martes, 22 de octubre de 2019

La conciencia del hastio


Yo no creo en Dios ni en América. Siempre imaginé que el Paraíso y el Infierno eran metáforas infantiles. Nunca tuve curiosidad por conocer el final del cuento. Solo cuando envolví el cañón con los labios y el frío del metal me adormeció la lengua me pregunté por el posible contenido de la muerte. Si el discurso sobre los premios y castigos es verdadero, entonces estoy perdido. Me intimida la posibilidad de un juicio. Mi problema es que tengo la conciencia llena de mierda. 

La culpa pide el derecho de palabra. Sé que mi testimonio puede resultar ofensivo para todos aquellos que se empeñan en otorgar un valor a las cosas, para los necios que creen en la buena fe o en la triste leyenda de las dignidades humanas. Solo puedo decir que las circunstancias jugaron en contra. En ese tiempo, todo estaba prohibido, todos los lugares de la ciudad eran peligrosos y todas las personas que tropezábamos en la calle podían tener la intención (manifiesta u oculta) de hacernos un daño irreparable. Estábamos condenados al hastío. Siempre me pareció ridícula la rutina de reunirse en centros comerciales o hacer vida social en Farmatodo. Mis amigas y yo decidimos crear un mundo aparte. Sin pedir permiso, fundamos nuestra propia burbuja. Lo que pasó después fue que la vida se torció… Pero, a fin de cuentas, la vida siempre se tuerce. Cacá se convirtió en una mujer honorable, Lorena se perdió en la moda pasajera de la diáspora y Eliana fue asesinada en circunstancias extraordinarias. 

"Jezabel
(Versión original sin censura)
EDUARDO SÁNCHEZ RUGELES

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