su depresión nerviosa, su mala circulación de la sangre y su
aliento fétido.
Todo el mundo tiene el aliento fétido. En Norteamérica, el negocio de
la fabricación, propaganda y venta de los elixires bucales que, según
se afirma, combaten el mal aliento, es enorme. Millones de personas se
enjuagan la boca continuamente con docenas de líquidos que valen seis
centavos el frasco, incluida la propaganda en Prensa, Radio y
Televisión, pero se venden a noventa y seis centavos, rebajados de un
dólar cincuenta. Sin embargo, no consiguen eliminar el mal aliento.
También sudan, y la gente dice que sudar es feo; y ellos van y se
pulverizan para dejar de sudar, para cerrar el poro, para neutralizar
el olor o para sustituirlo por el perfume de violetas. Sin embargo,
nadie huele a violetas, a no ser que se ponga a régimen de violetas,
durante un par de semanas. Los estadistas, los miembros de los
Gobiernos de este mundo, tienen mal aliento. Y sudan, y huelen. Y sus
esposas, sus hijas, sus secretarios o sus amigos tienen que
recordarles: "Por Dios, señor presidente, tiene usted mal aliento."
Naturalmente que tiene mal aliento el señor presidente. Es tan humano
y está tan fastidiado como cualquiera, ¿cómo no va a tener mal
aliento? Se lo produce el trabajo, la tensión nerviosa de tener que
tomar decisiones, lo que come, lo que bebe y lo que fuma.
Pero hay gente que no tiene mal aliento, y hubo un tiempo en que a las
muchachas de este mundo les olía la boca a leche fresca y a
florecitas. Y no era por los elixires bucales ni por los sustitutos
del sudor; era por ellas mismas, por su juventud, por su salud, y
hasta por su ignorancia, o por su inocencia. Pero al cabo de cinco o
seis años también a estas chicas empezó a olerles mal el aliento y
tuvieron que disimular los olores de su cuerpo con perfumes de todas
clases. Algo les habia pasado. El amor no resultó como ellas,
justificadamente, esperaban que resultara.
Cuando las chicas tienen el aliento dulce, los jóvenes que las aman
creen que el amor va a ser siempre así. Pero muy pronto deja de serlo
y ellas huelen mal y ellos también. Bueno, ¿lo hace el mundo, lo hace
la Naturaleza, o sucede porque divagan? (Los esquimales y algunos
pueblos asiáticos que llevan una vida dura huelen mal en todo momento,
pero no les preocupa. Tienen otras cosas en que pensar, y sus hijos
nacen tan sanos y fuerte como los de cualquiera).
Ahora, los jóvenes de todo el mundo, salvo tal vez los esquimales y
los de algunos pueblos asiáticos, empiezan a dejarse el mal olor; lo
hacen adrede y esto hace pensar a la gente, porque lo del olor no es
todo, sino sólo una pequeña parte de lo que están haciendo en
realidad. Parece que están tratando de no dejarse arrastrar al juego
en el que intuyen que van a perderlo todo: verdad, libertad, amor y
hasta la propia vida. Muchos de ellos son medio imbéciles; pero ésos
son los que se habrían hecho banqueros, abogados y políticos. Los
débiles mentales son siempre más numerosos que los inteligentes, de
manera que no importa mucho que una buena porción de los chicos que no
quieren trabajar ni dejar la LSD sean medio imbéciles. ¿Por qué no
iban a serlo? Sus padres lo eran, ¿no? ¿Qué se podía esperar, otro
doctor Freud, otro doctor Jung, otro doctor Adler?
Caballeros, esta rebelión de los jóvenes no la provocaron ustedes.
Estos hijos y estas hijas de hombres y de mujeres de todas las clases
incluidas las inferiores y las medio imbéciles, se han rebelado por
propia iniciativa. Sencillamente, no quieren adaptarse. Y es que,
dicen ellos: "Adaptarse, ¿a qué?
¿Cómo ha podido ocurrir? En un mundo lleno de personajes cada uno de
los cuales se merecía una biografía y, sin embargo, era totalmente
anónimo, ¿cómo ha podido ocurrir semejante cosa? ¿Cómo empezó a
manifestarse entre la juventud nada menos que un mundo nuevo?
Voy a decirles cómo, porque yo lo sé. Fue un acto natural. Ocurrió
espontánemanete, porque tenía que ocurrir. La especie está
protegiéndose de sí misma. No quiere extinguirse.
Es mejor tener mal aliento que no tenerlo en absoluto.
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