Rubén Monasterios
Lo del daño cerebral alegado por Cela, es verídico: lo saben los doctores desde tiempos remotos. Hipócrates, el padre de la medicina, advirtió contra la nociva práctica de retener los peos; el sabio Quintiliano lo expuso claramente en uno de sus tratados: “Un pedo que, para salir, ha realizado esfuerzo vano trasladando su ímpetu a las entrañas desgarradas, a menudo causa la muerte”. Tirarse pedos es un recurso salutífero del organismo para prevenir numerosas enfermedades:
dolor hipocondríaco, furor uterino, cólico, pasión idílica y ¡pare usted de contar! Cuando reprimimos los flatos, o algo entorpece su salida, deben dar vuelta y atacan directamente al cerebro, y como efecto de la enorme cantidad de vapores que transportan, corrompen la imaginación y vuelven a la persona melancólica y frenética.
Afortunadamente, en la modernidad nadie está obligado a soportar esos agobios; de fallar la farmacología antiflatuléntica, la ciencia pone a disposición de quien quiera usarla una prenda íntima confeccionada en 1935 por Coco Chanel, a partir del diseño del proctólogo austrohúngaro Biela Weimar; su propósito es ayudar a las personas afectadas por incontenentia crepita pestiferum, o sea, por la incapacidad de retener sus gases intestinales pestíferos. Es una especie de calzoncillo cuya parte trasera, hecha de un material especial, opaca el sonido de los cuescos; va provisto de un filtro en ese mismo lugar para evitar la difusión de su aroma. Desde luego, sólo controla las flatulencias normales; nada puede hacer tratándose de pedos wagnerianos.
Celebridades como Balzac y Cela se valieron del pedo con el propósito de épater le bourgeois, que es una manera elegante de decir: joder al apacible vecino; en tal propósito también ejemplifican el uso del viento orgánico como recurso para alterar el orden; en efecto, es un medio de protesta; simular vocalmente un pedo es una manera tajante de expresar repudio por un personaje público; dejar escapar un sonoro viento detiene la verbosidad y libera la asamblea del agobio de un orador de esos que prolongan indefinidamente su discurso soporífico. ¡Nadie se atreve a continuar una perorata después de ser interrumpido por un buen pedo! Como suele ser celebrado con risas, el personaje más solemne y pomposo pierde su gravedad ante hilarante acontecimiento; su sonido armonioso e imprevisto disipa el aletargamiento de los espíritus y el olor puede dispersar la más compacta reunión.
En la protesta específicamente política, el papel del vapor intestinal es invalorable; de hecho, es un vero símbolo de la libertad.
Tal cualidad del flato fue reconocida por los estoicos, los más refinados entre los filósofos griegos; convencieron a sus adversarios que la democracia sólo se consolidaba de suspenderse la represión no sólo de los pedos, sino también de los eructos.
En sentido opuesto, el pedo y su pariente cercano, el eructo, también son significantes de satisfacción; entre los chinos pearse y eructar son las formas más correctas de expresar a los anfitriones profunda gratificación y agradecimiento por una comida opípara, y son gestos que todo el mundo celebra con alegría.
No es necesario remontarnos a tan remotas latitudes para encontrar normas sociales semejantes; en Venezuela son propias de los marabinos o maracuchos, y de los zulianos en general, tanto que exaltan la costumbre en una de sus formas de canción folclórica, la gaita; citamos algunas estrofas de una de las más significativas, titulada ¡Mirá, mirá, maracucho!:
(Estribillo)
Mirá, mirá, maracucho,
este viento de Perucho!
¡Mirá, compadre Perucho,
los peos del maracucho!
¡Mirá, mirá, que son muchos
los amigos maracuchos
que aplauden al que se pea!
y aunque usted no me lo crea,
que no ven como exabrupto
la producción de un eructo.
Doce peos y tres eructos
brotados por los conductos,
pa’ el zuliano son certeza
de energía y fortaleza;
así muestran su contento
por el abastecimiento.
¡Y al complacido anfitrión
llenan de satisfacción!
Como viene a ser evidente, existe una estrecha relación entre el pedo y el eructo; son, como dijimos, parientes cercanos, aunque con relevantes diferencias; la más obvia radica en los orificios por donde se produce la emisión; una ingeniosa cuarteta del acervo folclórico los alude en los siguientes términos:
El eructo, siendo más galano,
es un viento que sale por la boca
en tanto el pedo, que no es tan ufano, es un aire aventado por el ano.
Y en esos ingenuos versos también se hace sentir un prejuicio generalizado: atribuyen al eructo la cualidad de “más galano”, vale decir, más distinguido, más elegante… en resumen, le confieren un estatus por alguna razón superior al del pedo.
Es un hecho que la gente común soporta al primero mejor que al segundo, quizá debido al sitio por donde salen, por cuanto la boca se exhibe inevitablemente, exceptuadas las mujeres islámicas fundamentalistas; siendo bella, es un componente notable de la estética facial, y en tal sentido es un reclamo sexual a primera vista, en tanto el ano, por la propia configuración anatómica de los primates, aunque es un precioso agujerito “húmedo y contráctil”, como lo acota Neruda, está escondido, y de él se desprende un olor desagradable para los más delicados; sin embargo, a partir de que el eructo salga por la boca, no debemos colegir su superioridad ante el pedo; lo cierto es que desde toda perspectiva el flato es mucho más valioso, tal como se pone de manifiesto en este ensayo; incluso, es más poético; Antonio Machado lo definió en Soledades, en los siguientes término: “El pedo es una voz interior que no podemos evitar escuchar”; jamás se ha escrito tan sublime frase respecto al eructo.
También viene a lugar tomar en cuenta que con el eructo no tiene sentido la más placentera de las combinaciones fisiológicas: orinar y largar un viento al unísono; mear sin tirarse un buen peo, es como ir a la playa y no ver el mar; al respecto, existe un aforismo de los antiguos fisiólogos que reza:
Mingere cum bomba res
Gratíssima lumbis est.
(Mear tirándose un peo, gratísima cosa es.)
Pero existen diferencias más trascendentes, inherentes al proceso de su generación, consecuente configuración y desarrollo en el organismo; el eructo es un simple gas estomacal; el pedo, en cambio, es gas intestinal, y responde a un conjunto de fenómenos bioquímicos y fisiológicos mucho más complejo; lo produce la combustión del bolo alimenticio cuando ocurre la asimilación de los alimentos; la hediondez propia de la flatulencia se debe, en lo esencial, a la putrefacción, como efecto la acción de bacterias, de alimentos que no son digeridos, y por esa razón no del todo absorbidos e incorporados a nuestro organismo. Ese conocimiento viene de tiempos remotos; véase la siguiente descripción de la dinámica del flato debida a Skorpios, un fisiólogo griego del s. IV a.C.; la ciencia moderna la considera del todo válida. Como era propio de los filósofos y demás científicos de la Antigüedad, expone el saber en versos:
Un vórtice de aire comprimido
que buscando la adecuada forma
de escapar de donde yace retenido,
en pestífera bomba se transforma:
hincha y recorre el tubo enfurecido,
hasta que al fin, origina el beneficio
de salir, silencioso o con ruido,
cuando encuentra al cabo el orificio
que al terminar el tubo tiene todo ente,
sea tal individuo animal, o gente.
El falto también es un excelente aliado del humor; el peo en sí, ya es cómico, y los chistes que lo aluden se cuentan entre los más agudos; a manera de ilustración, recordemos un par de ellos, de los clásicos:
Alguien pregunta: “¿Sabe usted por qué huelen los peos?” El interrogado responde: “Bueno, por los gases pestilentes que contienen”… “¡No!” –replica el primero–. “Es para que los sordos también puedan gozar de ellos”…
(Continuará)
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