Aquel día de la famosa foto en Yalta, Stalin le había regalado una botella de Dvin a Churchill. Al parecer, el inglés se aficionó a ese brandy y aseguraba que era el mejor del mundo. Cuando le preguntaban por su longevidad, cuentan que la atribuía a beber una botella de brandy armenio al día, entre un par de razones más. Churchill llegó a conocer tan bien el Dvin que un día detectó un cambio en su sabor y directamente llamó a Stalin a ver qué pasaba. No iba desencaminado, porque el que había sido el encargado de su producción hasta entonces acababa de ser exiliado a Siberia. Así que Stalin, para contentar a Churchill, lo liberó y le devolvió su puesto de trabajo.
No vivimos mucho tiempo, y cuando empezamos a saber algo, o a conocer el modo de descubrirlo, ya nos movemos a toda velocidad, como si esquiáramos, por una pronunciada pendiente nevada, adelantando a unos en el descenso, y cruzándonos con otros que ascienden, y realmente hay poco tiempo para conocerse y charlar. Lo más que podemos hacer es gritar alguna cosa al pasar...
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