-extracto-
Juan Carlos Méndez Guedez
Treinta y cinco. Treinta y seis. Treinta y siete. Treinta y ocho.
—Ya está bueno. Debemos irnos.
Treinta y nueve. Cuarenta. Cuarenta y uno.
—Cállate. Yo soy el que dice cuándo.
Cuarenta y dos. Cuarenta y tres.
—Mira cómo lo estás dejando, chamo. Qué asco.
Cuarenta y cuatro.
Al fin, el hombre se detuvo.
Quiso secarse la frente con su brazo y su rostro se convirtió en una máscara de sudor y sangre.
—Vámonos —dijo la mujer que se encontraba a su derecha mientras se apoyaba en un armario de madera—. Hace rato está listo.
El hombre hizo una señal de calma. Contempló el cuerpo. Parecía un muñeco roto. Agarró la cabeza por el pelo. Pensó en escupir sobre ese bulto que hasta media hora atrás fue una nariz, pero finalmente atenazó la mano derecha, cortó el dedo índice con el cuchillo y lo colocó dentro de la boca del cadáver.
—Dile a los muchachos que se lleven lo que quieran, que preparen las motos. Ahora sí nos vamos.
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