La escuela de la sospecha.
Nuevos ensayos polémicos,
Caracas, Monte Ávila, 1990
Aseguraba Proust que se podía enamorar de alguien por la forma como tomara la taza del té. Los incapaces de percibir matices dirán que son cosas de afeminados: los hombre de verdad se enamoran de algo concreto: unas caderas o una dote. Seres sustantivos frente a seres modales. Vieja oposición entre el qué y el cómo. El griego tuvo razón al afirmar que el universo procede del agua; se limitó a decir el qué. Lo que vale es explicar cómo se forman las cosas a partir del agua. En principio, todos los humanos coinciden en creer que una sociedad justa es la que no contiene ni oprimidos ni opresores. Pero ¿cómo lograrlo? Hay amantes que se dan por satisfechos con querer y expresarlo ritualmente: la gracia está en la forma de hacerlo. Querer es muy fácil: basta con declararlo. Lo que cuenta, lo que queda, es el modo de querer. Lo sustantivo es siempre factual, inerte, muerto; lo modal pertenece al reino de lo imaginario, lo vivo, lo creado. Y desde Gracián, un credo: «nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado».Todo arte es modal: hasta la más rastrera fotografía es una forma de cambiar lo dado.
¿Qué importa que la famosa y reclinada odalisca tenga una vértebra de más o que la celebérrima sonrisa sea enigmática, dispépsica, o inexistente? No se mira el qué,se atiende al cómo. Quizá por eso aún la medicina sigue siendo, en el fondo, más arte que ciencia: no es tan sólo que haya enfermos en lugar de enfermedades, sino que por sobre todo hay médicos en vez de tratamientos. Todo depende del modo, que si estuviera reducido al qué sobrarían los galenos: bastarían máquinas y manuales. Hay una vecindad nada extraña entre médicos y cocineros: cualquiera puede quemar un trozo de carne; cualquiera puede hacer que cura. El arte está en cómo hacerlo: el buen médico es el mejor chef del cuerpo humano: un artista al servicio de la salud, como el otro le está al de la gourmandise.
Por lo mismo, la filosofía es la antítesis del arte: disciplina eminentemente sustantiva. Tanto, que le dio por buscar la esencia de las cosas y, en definitiva, el ser de todo. A Sócrates le irritaba que le hablaran de la virtud del militar o la del zapatero o incluso, en abstracto, la del hombre: lo que andaba buscando era la esencia de la virtud. Siempre la manía reductora del qué, la pérdida de cualidades, los modos, las maneras, la forma de presentarse, no simplemente ser. Contra el refrán, el hábito hace al monje. Y en ocasiones, lo deshace. Se han necesitado muchos siglos para que a ciertos filósofos, obsesionados con el lenguaje, les interese el modo, lo que llaman, con ta habitual pedantería del oficio, «fuerza ilocucionaria» de toda expresión. Pruébese a decir «usted cree» en distintos tonos: afirmativo, interrogativo, dubitativo, para ver cómo se obtienen diferentes resultados: siempre el modo otorga significado al verbo. Por eso triunfan los retóricos, los políticos, especialmente hábiles en el estilo o forma de decir las cosas. Por eso las mujeres ceden ante Don Juan, más por su labia que por su figura. Por eso ningún niño cree a sus padres cuando prometen algo para un mañana inexistente, modo de salir del paso. Por eso Lenin se equivocó de medio a medio: en lugar de «¿qué hacer?» tenía que haberse planteado «cómo hacerlo». Por eso, por ahora, el capitalismo gana la partida: engaña mejor, envuelve sus productos en un empaque atractivo, seductor, modal. Forma sobre fondo.
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