domingo, 6 de abril de 2014

Sala de espera al rojo vivo

Típica conversación de espera en consultorio, en las largas horas que deben pasar los venezolanos por un turno al bate con el médico. Antes la habladita giraba sobre las mismas enfermedades, los deportes, la moda, la última travesura del hijo, los carros. Tonterías para pasar el tiempo. Vino otra época que todavía anda por ahí en la que nadie hablaba. Todo el mundo con la cabeza entre las piernas, riéndose solo o bravo; pero siempre solo. Nadie habla entre sí. Es como una competencia de silencio. Y nadie se atreve a hablar porque sencillamente nadie la parará ni un átomo. Es la época del celular inteligente y de la tableta. Twitter o Facebook. Chateo parejo o internet. Yo con yo.

No obstante, en Venezuela al menos se entra en un ciclo diferente. La gente comienza a hablar unos con otros. Los temas son de novela policial y angustia ciudadana. Veamos qué ocurre en una sala de espera. Día jueves. Clínica famosa de Caracas. Hora 9 de la mañana, el inicio de una jornada que alcanzó seis horas. Un viaje Caracas-Nueva York. Arranca la muchacha de la franela verde, simpática y conversadora. Le habla a todos.

-El domingo pasado secuestraron a mi novio. Me dejó en mi apartamento en El Cafetal y a dos cuadras del edificio dos motorizados lo abordaron pistola en mano, sin pararle al resto de los carros. Una tercera moto apareció, se bajó el de atrás y movió a Carlucho hacia el asiento del copiloto, mientras otro parrillero se subió detrás y le puso la pistola en la cabeza. Siete horas de ruleteo y un “aguante” en Guatire hasta que su familia  pudo pagar el rescate el lunes. Estuvo tranquilo en una casa común y corriente viendo televisión. Es un negocio organizado y con policías de por medio. El escuchó cómo hablaban y qué decían, Eran policías sin duda.

Todos: ¡Hooooooooo! ¡Así estamos!

Le toca el turno a la señora de lentes grandes, pelo pintado al estilo Marilyn, nerviosa y voz grave:

-A mi me atracaron en la cola de la Casanova, frente al Centro Comercial El Recreo. El tipo que vende películas golpeó el vidrio de la ventana varias vences con una pistola. Yo no sé si era de juguete o de verdad. Me asusté. Me dijo: el celular o te vuelo los sesos. Pues le di el teléfono, la cartera, un lapicero y si pide el peluche que cargaba en el asiento del copiloto se lo entrego también. Había un Policía Nacional a menos de 15 metros, pero estaba mandando mensajitos por su teléfono vergatario.

Todos: ¿Hooooooooo! ¡Así vivimos!

Habla ahora el ingeniero. Cada vez que lo llamaban al celular era para dar cálculos de costos de una construcción y asuntos relacionados. Hablada bajito, pero se escuchaba.

-Soy ingeniero y vivo en Bogotá. Me fui lleno de pánico. Allá montamos una constructora y trabajamos tranquilos. Venimos a Caracas de vez en cuando a visitar la familia que queda y a visitar nuestros médicos de confianza. A nosotros nos tocaron el timbre del apartamento. Me asomé por el visor de seguridad y era mi vecino. Abrí y lo tenían dominado con una pistola en la espalda. Total que nos secuestraron junto a mi esposa en el apartamento y se llevaron hasta la harina para las arepas. Al día siguiente comencé las gestiones para huir de este infierno chavista. Mis hijos se fueron a estudiar hace cuatro años y no volverán. Así que la familia explotó. No queda nada aquí

Y así hasta que se completó la ronda. Todos los pacientes habían sido víctimas del hampa. Por eso el tema de conversación cambió. Ahora también se maldice al gobierno. Y en voz alta.

Escucha, Maduro. En voz alta.

elidesr@gmail.com Twitter: @ejrl

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