"...Armenia no se resigna a la pérdida de la cumbre donde se posó el arca de Noé
TINA WOLFE
Lo que llama la atención no es el parpadeante neón de los múltiples casinos que recorren la autovía del aeropuerto al centro. Ni la llama
eterna del monumento de Tsitsernakaberd, en luto por los 1,5 millones de víctimas del primer
genocidio del siglo XX. Ni tan siquiera el Matendaran, capitolio de unos 17.000 manuscritos medievales protegidos por la figura granítica de Mesrop Mashtots, fundador del curioso alfabeto de 36 letras y su idioma gutural. Lo que llama la atención (y finalmente
seduce) de esta ciudad milenaria es una obsesión: por el idolatrado tótem armenio, el bíblico monte Ararat.
Tras la división de fronteras pactadas entre la URSS y Turquía en 1923, Armenia [29.800 km2 y 3,4 millones de habitantes] perdió su monte, que quedó dentro del
territorio turco. Durante siglos había pertenecido a los armenios, y esa pérdida de un enclave que
significa tanto para ellos les provoca aún hoy un enorme fastidio. De ahí esa idea fija: el gigante montañoso. Símbolo de orgullo en cuya cúspide se varó el arca de Noé tras el diluvio, según el
fantástico relato bíblico. Los armenios se consideran así los "progenitores de la humanidad".
No existe una sola casa que no
tenga el nostálgico monte nevado estampado, ya sea en foto, pintura o alfombra.
En las casas de Ereván, la capital del país caucásico, el mítico pico nevado (ahora en Turquía) está presente en alfombras, fotos y
cuadros. También da nombre a un coñac, el favorito de Churchill..."
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