El día más triste de mi vida fue el día en que luego de ser el estudiante número 1, con notas de 18 a 20, en mi liceo Mariano Picón Salas, ubicado en la Lebrún, Petare, pasé a ser el número 37 de un total de 40 alumnos, en un propedéutico que hice en la Universidad Simón Bolívar (USB).
El propedéutico lo hago con la ilusión de poder entrar a una universidad pública y así poder continuar con mis sueños. La mayor frustración que tuve fue sentir que de ser el mejor estudiante pase a ser uno de los peores.
Yo, un chamo de 17 años, era abofeteado fuertemente por un problema como lo es la desigualdad que existe en mi país.
Recuerdo que en mi salón de propedéutico estábamos personas de todos los estratos sociales, estudiantes de colegios privados y liceos públicos, todos con la misma meta: adquirir herramientas para entrar a la universidad.
La realidad es que, aunque el campo de juego pareciera que estaba preparado para que todos los jugadores tuviesen la misma oportunidad de ganar, ya la victoria estaba parcialmente declarada para algunos, aquéllos que habían tenido la oportunidad de tener un mejor calentamiento (en este caso una mejor educación) y que tenían menos posibilidades de lesionarse y abandonar el campo antes del pito final, como termino pasándome a mí.
Para hacerles el cuento menos largo, yo terminé retirándome a mitad del propedéutico, en ese momento tuve 2 opciones: echarme a correr y abandonar mi sueño de la universidad, “porque eso era posible solo para los sifrinos” o, por lo contrario, pedirle a amigos que habían estudiado en los mejores colegios de Caracas que me ayudaran a fortalecer mis conocimientos para presentar mi prueba. Gracias a Dios escogí la segunda, evitando así convertirme en un resentido social, aunque mi vivencia y el sistema me empujara fuertemente a la opción de abandonarlo todo.
Como estudiantes nos ha tocado asumir la ardua responsabilidad de reconciliar a un país que está totalmente dividido por el odio y el resentimiento, al cual nos empuja un sistema injusto como en el que vivimos, en el cual no sólo escasean los productos de la cesta básica sino que también escasean las oportunidades, un sistema comandado por un gobierno que se va por la tangente atribuyéndole los anaqueles vacíos a una guerra económica y la falta de oportunidades a una guerra entre ricos y pobres.
La verdad es que las políticas eductivas del gobierno han sido ineficaces, porque aunque desde Miraflores hablen de que ellos han sido promotores de la igualdad social, mi experiencia en el propedéutico de la USB demuestra todo lo contrario, ya que mi proceso de formación educativa ha transcurrido en los últimos 13 años, y este gobierno tiene 15 años en el poder, es decir han sido ellos los encargados de impartir una educación pobre para pobres.
Ante la notable ausencia del Estado en proyectos de nivelación educativa, encontré en mi camino aquellos que siempre me habían hecho creer que eran malos.
Esos que se encontraban en la acera del frente pensando que los que estábamos de este lado éramos distintos, mientras que nosotros pensábamos que ellos nos miraban por encima del hombro.
Estos argumentos se rompieron el día en que el semáforo nos dio luz de paso y nos tropezamos en el medio de la calle: el rico y el pobre, el catire y el moreno. En nuestra impresión nos dimos cuenta que éramos exactamente iguales, que teníamos las mismas aspiraciones, que aunque uno había tenido más oportunidades que el otro, no era responsable de eso.
De lo que sí era responsable, el poseedor de las mejores oportunidades, era de ayudar, en la medida de sus posibilidades, al que no había gozado la misma suerte, aunque la culpa de la falta de oportunidades no fuese de él, sino por el contrario, la culpa la tiene un gobierno que ha estado lleno de incapacidad e ineficiencia en sus planes educativos.
La anhelada reconciliación que como Movimiento Estudiantil buscamos, comienza por acercarnos como hermanos de una misma patria, que si bien tenemos ideologías, religiones y opciones políticas distintas, coincidimos en un mismo sueño: tener un mejor país.
El camino del odio y el resentimiento sólo nos lleva a aumentar las distancias entre nosotros, cuando hay algo que trasciende esas diferencias, y nos está gritando que ella nos ha parido a todos sin distinción, eso que nos grita es mi patria, y mi patria es Venezuela.
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