viernes, 8 de noviembre de 2013

Apología a la flatulencia VIII

Rubén Monasterios

La petomúsica ha perdido vigencia como espectáculo, pero se practica en ambientes privados, muy discretos en sus actividades; refinados círculos de uranistas de todo el mundo, incluso de Caracas, organizan recitales petofónicos reservados para entendidos e iniciados.
Son escasos los compositores eminentes atraídos por esta técnica de interpretación; el único realmente notable es Stravinski; su interés por el género nace de a su enamoramiento de la en sus días famosa petómana Deomenne Clusson, a partir de quedar asombrado tanto por su virtuosismo, como por su magnífico trasero en forma de manzana, al presenciar su performance en un café-concierto de París; para ella compuso la obra conocida por la posteridad como Canon para dos tubas (1918), originalmente titulada Canon para dos petómanos, un dueto escrito para tubas interpretadas mediante la técnica petomusical, con la intención de hacer él la segunda voz; ocurrió que su entrañable amigo, el  pianista Paderewski, le reprochó agriamente el “desvariado propósito” de presentarse como petómano: “¡Deje esas cosas para Diaghilev, que es marico!”, le dijo, y también lo obligó a cambiarle el título (I.J. Paderewski, Memorias, 1940).  Otro autor de menor resonancia es el alemán nazi A. von Kitshen, autor de la  cantata Über alles lieben Hitler para coro de hijos de puta y orquesta de petómanos; una obra del todo olvidada; por lo general, se han hecho para esa modalidad de interpretación transcripciones de piezas compuestas para otros instrumentos solistas.
Se cree que la última exhibición de un número petómano  en la historia de las variedades fue en 1961, en un cabaret en Berlín, a cargo de la artista tailandesa Yingluck Abhisit-tai, que además de pear como los ángeles, bailaba.
Tañía  una flauta dulce e interpretaba pasajes de las piezas ligeras  de Beethoven: Para Elisa, las bagatelas, las danzas, algo de una sonata…
No está ausente el pedo en la inspiración popular, en la canción romántica por excelencia de la región del Caribe, el bolero; véase este ejemplo:
Quejido de amor
Y es que al estar un culo enamorado
por la pasión intensa, quebrantado,
deja escapar un quejido silente
que tan sólo por el olor se siente.
Si no responde a su súplica el amado el pobre culo quedará desgarrado como efecto de un  pedo imponente que exhalará cual aullido inclemente para llamar la atención del desalmado que a ese culo infeliz ha despreciado.
No cabe duda si ocurre algún bullicio porque de pedo, eso es claro indicio.
Pero, cuando se trata de sutil silbido: ¿es un peo, o gemido de corazón herido?
Sorprenderá al lector saber que su autor es el legendario Agustín Lara; pretendía con ese bolero hacer una humorada escatológica; al interpretarlo por primera vez en el cabaret Baccarat de Ciudad de México, en 1928; para su infortunio, ante un público de ruda sensibilidad; la gente  se escandalizó;  un sujeto lo asumió como una ofensa personal y lo agredió, causándole una herida en la cara; Lara no lo cantó más nunca y la experiencia marcó su rumbo artístico: a partir de ella decidió distanciarse del elevado vuelo poético revelado en esa pieza, y dedicarse solamente a componer los boleros cursis que cimentaron su fama.  La música original se ignora; pero el cantautor portorriqueño Ricky Martin le puso  una de su autoría; ha rehusado grabarla; la interpreta exclusivamente  en recitales privados.
No se han quedado atrás nuestros hermanos  argentinos  en la celebración del flato en el género melódico-cantable emblemático de su nacionalidad, el tango; aunque el siguiente se toma como anónimo, los estudiosos del arte popular de ese país atribuyen la letra  a Carlos Gardel, a partir del dato biográfico, verificado por numerosas testigos, de la inclinación rinoflerista del Zorzal Criollo:

El placer supremo
Nútrela con manjares suculentos
de los que tienen efectos flatulentos,
espera el inicio de la combustión
de los manjares, o sea la digestión:
es el momento de llevarla al lecho.
Haz que se tienda sobre su pecho
y que te ofrezca lo más señero
de su cuerpo: el soberbio trasero.
Pon un cojín bajo de sus caderas
de modo que levante las esferas.
Quizá ella espere, atemorizada,
que por ahí, va a ser penetrada,
o sea, una potente sodomización.
¡Será equivocada esa suposición!,
porque su amante es un rinoflerista:
de ventrales aromas, fetichista,
y sólo pretende tener la sensación
de la más exquisita degustación
al hundir entre los globos, su cara,
aspirando el placer que le depara
el efluvio enervante y divino
que se desprende de su intestino.

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