sábado, 10 de junio de 2017

Carnet de la Patria



...Al fin estoy en Moscú: «Hotel Lux», calle de Gorki, 10, habitación 39. Se han acabado los viajes, el reposo, y ha comenzado la nueva vida. Desde hoy soy un funcionario de la Komintern, en mi calidad de representante del Partido Comunista de España. Cada día, a las ocho de la mañana, un autobús especial me llevará hasta la Komintern: un edificio en forma de U, rodeado de altos muros con pedazos de vidrio en la parte superior, complementados con alambre de espino. Todas las tardes, el mismo autobús me volverá al hotel. Cada mañana deberé enseñar a la guardia —uniformes caqui y pistola al cinto— ‎mi carnet; cada tarde tendré que volver a mostrarlo para poder salir. Y entre este espacio de tiempo —nueve de la mañana a seis de la tarde— tendré que enseñarlo muchas veces: tantas como entre y salga del pabellón donde está mi despacho; tantas como tenga que entrar o salir en los otros pabellones que constituyen la gran ciudadela del Estado Mayor de la Revolución Mundial.


Me han explicado con todo detalle y mucha seriedad la importancia de este requisito. Posiblemente se han esforzado tanto porque existe una idea muy extendida de que los españoles somos gentes poco disciplinadas.‎


Este carnet de tapas rojas, de nueve centímetros de largo por seis de ancho, me sirve para entrar y salir de la Komintern; para entrar y salir del hotel donde vivo. ¡Vale mucho! Mucho más que el documento que me han dado las autoridades soviéticas para residir en el país. En este documento soy un español sin ciudadanía, que está obligado cada tres meses a presentarse a la policía para prorrogar la autorización por otros tres. Este documento tiene poco valor: en él soy un extranjero al que no se le considera ni ciudadano soviético, ni ciudadano de su propio país. Soy un hombre «sin ciudadanía». No soy yo solo. En este mismo caso se encuentran todos los emigrados españoles y no pocos rusos a los que por diversos delitos —políticos o comunes— les han quitado lo que no‎  creía que pudiera quitarse. Esto es origen para mí de no pocas situaciones desagradables. Cada vez que tengo que enseñar los documentos —y no son pocas— y ven «sin ciudadanía», comienzo a parecer sospechoso. Sin embargo, con el pequeño carnet de tapas rojas, ¡qué distinto es todo! Tengo el mismo nombre que en el documento de residencia: Luis García (la conspiración me ha privado hasta de mi propio nombre), pero mientras que en el documento de identidad soy un «sin ciudadanía» en este otro soy «un funcionario de la Komintern»...

"Mi fe se perdió en Moscú"

Enrique Castro Delgado, 1957

Editor digital: Titivillus





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